La bomba de calor, un relato de Eduardo Viladés
En el mundo de las aplicaciones para buscar pareja la frontera entre la vida y la muerte resulta casi imperceptible. Jugar con fuego es peligroso y hay sustos que no tolera el ser humano, que dejan a uno marcado para siempre…
Yo estoy marcado, pero por los hombres, y cada día más. He perdido la cuenta de los que han pasado por mi cama. Y así estoy, con cara de lelo, pero no por el sexo, bendito elixir, sino por los sustos que algunos de mis amantes me han proporcionado…
Sustos por los que no he cobrado ni un duro. Si hubiese cobrado, para rato estaría escribiendo esta porquería de texto con el que no ganaré ni para café. Ya me lo decían mis padres: ¡Hazte valer, establece una tarifa! Pero no soy muy avispado y encima tengo alma de samaritano (Vicente Ferrer es mi icono e Isabel San Sebastián mi referente), por lo que no les hice caso:
- Hombres que me mandaban una foto sacada en 1950. Salían en las duchas, enjabonándose en el interior de una prisión de Illinois (o gasolinera del extrarradio de Guadalajara), con el ojal dilatado y pidiendo guerra tras sobrepasarse con el Sanex y la verga preparada para explorar mi Fosa de las Marianas. Al quedar con ellos, aparecía un anciano con tacataca y una bolsa llena de viagra comprada en www.chinahelpsyoutofuck_comodiosmanda.com. Ya he dicho que no soy muy listo y obviaba el hecho de que la instantánea hubiese sido tomada en el Neolítico.
- Otros se las daban de catedráticos y entendidos, intentaban engatusarme hablando de Puigdemont, el origen del cosmos o la existencia de Dios y, al conocerles en persona, tenían el nivel cultural de un niño de Primaria y repetían frases hechas memorizadas de la Cosmopolitan de la peluquería.
- Algunos pretendían seducirme con rabos potentes que al natural languidecían y me obligaban a sacar la lupa del armario o llamar a la revista Science.
- Hubo quien me echó de su casa porque no me drogaba. Desconfío de quien no se mete crack, vete de mi casa, me soltó un guardia civil. Precisamente a mí, que lo más fuerte que tomo es una tila antes de acostarme.
Los políticos, los edificios feos y las prostitutas se vuelven honorables si duran lo suficiente. No es mi caso. Cada día estoy más lleno de ponzoña. No estoy bien, para qué te voy a engañar, he ido acumulando tantos sustos que me siento un muerto en vida, un no-muerto prefiero decir, es más bohemio y romántico. Soy el Nosferatu del sexo de andar por casa. En vez de muerto a rabazos, ojalá, muerto a sustos por la ausencia de rabazos. Vivir es duro. Y tan largo….
Nunca he entendido las envidias de ciertos sectores de la población con respecto a mi vida sexual. En el Vaticano hay más sexo que en cualquier burdel de la periferia. E infinitamente más lujuria que la que se respira en mi dormitorio. Todos sabemos que en los centros de algunas organizaciones el bromuro es la base de la alimentación para evitar erecciones no deseadas en las duchas o cuando el prior reparte la comunión el Domingo de Resurrección. Ya en el siglo XVI, Teresa de Jesús experimentaba orgasmos indescriptibles con el Mesías pronunciando uno de sus discursos ante el Sanedrín o expulsando a los mercaderes.
Entiendo perfectamente a Teresa. Jesús es totalmente mi tipo. Me lo trajinaría sin contemplaciones, al menos la imagen que el cine nos ha vendido en Rey de Reyes, Gólgota o La última tentación de Cristo. Le quitaría la melena rizada, para eso me lo monto con una mujer, pero los ojos azules de Robert Powell en Jesús de Nazaret cuando es crucificado forman parte del imaginario sexual de mi pubescencia junto con Lorenzo Lamas en Falcon Crest y el culo de George Michael en Faith.
