Textos de autor

Arte, lucidez y locura en tres mentes geniales: Woolf, Van Gogh y Poe

«La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles: unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas»

Mensaje del grabado número 43 de Francisco de Goya en el Museo Nacional del Prado, España.

Durante siglos las bellas artes se han alimentado de la imperfección y las debilidades humanas. Pintores, músicos, escritores y poetas han sucumbido a los abismos más profundos donde reina la temible oscuridad de la sinrazón, para luego, a través de sus obras, emerger triunfantes hacia la luz del día.

El arte en sus diversas manifestaciones ha coqueteado constantemente con lo que llaman locura, y ¿acaso no es irremediablemente necesario un poco de locura para crear?

Ante nuestros ojos está la obra maestra. Nuestro ideal de perfección materializado en un poema, un cuento, una novela, unos acordes musicales, una pieza teatral, una pintura de la cual emana la tragedia o alegría de la vida. Detrás de todo ello estuvo el hombre o la mujer que la sociedad elogia, marcados por significativas experiencias personales que configuraron su consciencia trágica del mundo al que pertenecieron.

Al igual que otros pintores y escritores, Vincent Van Gogh, Edgar Allan Poe y Virginia Woolf poseían esa consciencia trágica que se asomó en cada una de sus creaciones. ¿Cómo podemos comprender que la locura se haya tomado estas mentes brillantes y espíritus sensibles?

De acuerdo al psiquiatra argentino Lucio Bellomo, el vocablo que mejor condensa la esencia de la locura es alienación, palabra que significa extraño, ajeno, ido o enajenado mental porque “explicita la desunión y separación de sí mismo mediante la desolación, pavor y la vivencia de una desgarradura interior insoportable”.

Según este punto vista, desde la psiquiatría Van Gogh, Poe y Woolf eran seres alienados. De acuerdo al uso que se le ha dado, desde teorías filosóficas hasta sociológicas, la palabra ‘alienado’ alberga una carga altamente negativa que contrasta con la capacidad creativa y reflexiva de quienes así se consideraron mentalmente, pero a su vez desarrollaron una brillante lucidez en sus obras.

Dejando a un lado las definiciones médicas que la entienden como una enfermedad mental, el enigma de lo que llaman locura posee cierta conciencia trágica del mundo, está emparentada con una visión existencialista y entre sus caminos, en forma de laberinto, es posible hallar a una razón desfallecida por los embates de una decepcionante realidad.

En la sociedad occidental que construyó sus bases sobre el ideal de la Razón de la Modernidad, no tiene lugar esa conciencia trágica del mundo que caracteriza a la locura. No la acepta como propia del ser humano, la encuentra ajena a la naturaleza racional de los individuos. Sin embargo, dicha consciencia siempre ha sido revelada a través del arte en sus distintas expresiones, como lo explicó Foucault en su Historia de la locura en la época clásica.

Es paradójico que el pensamiento racional la rechace constantemente, pero que a su vez exalte los frutos de quienes cayeron en manos de su supuesta irracionalidad. No sólo exalta los frutos, sino que también ha convertido a la tragedia y a la fatalidad que la acompaña en mercancía. Un discurso que conmueve a las grandes masas y luego se olvida.

Bien sabemos que la tragedia humana posee un halo seductor para este mundo, muchó más si está acompasada con locura. No es fortuito que después de su muerte, escritores y músicos empiecen a ser más rentables que en vida.

El sueño de la razón produce monstruos (Grabado 43), Goya, 1799.

Vincent Van Gogh

Hace unas semanas, el diario La Nación de Argentina publicaba que la pintura de Vincent Van Gogh, El zuavo, retrato de un soldado holandés y perteneciente a la colección privada de una conocida familia, había sido vendida por 300 millones de dólares. Cierto o no, la cifra es impresionante y demuestra cuán valorado es en términos económicos el arte de uno de los pintores más enigmáticos de la historia, que paradójicamente vivió y murió en la miseria.

Sobre Van Gogh existen muchos mitos y afirmaciones que lo definen como un artista incomprendido que cayó en los abismos de la sinrazón. La fatalidad de los inusuales hechos que lo acompañaron durante su vida parece ser un imán que atrae la atención hacia sus pinturas.

