Arte y Letras,  Música

Crónica de una rockera sintiendo el “meke”

Una mirada personal a la cultura del pick up en la costa caribe colombiana.

Acto inicial

Mujer de 25 años, aficionada al rock, a los conciertos de bandas estridentes y a las bebidas con alcohol se prepara para la fiesta de un sábado en la noche. Ella es de torpeza al bailar, odia hablar con desconocidos y que la miren en demasía. Son las 8:30 p.m., está frente al espejo y su atuendo es inusual, dejó a un lado sus jeans rotos, los converse desgastados y las remeras oscuras.

Hoy, como pudo, se metió en un ‘chorsito’ negro que una prima de una talla menor le prestó, y ella ve con pavor que se le marca cierta zona entre las piernas, suspira, se pone una blusa roja que tiene un escote en su espalda. Con los dedos recoge su abundante cabello crespo y se hace una especie de moño. Maquilla sutilmente su rostro.

8:45 p.m. , suena el timbre, han venido a buscarla. Se pone unas sandalias y sale de casa. Los chiflidos no se hacen esperar, sin importar lo bella o fea que parezca, se ve diferente y los vecinos de al lado lo notan. El hombre que la busca también la mira sorprendido, pero no dice nada. Toman un taxi y en silencio se van hacia el lugar del festejo.

La mujer en cuestión soy yo, y aún estoy asimilando lo que está por suceder en las próximas horas. Prefiero no hablar. El hombre es mi mejor amigo, que no aguanta las ganas de burlarse y me mira en silencio. La rumba es con el pick up o Picó Rey de Rocha en el popular Didonky. Sí, la rockera va a ir escuchar champeta, preferiblemente “pegaita al picó”.  En el taxi sólo atino a decir: “Espero que por esta noche me perdone el Rock and Roll.»

“Sintiendo el meke”

Llegamos al Didonky en el barrio Olaya Herrera, ubicado en la zona sur-oriental de Cartagena. Cover a hombres $ 5.000, mujeres $ 2.500. Si haces una sonrisa simpática a los grandulones de la entrada, pasas gratis. Así lo comprobé con el par de chicas en licra que entraron antes de mí. Yo no sonreí, a cambio pagué. Al ingresar no nos pidieron identificación. A mi compañero lo revisan. Está prohibido el ingreso de bebidas y de armas. A mí sólo me miran, en especial de la cintura para abajo.

Por fin entramos y recorro el lugar. Didonky no es una discoteca, tampoco es una tradicional caseta. A mi parecer tiene pinta de antiguo parqueadero de automóviles. Es un patio de muros altos con pisos pavimentados, tiene un pequeño techo improvisado al lado derecho, que está sostenido por unas columnas de madera, que a su vez protegen un muro largo de cemento rústico que hace las veces de bar. El resto está al aire libre. Ni siquiera los enormes amplificadores de sonido están protegidos, por si nos visita una imprudente lluvia.

El Rey de Rocha está de frente. Hay dos andamios de hierro, a lado y lado de la tarima, que sostienen unos grandes bafles. Abajo hay otras cajas sonoras. Todas tienen pintado el nombre del pick up con colores fluorescentes. Hay un animador que también hace las veces de DJ. Tiene una consola y varios mezcladores a la mano, micrófonos y otros bafles a su lado. Es un tipo moreno, delgado, cabeza rapada. Tiene un suéter negro, del cuello le sobresalen varias cadenas doradas. Luce un reloj muy grande en su muñeca y unas gafas oscuras puestas, como quien se esconde de un sol de mediodía.

El hombre manda saludes y ratifica la grandeza del pick up. Esta noche están promoviendo el Volumen 51 (compilatorio musical de las mejores champetas del momento) y anuncia una canción, algo así como «Vivan mis mujeres». Antes de ponerla se despide con la frase: “pa´ que sientan el meke”. La gente se alzó en algarabía, las cámaras de humo se encendieron y la vibración de la música parecía mover le piso. El meke es la potencia, la fuerza, la poderosa energía que trasmite el Rey. Después de una observación profunda deduzco cuáles son las manifestaciones de sentir el meke.

Todo empieza por el pie. Por el pie derecho. Imaginen la escena: la champeta empieza a sonar a gran volumen, ese ritmo pegajoso es como un sensual demonio que entra por el pie para poseer tu cuerpo. Mueves el pie de arriba abajo, como dando un paso, pero sin darlo, luego mueves el otro, y poco a poco el demonio va subiendo hasta tus caderas.

Y allí se queda para las mujeres, que menean su pelvis de manera erótica y ahora mueven sus pies hacia adentro y hacia afuera, los hombres las abrazan con una mano, la otra la alzan en momentos de mayor emoción en la canción. Juntos sudan, cantan y se retuercen con sus demonios, con sus deseos.

