
El delicado fantasma del vacío
Escrito por Eduardo Viladés
La enfermedad, la muerte y la locura fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y que me han perseguido durante toda mi vida. Es lo que asegura Edward Munch a Van Gogh, que le mira con expresión serena mientras delimita su puntiagudo rostro con las manos. La habitación se ve envuelta por los acordes de una obertura de Robert Schumann. El músico se levanta de la silla, poderoso, como un Moisés dispuesto a dividir los mares, coge el pincel de Vincent y el lienzo de Edward y los envuelve en un pergamino que se mete en el bolsillo.
Mi imaginación va a mil por hora, no sé lo que está pasando. Una voz me susurra algo al oído, puede que sea mi acompañante en el teatro, los audífonos se han vuelto a estropear. No consigo identificar de dónde procede. Me da la sensación de que los dos pintores y el músico hablan a la vez, como si vertiesen sus palabras en un embudo. A lo lejos, en la misma estancia pero levitando, como suspendida entre nubes de algodón, me llama la atención el cuerpo de una mujer, parece un Pantocrátor hecho para el pueblo, regia pero cercana, temerosa pero confiada. Es una actriz desconocida para mí, pero me gusta. Su rostro es poderoso, enigmático, brillante, el espectáculo goza de una delicadeza extrema, me emociona, me dejo llevar, sus movimientos parecen haber sido destripados por la alquimia del tiempo, que solo premia a unos pocos elegidos.
Una vez más, la muerte me acompaña. No me la quito de encima, pero no quiero, es lo que me mantiene alerta, nada más desperezarme pienso en ella, la ansío, quiero que venga a mi encuentro, sé que nadie verterá una lágrima en mi funeral, ni siquiera lloverá ni hará mal tiempo, algo que ensalza los entierros, al revés, un Sol de justicia secará los ojos del sepulturero, que dejará la tumba a medio cubrir con tierra cuarteada por el calor. A mis 85 años, la vida no se ve como un participante sino como espectador, hace lustros que vivo por inercia, en realidad no me considero un muerto viviente, como muchos de mis amigos me identifican, sino un vivo muerto, que es peor porque a la expresión se le quita el componente poético.
Sea como sea, esta tarde me he sentido un poco vivo, aunque me haya engañado y me resulte extraño emplear esa palabra, gracias a esa actriz de ojos acuosos que me mira desde el escenario.
In the still of the night
I held you
Held you tight
‘Cause I love
Love you so
Promise I’ll never
Let you go
In the still of the night
Esta canción de Five Satins de 1956 me despereza. Había entrado en un duermevela anclado al pasado de mis nostalgias. Ensoñaciones, presente y pasado, un futuro incierto. Todo se entremezcla en una historia donde los vericuetos emocionales de dos personas se iluminan desde una amplia variedad de perspectivas. Nada se deja al desgaire: danza, música, cine y arte conceptual. Ahora que lo pienso, similar a mi vida. Echo una mirada en derredor y observo que la platea enmudece con el espectáculo. Miro a mi compañero. Se ha quedado dormido.
En mi ciudad natal, mi abuela me dijo que la danza era una manera de agradecer al Sol por traer calor y luz a nuestras vidas. Cuando hay una buena cosecha bailamos con el corazón alegre en los campos para expresar nuestra gratitud a la Tierra. Es parte del mensaje que la coreógrafa china Yang Liping lanzó al mundo con motivo del Día Internacional de la Danza 2023. La vida nunca termina y la danza nunca cesa. De ese modo terminó su manifiesto. Estoy de acuerdo con lo segundo, discrepo con lo primero, puede que el arte sea eterno, la vida no lo es, afortunadamente. La muerte siempre se lleva o deja con vida a la persona equivocada. En mi caso se empeña en equivocarse, no sé por qué, desde aquí hago un llamamiento a la innombrable para que acuda a mi encuentro, anímate, no me abandones… Con ella podría hablar de mi pasado con enjundia, con validez moral, me entendería, removería la ponzoña que me rodea y crearía poemas de libertad con ella. Estoy tan acostumbrado a hablar del pasado con personas que no lo han vivido que termino inventándomelo. La única versión válida es la que tú mismo aportas, la historia es sólo tuya. Narrar recuerdos, cuando sólo existe un narrador, es escribir ficción. No lo sé, puede que el pasado se invente para poder seguir adelante. A mi edad, casi todos mis contemporáneos están muertos. Con ella a mi lado, con la Parca, seguro que la tortilla se daría la vuelta y ese pasado adquiriría valor de futuro, justo lo que un día fue. De todos modos, aunque hace tiempo que dejé de sentir, esta tarde he recuperado, aunque sea por accidente, ese sentimiento gracias a la actriz sin nombre.