En una entrevista con el mismo diario, el artista plástico y crítico de arte Luis Felipe Noé, admirador de su legado, afirmó que sobre Van Gogh deben primar dos perspectivas. Por un lado, la que rescata lo pictórico, y por el otro la que está encerrada en sus Cartas a Théo: “El desarrollo de una consciencia en cuyo despliegue no se ve a un loco. Lo suyo no fue locura, sino una lucidez tan exasperada que fue capaz de enloquecerlo”.

No se equivoca Noé al señalar que en esas cartas, el pintor dibujó a través de las palabras muchos rasgos de su personalidad, de su inusitada forma de ver el mundo bajo principios cargados de una sensibilidad excesiva a los ojos ajenos, y una empatía hacia el dolor del otro. El dolor de los desdichados de su época: trabajadores del campo, mujeres abandonadas y mineros. Van Gogh, hijo de un pastor, quiso ser misionero y en una época de su juventud predicó a los mineros de la región Borinage en Bélgica.

Los años en que mantuvo correspondencia con su hermano Théo se caracterizaron por la presencia de un visitante asiduo: la melancolía. Una especie de absurda tristeza que lo invadía intensamente.

Esos estados se profundizaban a través de los continuos conflictos que sostuvo contra el mundo que le rodeaba. Su carácter distaba de lo convencional. Él mismo escribió: “Yo soy un hombre de pasiones, capaz de hacer cosas más o menos insensatas, de lo cual me siento arrepentido a medias”.

Autorretrato de Vincent Van Gogh, 1887.

La violenta y famosa discusión que tuvo con el también pintor Paul Gauguin, por la cual se cortó el lóbulo de la oreja izquierda y luego se lo entregó a una prostituta, es uno de los episodios más sombríos, convirtiéndose en el símbolo de la locura de Van Gogh, motivo que lo lleva a internarse voluntariamente en el hospital psiquiátrico Saint Remy donde permaneció un año. Durante ese período produjo varias de sus emblemáticas pinturas.

Sobre el estado psíquico de Van Gogh sobran las especulaciones médicas y no médicas. Llama la atención el interés que despierta su salud mental, aunque haya transcurrido más de dos siglos después de su muerte.

En 2016, un equipo de investigadores, entre los que se encontraban psiquiatras e historiadores, analizaron las cartas enviadas a su hermano y determinaron que el pintor sufría de episodios de psicosis intermitentes, causados por el consumo de alcohol, insomnio, estrés y el deterioro de sus relaciones interpersonales importantes, como la que sostuvo con Gauguin.

Sobre su muerte, acaecida en julio de 1890, oficialmente considerada un suicidio, también descansan otras hipótesis como la de los biógrafos Gregory White Smith y Steven Naifeh, autores del libro Van Gogh: la vida (2011), en el cual sostienen que el pintor no se suicidó, sino que recibió un disparo de forma accidental por parte de un adolescente de 16 años, llamado René Secrétan, quien se encontraba en el pueblo francés Auvers-sur-Oise durante sus vacaciones de verano.

Por último, un dato curioso: la casa Drouot, en París, subastó el año pasado la presunta arma con que se disparó en el pecho Van Gogh, a sus 37 años. El arma estaba estimada entre 45 mil y 67 mil dólares, según la agencia AFP. El revólver fue descubierto por un agricultor en el año 1965, en el mismo campo donde habría ocurrido el hecho.

Terraza de café por la noche, Van Gogh, 1888.

Edgar Allan Poe

La vida y muerte del considerado maestro del relato corto y de la literatura de terror son hasta hoy un misterio revestido de un aire de fatalidad, similar a las historias de los protagonistas de sus narraciones extraordinarias.

Un final nada digno para tan excepcional escritor, sin embargo, comprensible para un hombre angustiado, terriblemente atormentado por sus emociones como lo fue Poe; quien fuera encontrado borracho e inconsciente en una calle de la ciudad de Baltimore, Estados Unidos, presa de alucinaciones y vestido con ropas que no parecían ser las suyas.

Un tema constante en sus relatos de tipo psicológico son los personajes siniestros a primera vista, que se entregan al crimen y luego, atormentados, atraviesan el umbral de la cordura hacia una insania irremediable.

Según el biógrafo Wolfgang Martynkewicz, al igual que los personajes de sus escritos, Poe se veía a sí mismo al borde de un precipicio. En sus narraciones “describió la atracción que ejerce el abismo sobre aquel que intenta escapar de él”.

Sus padres biológicos eran actores ambulantes. Su madre murió de tuberculosis cuando apenas tenía dos años y el padre lo abandonó. Un desafortunado comienzo para el futuro escritor y para cualquier ser humano.