A mí me gusta el vicio, lo necesito. Para mí, el sexo es un modo de comunicación y siempre me ha gustado mucho hablar. Eres una puñetera portera, pero te queremos, suelen decir mis amigos. Últimamente, estoy más excitado de lo normal gracias a un sistema de aerotermia que me instalaron hace unos meses. El técnico que me puso el aparato, con quien me apareé, me comentó que la aerotermia es un sistema que saca provecho de la energía contenida en el aire que nos rodea. No me extraña que absorba tanta energía de mi piso, que parece la Posada del Peine con tanto ir y venir de personas. Sí que noto que la atmósfera está más limpia, prístina diría yo, y que el calor que provoca es más sano que mi anterior caldera de gas, con lo que crea un ambiente propicio para el desenfreno y la concupiscencia.
Digamos que la tecnología hace que mis clientes respiren mejor y gocen más de sí mismos porque las arterias transportan menos toxinas, con lo que estoy prolongando su vida y alejándoles de la muerte. De paso, llega más sangre a los terrenos de labranza y el producto final goza de mayor calidad. Esto es todo un logro porque cuando un hombre deja de pensar con la polla y empieza a hacerlo con el corazón aparecen los problemas. No me interesa.
El pasado sábado llegué del teatro a las once de la noche. Hacía mucho frío en el centro de Málaga. Aunque no es Vladivostok, en invierno engaña y las casas parecen verdaderos iglús por la humedad. Encendí la bomba de calor, cené algo y me metí a la cama. Estaba contento porque desde que había instalado el aparato de aerotermia ahorraba mucho dinero en la factura. No soy Onassis y con la anterior caldera de gas me las veía y deseaba para llegar a fin de mes, así que estaba encantado. Me dedico al mundo del arte y la creación teatral y gano de media seis euros y medio por pieza, de manera que cualquier ahorro es bueno. Tendría que tener cuatro mil obras de teatro en cartel para gozar de un sueldo decente… El caso es que tenía la mente ocupada con las ventajas de mi nuevo sistema de climatización y me desvelé. Podría haberme puesto a leer lo último de Emily Brönte o sacar brillo a la encimera de la cocina, pero soy muy básico y empecé a tocarme. A esas horas me daba un poco de pereza comenzar el procedimiento de entrar a alguien, pero el deseo no atiende a razones. Encendí el móvil y fui a la lista de candidatos en stock, una especie de sección de oportunidades de unos grandes almacenes. A las once de la noche, y encima sábado, las reses de calidad ya están pilladas o han salido de farra, de modo que hay que optar por la reserva.
Mandé un mensaje a un chaval al que le gustaba el BDSM, el bondage.
Según leí en su perfil, su principal obsesión era limpiar la casa de los hombres con quienes quedaba. Lo hacía desnudo y con un consolador en el culo. Vi que lo tenía en reserva desde hacia dos años, cosa que me angustió un poco, pero no hice caso a mi sexto sentido y me dejé llevar. Yo jamás pienso con el corazón…
A las once y media se plantó en casa. Nada más entrar, y tras pedirme una mandarina ecológica, me dijo que llevaba un mes de castidad, a lo Isabel la Católica, pero que era muy guarra. Me sorprendió bastante porque tenía cara de seminarista, lo típico que te lo imaginas en la secretaría de un ministerio gestionado por VOX o trabajando en Trece TV (después me confesaría que era licenciado en Historia Medieval, de ahí su obsesión por las mazmorras y la estética isabelina).
Se desnudó y casi me da una embolia cuando compruebo que lleva un cilicio de hierro del siglo XVI. Estaba convencido de que lo había robado de algún museo, aunque no quería montar una escena porque tengo un caché y me guardé para mí ese pensamiento. Como he dicho antes, me dedico al mundo del teatro y, afortunadamente, tengo la capacidad de adoptar diferentes papeles. En ese momento era necesario un rol autoritario, estilo Dominatrix de saldo, una mezcla entre Patton en el campo de batalla y Belén Esteban vendiendo lavadoras en un canal de televisión por cable (iba a decir Teresa Gimpera, que es más de mi época, pero mejor optar por algo más contemporáneo que los jóvenes de hoy en día no saben nada acaecido antes de 1992).