La representación se acompaña de grandes éxitos de mi época como Be My Baby, The Ronettes, Unchained Melody o This magic moment. Los acordes me recordaban a West Side Story y aquel cine del centro de Vitoria en el que vi el estreno en 1961 en un momento en el que todo estaba por descubrir, cuando la vida se manifestaba virgen, en todo su esplendor, y los sueños todavía no se habían recubierto de ninguna pátina de sobriedad ni desilusión.
A la actriz sin nombre le acompaña un hombre de rostro macilento, pero torso enérgico. Sublime como juegan con el arte digital e interactúan los bailarines con las imágenes que se proyectan en la gran pantalla posterior, un cine de verano hecho a la medida de lo que desean transmitir. Durante la primera media hora, lo audiovisual se intercala con la danza a medida que va contándose la historia. Después, una vez que se descubre que estamos lidiando con un fantasma, que el amor puede subsistir en el más allá, conviven juntos. De nuevo, referencias cinematográficas, desde Grease hasta Dirty Dancing y Ghost. Toma prestados varios temas musicales de esas películas. En la mente de todos, el personaje de Patrick Swayze en Ghost, en particular el momento en que la luz del inframundo le llama para que acuda a su encuentro, y en Dirty Dancing, sobre todo en cuanto a la estética de los años sesenta, los Cadillac alargados, la actitud chulesca pero cándida del personaje masculino, los bailes sin final en una noche con desenlace trágico.
So before the light
Hold me again
With all of your might
In the still of the night
In the still of the night
Los dos bailarines parecen una misma persona, como el tronco de un árbol con muchas ramas, se fusionan en un escenario fantasmagórico con la luna llena como telón de fondo. Se paran en seco, aumenta el volumen de la música, se besan, sin hablar transmiten al público el amor por el arte y la cultura. Hubo una vez en mi vida en que el arte me salvó, me enseñó a entender lo que sucedía a mi alrededor a través de una mirada estrafalaria pero contumaz. Y sigue haciéndolo, por supuesto, leer me redime, crear me da fuerzas, compartir recuerdos en folios en blanco me mantiene en paz con el mundo. Porque cuando envejeces, un extraño ocupa tu cuerpo, te posee, no eres tú mismo, todos estamos en la misma cinta transportadora, dirige la mercancía hacia un agujero, el hueco del abismo, del báratro, del vacío, de la nada, de la oscuridad. A mi edad uno siente que se halla en el quinto acto de una ópera de Wagner, es consciente de que el final será infausto, pero no sabe cuándo llegará. Esto aterra, llega a paralizar, en especial cuando te contemplas en el espejo y ves que la carne está pudriéndose, cuando los protagonistas de los marcos de fotos de la estantería son todos fantasmas y que tú eres la albacea de sus vivencias, el administrador de sus recuerdos.
Dicen que lloramos cuando nacemos y cuando morimos. Yo no tengo ni idea de lo que hice al nacer porque nadie lo sabe. Sí que estoy seguro de que no lloraré cuando muera, a pesar de que, gracias a las emociones vividas esta tarde en este teatro de pueblo, deseo aplazar ese momento un par de segundos para degustar lo sentido, para volver a recordar que un día fui feliz ayudando a los demás con mi literatura y ser consciente de que atesoro suficientes recuerdos positivos hechos de bondad y amor que justifican el camino recorrido.
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MARTA LEONOR PUEY
BUENO