Para comprender la literatura de Poe, primero hay que conocerlo a él. Basta con acercarse un poco a su historia de vida y sabremos que estuvo marcada por tristezas, problemas económicos, frustraciones, relaciones interpersonales conflictivas como la que sostuvo con su padre de crianza, el comerciante John Allan, quien nunca llegó a adoptarlo legalmente. Así las cosas, el escritor tuvo que lidiar con el hecho de no pertenecer realmente a la familia.

Desde su juventud mostró un carácter inestable, nada acorde con lo que esperaba su familia de crianza. Fue expulsado de la Universidad de Virginia por caer en comportamientos inaceptables debido al abuso de alcohol y la afición al juego.

Pronto se encontró en la ciudad de Boston donde publicó anónimamente su primer libro Tamerlán y otros poemas. Después de ello vendrían varias publicaciones literarias importantes y su matrimonio, con su joven prima de 14 años (asunto que hoy generaría alguna polémica) Virginia Clem.

Edgar Allan Poe, 1809 – 1849.

Su desmedido gusto por la bebida y el consumo de opio alimentaban un carácter desconfiado en los círculos periodísticos y literarios donde mantuvo relaciones conflictivas con diferentes colegas de los diarios donde trabajó como el Burton’s Magazine.

Poe siempre soñó con editar su propia revista. Mientras ese sueño era un firme objetivo personal, también coexistían con él las crisis nerviosas, empeoradas, quizás por el alcohol. Sobre esto Poe escribió: “Mis enemigos atribuyeron la locura a la bebida, en vez de atribuir la bebida a la locura”.

Es hasta 1845 cuando logra su primera gran conquista literaria con la publicación en un diario neoyorquino de su famoso poema El Cuervo, lo cual parece ser el resurgimiento del escritor de La caída de la casa Usher, pero quienes han estado tan cerca del abismo saben que un resurgir también sólo puede ser una circunstancia fugaz.

El fallecimiento de su amada Virginia lo sumerge en las aguas más turbias de su existencia. A partir de allí, la caída de Poe se acelera. Los episodios depresivos se vuelven cada vez más constantes, al tiempo que el alcohol y el opio se vuelven entrañables.

Es bien sabido que en esta época, Poe sostiene intensas relaciones amorosas con algunas escritoras, entre las que sobresale la poetisa Sarah Helen Whitman, con quien quiso casarse, aunque ella no mostrara mucha reciprocidad al respecto. También se conoce un intento de suicidio con láudano, del cual dejó testimonio en las correspondencias enviadas a Whitman.

Para el editor español Alberto Santos, Allan Poe “se convirtió en un crítico feroz, en una persona intratable y colérica, en definitiva en un intelectual militante de sí mismo. Ese fue su crimen y su locura”.

La psicología del autor de El gato negro siempre ha causado interés, al igual que su vasta producción literaria que sigue siendo objeto de diferentes análisis psiquiátricos y de corte psicoanalítico en la academia, como los que realizaron Lacan y la proclamada princesa Marie Bonaparte, bisnieta de Napoleón, concluyendo, entre otras cosas, un supuesto complejo edípico y angustia de castración en el autor.

Poe, al igual que otros literatos, quizás fue considerado loco no sólo por la inestabilidad de su carácter, sino por atreverse a exponer la cara más grotesca de la humanidad, trascendiendo la consciencia social del ser humano para adentrase en esa consciencia oculta que atenta contra el ideal de la moral.

En El demonio de la perversidad, el narrador afirma que “todos tenemos tendencia a quebrantar la ley”. Esto Poe, sin duda, lo hizo muy bien desde la literatura: quebrantó toda norma social de su época al escribir sobre crímenes atroces, incesto, la locura, el miedo, la melancolía, el consumo excesivo de alcohol y la muerte. Lo hizo de forma tan sublime y lúcida que cautivó a muchos otros poetas y lectores como Baudelaire.

Ilustración: El demonio de la perversidad, Arthur Rackham, 1935.

Virginia Woolf

Si hay una escritora en la literatura universal que haya sido elogiada tantas veces por la riqueza de un lenguaje marcadamente poético, esa es Virginia Woolf.

Su particular lenguaje adquirió cierta complejidad técnica en algunas de sus obras cumbres como Las olas, cuya lectura podría desanimar a cualquier amante de las letras con un nivel de principiante, pero que, una vez sumergido pacientemente en el universo Woolf, estará de acuerdo en considerar la grandeza comunicativa de una mujer que en muchos de sus retratos pareciera desvelar tristeza en su mirada.

