Textos de autor

Sobre el acoso en el desarrollo internacional

Amanda Luna es una peruana que trabaja, desde hace lustros, en proyectos sociales y de cooperación para el desarrollo internacional entre Alemania y Perú. Actualmente lo hace con su propia organización Mamakiya. Este relato describe una experiencia de discriminación y acoso sexual que vivió la propia Amanda, siendo mujer y migrante quechua, al interior de las organizaciones que manejan proyectos de desarrollo internacional. Estas experiencias revelan que todavía queda mucho trabajo para mejorar las condiciones de igualdad entre hombres y mujeres.

Todo comenzó en el año 2017 cuando se desarrolló la Conferencia sobre el Cambio Climático de París (COP21) en Alemania. Vinieron muchos dirigentes de Latinoamérica y entre ellos un señor que tenía una organización que apoyaba a las comunidades indígenas en el Perú. Llamémoslo Johann (un nombre ficticio por razones de privacidad). El evento fue organizado por la municipalidad de una ciudad de Renania del Norte-Westfalia para reunir a varios líderes de Latinoamérica. En esa ocasión él me preguntó si yo quería apoyar con la cooperación que se llevaba a acabo entre ambos países. La oferta la acepté porque siempre he apoyado al Perú.

Durante los días siguientes de la COP21, Johann empezó a tratar de citarme en su hotel. Decía que para vernos y hablar. La citas en un hotel me parecían y me parecen desagradables. De manera que no acepté sus constantes propuestas.

Durante el cierre de la COP 21 nos encontramos en el salón donde había también otros líderes. En esa ocasión me pidió explicaciones a la cara por no haber ido a las citas. Yo le dije que no me parecía encontrarnos en un hotel. Él me tomó del brazo diciendo:

“Ay, pero tú sabes como son las charapas (las charapas son las mujeres de mi región) que son muy calientes, yo necesito una mujer así ahora. Yo no necesito una gringa, una blanca. A mí una blanca no me satisface. Yo necesito una mujer como tú para que me haga sentir hombre».

Cuando me molesté por su manera de hablar, Johhan continuó:

“Ay, pero es que tú sabes cómo son las cosas en el Perú. Entonces mira: si tú quieres estar en la cooperación yo te puedo hacer los contactos, yo te voy a presentar».

“Sí, pero a mí no me interesa –le respondí–, yo tengo un trabajo donde gano mi dinero para comer, no necesito estar rebajándome para darte servicios sexuales con el fin de que tú me des algo. Eres un estúpido».

Johann me sostuvo con fuerza:

“Mira, yo puedo pagarte un buen hotel (decía todas esas tonterías que dice un hombre machista, quien abusa mucho de su poder)».

“Yo no sabía que te ibas a molestar», me dijo al final.

“Esa no es la forma de actuar –le respondí-, y menos estando en el extranjero porque haces quedar mal a muchos peruanos, los demás pueden pensar que todos los peruanos son así, y no lo son».

Yo me fui de allí. Al día siguiente me escribió disculpándose.

“Mira, ahora podemos vernos de frente en la municipalidad para que conozcas la iniciativa y nos ayudes en lo que estamos haciendo».

Pero otra vez me pidió que nos viéramos los dos solos, antes del encuentro común. Nuevamente tuve que decirle ¡NO! «Vamos a encontrarnos frente A la municipalidad, pero con la gente que esté ahí. Yo ya no confío más en ti. No me gusta este tipo de propuestas y tampoco esta manera de actuar de muchos líderes».

Él aceptó y nos vimos frente a la municipalidad con las otras personas.

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Así conocí los miembros de la Cooperación, entre ellos al regidor de la municipalidad. Después de nuestra reunión, yo estaba dispuesta a ayudar, siempre me puse a disposición, no solamente frente al regidor, sino también frente a la encargada del clima de esa municipalidad. Pero me pareció que nunca me tomaron en serio.

Continuamente, les puse sobre aviso que no todos los indígenas son buenas personas, al igual que las personas urbanas. Incluso se podría decir que hay algunas comunidades más rurales donde la corrupción es más fuerte, debido a la escasez de recursos. La corrupción en Latinoamérica es tan fuerte que me pareció indispensable advertir a los miembros de la hermandad sobre este asunto. Y así manifesté al regidor que se tendría que investigar más con quién estábamos trabajando. Pero me respondió que conocía bien la situación y que todo estaba bien. Yo no me metí más.

El proceso de cooperación me parecía un poco desordenado, no se sabía a dónde se quería ir y a dónde queríamos halar todos. Después pasaron los años en los cuales la Hermandad prácticamente se quedó dormida. A finales del 2018 otra persona impulsó a la Hermandad. Un nuevo señor le dio fuerza a la Hermandad. Entonces ahí surgió la idea de retomar el proyecto de la Hermandad y crear una asociación de ayudas para financiar los gastos alrededor de ella. En ese momento me llamaron.

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Yo era la única mujer y la única extranjera. Todos los demás eran hombres, y todos pasaban de los 55 años. Había un chico joven que también era alemán, pero, a mi juicio, era demasiado dominante. Era difícil la situación con ellos.