9:30, mi amigo mira atontado a una morena que parecía ser la personificación humana de alguna obra de Botero. La mujer que aparenta unos 30 años tenía un mocho de jeans ajustado, una blusa corta rosada y lucía en su cabello un peinado indescifrable a punta de trenzas. Ella bailaba sin soltar su cerveza de la mano. Supongo que era reconocida en el gremio porque la grababan. Ella lo sabía y sonreía. Se movía tremendamente bien. Sus caderas subían y bajaban sensualmente. Shakira aún tiene mucho que aprender.

Sin tabú

La sensualidad es una característica innata de bailar champeta y sentir el “meke” , por ello le han llegado a tildar de obscena y vulgar, una de las tantas expresiones excluyentes con la que en la misma ciudad se degrada al oyente o seguidor de este género, que va muy arraigado con la historia de todos, ya que al ser Cartagena un puerto receptor de tradiciones africanas, su vínculo con la comunidad negra hizo que estos ritmos proliferaran y se adoptaran rápidamente dentro de un gran sector de la sociedad.

Para las clases sociales poderosas es una expresión musical superflua y degradante, es clasificada como algo de poco valor. Para las clases populares es su manera de vivir y expresar lo que son libremente, sin tabú ni posiciones artificiales de lo que es vivir la música y expresarla con todo el cuerpo. Cada círculo social desde su posición en una misma ciudad crea un concepto de lo que es la champeta.

Con esto queda clara la teoría de Pierre Bourdieu sobre consumo cultural y percepción estética: “la manifestación aparentemente más libre de un sujeto, el gusto, o mejor, las categorías de percepción de lo bello, se dan como resultado del modo en que la vida de cada sujeto se adapta a las posibilidades estilísticas ofrecidas por su condición de clase”. Es precisamente la condición económica y social de los cartageneros lo que marca sus consumos culturales y la percepción de lo que es “bueno” o“importante”. El concepto impuesto en su entorno social prevalece antes que el valor histórico que pueda tener en sí mismo.

“Puro petardo”

10:30 p.m., el sitio está lleno y sigue entrando gente. Fuimos por una cerveza, sólo venden Costeñita y Águila en lata. El ron y el aguardiente en presentación de caja o envase plástico. No se venden licores en vidrio, son armas en potencia para algún malintencionado que quiera arruinar la fiesta. Pero, ¿quién va a querer arruinarla? Todos están alegres, las mujeres bailan sensualmente, los hombres alzan los brazos y cantan con emoción, con los ojos cerrados.

El animador sigue diciendo cosas, algo sobre que el ambiente es «puro petardo». He notado que algunos de la fiesta nos miran, muy a pesar de que intenté vestirme acorde a la ocasión. Es notable que somos nuevos. Le comento la situación a mi acompañante y él resuelve todo sugiriéndome que bailemos, «si quieres pasar desapercibida, baila, disfrútalo igual que ellos».

Era cierto. Éramos los únicos sin estrecharnos, sin integrarnos. Trago en seco. Era una prueba difícil. Empiezo por imitar a las parejas que están alrededor, muchos bailan con los ojos cerrados, otros recostados a la pared. Varias mujeres se lanzan a los brazos de su hombre y sólo mueven despacito y muy pegadita su pelvis.

Alcanzo a ver a una chica que rodea la cintura de su parejo con sus piernas, digno de una malabarista, bailar champeta también implica saber algo de gimnasia. Yo opto por quienes bailan separados y hacen pases de reggae. Hago lo mejor que puedo y podría jurar que es ahora cuando más nos miran.

¿Es cultura?

Mientras bailaba no dejaba de observar a mí alrededor. Recordé los conciertos de rock, la muchedumbre enardecida con los solos de una guitarra, moviendo sus cabezas, golpeando sus cuerpos, gritando a viva voz las canciones, después de todo no era tan diferente. Las personas respondemos enérgicamente al volumen de una música con actitud, con fuerza y buena composición, como lo es el rock, como lo es la champeta.

Son géneros diferentes, pero cada cual representan cultura e identificación a sus seguidores. La champeta en Cartagena es símbolo para las clases populares por sus letras atrevidas y los ritmos africanos pegajosos. Es una manera particular que tienen de exteriorizar lo que sucede en sus vidas, tratando de olvidar la crisis en la que viven. Por ello no dudo en creer que la champeta, con su música y baile, es una manifestación de la cultura urbana del Caribe colombiano, tanto que se va abriendo paso a todas las clases sociales, porque la champeta es Caribe por excelencia, es tradición, cultura e historia.

Acto final

Una mujer vuelve a casa después de una fiesta inusual. Ríe al recordarlo. Finalmente se divirtió. Entra a su alcoba, cambia su look nocturno por un pijama. Busca su reproductor de música y pone algo de AC/DC. Al rato se queda felizmente dormida, como quien acaba de hacer check en su lista de cosas pendientes por hacer en la vida, una de las más importantes.