Desde pequeña se relacionó con la muerte. La de su madre Julia Stephen, cuando Virginia apenas contaba con 13 años, seguida de la muerte de dos hermanastros y posteriormente la de su padre Leslie Stephen. Tantas desapariciones seguidas, unas tras otras, seguramente la sensibilizaron sobre ese cruel destino de la humanidad.

Según la escritora inglesa Lyndall Gordon, la imaginación de Woolf se obsesionaba con los muertos. Algunos de los personajes de sus obras son el recuerdo de familiares y amigos desaparecidos con los cuales vivió intensas situaciones que después recreó en sus novelas. “Los fantasmas -escribió en su diario- cambian en mi mente de un modo muy extraño, como las personas vivas cambian conforme a lo que oímos decir de ellos”.

Desde que salió a la luz, a principios de los setenta, su biografía oficial, escrita por quien fue su sobrino, Quentin Bell, mucho se ha escrito, analizado y psicoanalizado a la brillante escritora que se suicidó el 28 de marzo de 1941, sumergiéndose en las aguas del río Ouse, cercano a la que fuera su casa en Sussex, Inglaterra.

Pese a que nunca hubo un diagnóstico concluyente sobre la enfermedad que padecía, Virginia venía con un historial de depresiones desde su época de juventud. Una de esas crisis sucedió justo después de la muerte de su padre, cuando decidió tirarse desde una ventana.

Virginia Woolf, 1882 – 1941.

Sólo leyendo las novelas y los diarios que escribió Woolf es posible acercarse a su yo interior. En algunos pasajes se ve a una mujer dichosa que contrasta con una personalidad frágil y nerviosa. Una mujer que rebosa de optimismo, pero de repente ese optimismo cesa y su yo deja de vibrar.

Según Gordon, para Woolf no vibrar era ver la realidad. “Las cosas parecen claras, cuerdas, comprensibles y no tienen ninguna obligación de hacerte vibrar, de hecho es en gran medida la claridad de la visión que traen estos largos periodos lo que conduce a la depresión”, había escrito Virginia.

Esos estados inimaginables para quienes se precian de ser normales y de tener los pies bien enraizados en la tierra escapan de su habitual comprensión, especialmente en el caso de una mujer como Woolf que los supo vivir con cierta resignación y aprovechó el aislamiento mental para construir una ficción, producto de sus propias visiones.

Probablemente todo ese mundo interior le ayudó a desarrollar la técnica narrativa que identifica a su obra: el monólogo, la cual también puso en práctica el premio nobel latinoamericano Gabriel García Márquez.

Viviendo en carne propia el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Virginia y su esposo Leonard Woolf pudieron escapar de las explosiones de Londres. Sin embargo, su vivienda y el lugar donde funcionaba la editorial que ambos habían fundado, la Hogart Press, quedaron destruidos.

Ver a Londres, su amada ciudad destrozada, la afligió enormemente. Cuando se acentuó el conflicto, a causa de los constantes bombardeos, su estado anímico empeoró y las voces que decía escuchar resonaron incesantes en sus oídos.

En su diario escribió: “Oh, intento imaginar cómo muere uno por una bomba. La tengo bastante vívidamente, la sensación; pero no puedo ver nada, excepto una sofocante nulidad después. Pensaré, oh, deseaba otros diez años, no esto, y no podré, por primera vez, describirlo”.

Finalmente, esa aflicción profunda la llevó a tomar las riendas de un cruel destino, entregándose a las aguas del río Ouse, antes que dejarlo en manos del régimen nazi.

La recuperación de la obra de Virginia Woolf empieza en los años sesenta con la publicación de gran parte de sus obras. No sólo eso, también se convirtió en símbolo del feminismo porque su vida y producción literaria son el testimonio de la mujer que se desvía del camino que la sociedad de la época le dicta seguir.

Sobre su locura escribió: “Como experiencia la locura es formidable, te lo aseguro, pero vale la pena tenerla en cuenta. En su lava encuentro todavía la mayor parte de las cosas acerca de las cuales escribo”.

Hollywood estrenó en 2002 una exitosa película sobre la escritora titulada Las Horas. Fue protagonizada por Nicole Kidman, su actuación, encarnando a la fallecida autora, le valió un Premio Óscar como mejor actriz.

Imágenes: Cortesía.

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