Ya después de poco tiempo tuve que decirles: “Miren, a mí no me gusta trabajar así porque siento que no me escuchan, especialmente, cuando les digo algo que siento que no es correcto”. Sucedía que ellos querían hacer proyectos con las comunidades, pero sin preguntar a las comunidades mismas. Y según estatutos legales, es necesaria una consulta previa. Pero ellos me ignoraron diciendo que el encargado de Perú tendría que solucionar ese punto. A mí me pareció extraño hacer encuestas en las comunidades peruanas sin consultar primero a sus habitantes. Cuando me quejé me ignoraron de nuevo.

Varias veces dije que debíamos hacer un seminario de comunicación intercultural para ver las estructuras de poder en nuestro grupo. Dije: “No estoy de acuerdo porque siento que hablo y no me escuchan, soy la única mujer y siento que a veces ustedes son muy dominantes». El coordinador me respondió que no: “todo está bien, esas son tus impresiones, acá no pasa nada, todo está muy tranquilo”. Pero realmente yo no entendía sus argumentos y aquello no me gustó nada.

Cuando ya estaba en el grupo, decidí hablar con el coordinador peruano, el que al inicio me había pedido sexo. “Mira –le dije– yo quiero conversar contigo porque si vamos a trabajar juntos yo quiero que realmente hablemos de lo que ha pasado. No me parece trabajar contigo y hacer como si nada hubiese pasado. No me siento cómoda contigo y también tengo un poco de inseguridad con las cosas que haces”. Entonces él me contestó: “Yo estaba borracho. No sabía lo que hacía”. No insistí más porque es la típica respuesta de un hombre que no reconoce sus errores.

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En la municipalidad del distrito en el Oriente del Perú lamentablemente hubo cuatro o cinco años de corrupción seguida.

La última visita que realicé a esa comunidad del Perú fue en enero de 2019 visitando a mi familia. Me encontré con un caos, lo cual también reporté cuando llegué a Alemania

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En mi trabajo personal tuve que ser la encargada de escoger los proyectos comunales en una ONG. Incidentalmente tuve en mis manos un proyecto con este señor (Johann) y la hermandad. Renuncié a evaluar este proyecto por asuntos personales, informando a mi colega de lo ocurrido, por esta razón mis colegas asumieron la evaluación. Al final, ellos pararon la financiación por irregularidades y la denuncia de acoso sexual.

Al conocer esto, los de la hermandad dijeron: “¿Cómo el Johann, el coordinador, ha podido abusar o ha podido acosar sexualmente en Alemania a una alemana? Eso ya es extremo, él tiene que saber comportarse». Después de un par de días llamó Johann y sugirió que la denuncia había surgido de mi parte.

Cuando él dijo eso todo cambió. El grupo supuso que yo quería quitarle su puesto, y que era yo la que había querido estar con él y que seguramente Johann no me había hecho caso. Dijeron que yo era lo suficientemente adulta para afrontar esa situación y que en realidad no sucedía mayor cosa. Es decir, hicieron de cuenta que no había ninguna irregularidad. Todo fue tergiversado como si yo hubiese querido prácticamente violar a Johann. Los papeles se invirtieron. Empezaron a decir que yo era una mentirosa. Empezaron a decir tonterías. Que yo quería destruir la imagen de este hombre, que tenía otro tipo de intereses.

La mirada racista y discriminatoria que yo sentí fue muy fuerte. Cuando ellos suponían que la situación habría podido sucederle a una mujer alemana blanca, la actitud era otra por completo. Pero creo que siendo una migrante indígena extranjera, pensaban que el acoso era inventado, suponían que incluso mi afectación no valía nada. Más bien supusieron que probablemente era yo quien lo había hecho todo.

Igualdad de género en oportunidad y representación.

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En ese momento yo pedí ayuda a la Gleichberechtigungsstelle, la oficina para la igualdad de género, porque yo no sabía adónde ir. Pero la encargada simplemente me dijó que había jerarquías, que todo funciona jerárquicamente. Ella no me ayudó. Incluso se podría decir que me recomendó que “dejase pasar” las cosas, que según ella no había nada qué hacer. No tuve ningún apoyo por parte de la oficina de igualdad de género y me sentí muy sola.

Busqué apoyo en otras organizaciones pero, apenas mencionaba el nombre del regidor, nadie me quería apoyar o me decían: “no, no hay solución, no hay pruebas”. Les dije: “cómo que no hay pruebas, sí, hay un mensaje en el celular donde se ve lo sucedido”. La persona encargada del clima con la que me puse en contacto no contestaba mis correos, ni se pusieron más en contacto conmigo. Yo quería saber como iba a seguir la situación después de este problema, pero no contestaban. Me llegaban rumores de que en sus reuniones hablaron de mí, sin darme la posibilidad de contar mi versión de los hechos.

Fui a Caritas, a la Antidiskriminierungsstelle, la oficina de no discriminación, y la encargada de allí fue la que me apoyó, y también una señora del partido Die Linke de la municipalidad que trabajaba mucho en el ambiente feminista y los derechos de la mujer. Ellas dos me ayudaron acelerando este proceso en la municipalidad.

