Narrativa

Intuición, un relato de Wilson Morales

—¡Maldita seas, Rina! ¿Por qué no me escuchas? ¡Quédate quieta!
El grito fue gutural y una especie de escozor empezaba a desencadenarse, el licor hacía de las suyas. Estaba agitado y algo confundido. Pese a todo, Rina no prestó atención.
Siguió con su sensual danza mientras se escurría por los pies de la cama hasta llegar a las piernas y sentarse en mis rodillas. Yo permanecía acostado.
Ella estaba desnuda. Cubría su tez trigueña con una sábana blanca y jugaba con su ataviada cabellera negra y abundante. Se meneaba y serpenteaba mientras alzaba los brazos y los entrelazaba.
Parecía vibrar con la melodía de aquella balada que el viento traía a retazos, proveniente de uno de los bares de mala muerte que circundaban el vecindario.
Poco a poco dejó caer la sábana y sus senos firmes y medianos aparecieron. Parecía jactarse con su propia belleza, moviendo su pequeña cintura y sus anchas caderas.
—¿Qué pretendes, Rina? ¿Acaso no he hecho todo para que estés satisfecha?— le dije en medio del desasosiego.
Mi brusco movimiento para vomitar junto a la cama la sacó de golpe del trance sexual, que hasta ese momento parecía interminable, pese a todas las faenas que habíamos tenido momentos antes del desenfreno y las botellas de whisky.
Su impulso de controlar cada cosa no la abandonaba ni en medio de la embriaguez. Mientras trababa de incorporarme y espantar la preocupación que llegaba a centellazos, tras perder más de cinco apuestas en línea, ella trataba de acomodarme en la cama y retomar lo perdido.
—Ya no hay comida, pero aún queda licor— le dije.
Rina agarró la botella del nochero, la destapó y empezó a regarlo en mi pecho. Luego me empapó la cabeza.
Traté de apartarla, pero el alcohol la había deshinbido y se arrancaba mis brazos violentamente, mientras apretaba sus grandes dientes blancos.
—Calma, que por una vez quiero hacerme el difícil.
—Pues conmigo no será— me dijo mientras golpeaba mis hombros.
—¿Estás aturdido por tus tontas apuestas? ¿Estás molesto por esa mierda de dinero que gastaste? Sólo haz lo que tienes que hacer.
Se burlaba de mí. Había gastado los tres pesos que tenía y el cuarto de la pensión aún no estaba pago.
—¿Crees que las cosas me llegan del cielo? ¿Crees que no he tenido que sacrificar cosas?— me gritó y bajó de la cama.
Empezó a vestirse bruscamente, ofuscada. Me reprochó lo de las apuestas, por mis borracheras y hasta por perder mi empleo.
Se puso los tacones como pudo, corrió hasta la puerta y salió, dejando el gran portón de madera abierto de par en par. La cabeza daba vueltas.
Sólo unos instantes después, mientras iba de camino al baño, Rina apareció nuevamente.
—¿Qué es lo que te crees, dime?— preguntó mientras me empujaba y tiraba un montón de billetes en la cama. Estaba histérica y descompuesta, pero no dejaba asomar una sola lágrima.
—¡Maldita seas, Rina! Hasta mi verga quieres controlar.
—Pues amárrate esos pantalones. Sigue con esas estupideces de esperar que las cosas vayan apareciendo y de la maldita intuición. Amárrate esos pantalones— gritaba y caminaba de un lado a otro, intentando accionar sin éxito un mechero para encender su cigarrillo.
—¡La vida recompensa el esfuerzo, cerda satisfecha!— le contesté mientras me enjuagaba la cara y me miraba en el espejo que estaba frente al lavamanos.
—Pues la intuición va a llevarte directo a la mierda.
—¡En eso quizás tengas razón, querida Rina! Pues me llevó directo a ti.
No acababa de voltearme, cuando me dio un golpe en el gaznate. Luego me besó con mucha fuerza.

Fotografía: Pixabay