Narrativa

María, Marilú, Lulú; un cuento de Marta Leonor Puey

Agotada escuchó el llanto:

—Es una nena— dijo la partera. Terminó con ella y agregó: —Ya te podés bajar.

—Quiero verla.

—La están pesando. Salí al pasillo, a la derecha, en la segunda puerta, entrá y acostate. Cuando terminen, te la llevan.

Caminó lento por el pasillo del hospital con ventanas y puertas altas, de silencio con ecos de ruidos lejanos; entró a la sala, allí, de las cuatro camas con cunas al lado sólo una estaba ocupada. La mujer y el bebé dormían. Se acostó. Cuando se la trajeron envuelta en la mantita blanca, pidió tenerla en los brazos, quiso reconocerse en la carita que acarició con su dedo índice. Recibió una pequeña mueca y un entreabrir de párpados.

Entraron las dos por el descascarado pasillo color del tiempo hasta llegar al ph del fondo. La abuela abrió la puerta, se asomó a la manta blanca y preguntó:

—¿Qué es?

—Mujer, le puse María—contestó como pidiendo disculpas.

Cuando empezó a caminar le cosía polleritas de tul rosa con volados de colores y la llamó Marilú, evocando la muñeca que nunca tuvo.

Más tarde trepó la adolescencia con escasa minifalda y mal mirada por la abuela que no tardó en trascender con el rezongo de la máquina de coser de su hija como último resueno, quien desde temprano con la espalda agobiada se extinguía terminando prendas. Era María/Marilú la encargada de hacer la entrega a cambio de lo justo para sobrevivir y supo que lo suyo no sería eso.

Pasó poco tiempo y María/Marilú, enfundada en lycra centelleante, montada en tacos de los altos, acodada en la barra de un territorio nocturno, se llamó Lulú.

 

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