La señora del Partido Die Linke hacía presión en la misma municipalidad, lo puso como caso, insistiendo que una discriminación así no podía ser normal. Después de esto, también la encargada de la oficina de no discriminación de Caritas empezó a hacer presión y habló con la oficina de igualdad de género. Recibió la misma respuesta que yo recibí al inicio, la cual le pareció repugnante y no profesional, de manera que se quejó de la falta de seriedad del personal de la oficina.

Recién en el mes de junio, la municipalidad de la ciudad alemana convocó un grupo de personas dedicadas solamente a ver este caso, esa falta de comprensión entre esa hermandad y yo. Allí estaba presente la encargada de Relaciones Internacionales que fue muy comprensiva, a diferencia de sus colegas. Fue la primera persona de la municipalidad dispuesta a escuchar mi versión, viendo también los papeles que llevé como pruebas. Por primera vez tuve la posibilidad de explicar cómo habían sido las cosas, y ella prometió investigar el caso.

Después de eso, pasado un mes y medio o dos, en agosto, la municipalidad de Colonia me mandó una carta con el nombre de la encargada del clima, pidiendo disculpas por lo que había sucedido. Dijeron que estaban creando estructuras para que eso no ocurriera nuevamente. Cuando tuve esa reunión, les dije que a mí no me importa haber pasado por todo eso, siempre y cuando ellos construyesen una oficina o sensibilizaran más a su personal para que no sean tan discriminatorios al tratar con una migrante.

“Ustedes me han expuesto seis meses a que algunas personas de la hermandad de la municipalidad hablen mal de mí y destruyan mi dignidad como mujer, me insulten, me rebajen, sin darme la oportunidad de defenderme – les dije–, yo necesito que ustedes creen una estructura para que la próxima vez, realmente, cuando venga una persona agredida como yo, sea migrante o sea alemana, pueda realmente denunciar los comportamientos irregulares de sus funcionarios. Parece que todos tuviesen miedo de hacer algo en contra de los políticos, pero yo no tengo miedo”.

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Después que pasó eso, ellos removieron al coordinador de Perú (Johann), pero aún siguen las mismas personas de la hermandad. En Alemania no cambia nada y en Perú sí. En realidad las dos partes no han sido correctas.

La organización, en la cual yo tenía la responsabilidad de escoger el Proyecto, no tenían protocolos a seguir para intervenir en estos casos, ni para denuncias de acoso sexual o casos de corrupción. Esto también me dejó muy decepcionada. Desde el mes de junio de 2019 hasta ahora no he recibido ninguna explicación de cómo siguieron los procesos en la municipalidad. Como no hay una comisión o una organización que fiscalice bien el trabajo de muchas organizaciones, creo que los casos de corrupción y abuso sexual son muy constantes. Nadie habla del tema.

Cada vez que me encontraba con mujeres me decián «acá ya ha pasado muchas veces», y muchas mujeres tenían que dejar el trabajo porque no recibieron apoyo. La cuestión es que yo no soy así. Pero una de esas mujeres me dijo: “gracias a Dios que tú has conseguido eso y que tienes el valor de hacerlo, porque en la municipalidad y en Alemania aún pasa mucho y no lo dicen por miedo”.

No son malos entendidos, son los resultados de un machismo al extremo y de la actitud de algunos hombres europeos que, en la cooperación para el desarrollo, se creen los salvadores de Latinoamérica. Yo no quiero eso porque yo también tengo familia ahí. Tengo sobrinas. Y no me gustaría que se haga esto con mis sobrinas. Fue por esto que no me detuve.

Algunas mujeres de la Amazonía me dijeron: “qué bueno que alguien ya ha hablado de eso porque ese hombre siempre venía acá todo borracho y tenía sexo con las chicas más guapas de la comunidad y nadie le decía nada».

Decían que había incluso hasta madres que le sugerían a sus hijas acostarse con él porque sabían que iban a obtener beneficios después.

Entonces pienso que esta experiencia ha sido en parte buena, en parte mala. Buena porque yo me he vuelto más fuerte a pesar de todo. Pero mala porque hirieron mi dignidad un grupo de hombres dominantes y patriarcales.

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Después de todo esto yo ya no tenía ganas de quedarme más en la ciudad alemana donde vivía. Me recordaba esas situaciones tristes y decidí alejarme. Nunca he vivido una discriminación tan fuerte como por parte de estas personas. Sé que hay gente buena en la municipalidad, como la señora de relaciones internacionales, que realmente me apoyo y creyó en mi, y me dio una oportunidad de hablar.

Yo sigo ayudando a mi pueblo en la región andino-amazónica en el Perú porque no voy a renunciar a mis ganas de trabajar con el Perú por esas malas experiencias. Todavía confió y conozco alemanes buenos que son consientes y no dominantes. Aprendí a defender de la no discriminación y a ganar mi autoestima. Aunque me costo mucho dolor y lágrimas porque como migrante estaba sola.