El chaval, casi suplicándome, pues se metió mucho en el juego amo-esclavo, me pidió por favor que le dejara limpiar la cocina. Lo pasé un poco mal, no por su petición, sino porque yo mismo había limpiado la cocina esa misma mañana. Me venía mejor que me hiciese los baños. Con el culo en pompa y el cilicio, yo le insultaba, le daba cachetes en las nalgas y le pasaba el scott-brite y el Mistol. De vez en cuando le chillaba si no frotaba bien. Me pone neurasténico que no se frote como es debido en los huecos que hay entre el retrete y las baldosas o que no se quite la cal que se genera en el mango de la ducha. Lo de Viakal es un timo. Y carísimo.
Antes de empezar a limpiar los baños casi le da un nublao al ver la bomba de calor del pasillo. Me confesó que, a pesar de sus estudios en Historia Medieval y su pasión por el estropajo, trabajaba para una empresa que instalaba ese tipo de sistemas de aire acondicionado. Era un apasionado de su profesión y, desde su punto de vista, la aerotermia era a la tecnología lo que la rueda había supuesto para la humanidad muchos siglos atrás.
—La presencia en el mercado de las bombas de calor con aerotermia ha crecido mucho durante los últimos años. Principalmente, se posicionan como una alternativa a las calderas que utilizan combustibles tradicionales como carbón, gas o gasóleo.
—¿No me digas?— contesté yo. Para mis adentros estaba un poco cansado del rollo Séneca de alguno de mis ligues. No tenía el más mínimo interés en que ese desconocido me hablase de la guerra en Chechenia o del descubrimiento de América. No obstante, le dejé seguir. Quieras o no estaba dejando el lavabo como los chorros del oro. Tengo una edad y la artritis causa estragos a la hora de agacharse para limpiar.
—En cuanto a su funcionamiento, las bombas están compuestas por dos unidades. Presentan un COP, siglas de “coeficient of performance” muy alto. Disculpa, pero soy un maleducado, ¿hablas inglés?
—Me defiendo— respondí. No me apetecía contarle que era absolutamente bilingüe. Me gusta que la gente piense que soy tonto y que mi inglés se limita a decir jelou y open your hole. Después lo flipan cuando descubren que hablo mejor que Shakespeare.
Cuando terminó de hacerme los baños me lo llevé a la cama y la libido me bajó a los infiernos. Me quedé petrificado. Como chacha, ideal. Como conferenciante acerca de los beneficios de la aerotermia, un portento. Como amante, un cero a la izquierda. Le dije que tenía un pollo en el horno y le despaché, no sin antes comentarle que se pasara cuando quisiese a limpiarme la casa. Reenvié su móvil a varios amigos con el gancho de chacha gratis.
Quiero encontrar al amor, pero no tengo suerte con los hombres. Quizá tú sí que la tienes, no sé, podría darte mi número y lo distribuyes. Hay quien dijo que la ausencia de amor es lo más parecido a la muerte. Yo estoy bajo tierra. Cada vez que mis amantes me decepcionan siento que cavan un profundo hoyo con una pala que ni siquiera han utilizado. Esto último que he dicho es terrible, ¿te das cuenta? Lloremos juntos, hermanos, alcemos nuestras plegarias…
Busco lo imposible, lo sé, es un camino muy difícil, lleno de obstáculos, como los que atenazaron a Jesús en el calvario. Me siento tan identificado con él. Quiero follarme a un tío que me haga enloquecer física y emocionalmente, que su cuerpo consiga que me humedezca entero y que conquiste mi mente leyéndome fragmentos de El Quijote mientras perfora mis entrañas con su tuneladora, que exprima la materia gris de mi cerebro comentándome los beneficios de mi bomba de aerotermia y que saque petróleo de mi interior…
Pero no hay manera, sólo me cruzo con menesterosos y petimetres. Ayer, por ejemplo, estaba en casa a las diez de la noche con mi infusión de melisa y leyendo Jane Eyre cuando recibo un mensaje de un tipo cuyo alias en la aplicación de móvil de encuentros sexuales era “gayumbos currados». El caso es que deshojé la margarita del “¿quedo o no quedo?” y, como siempre, el vicio hizo que eligiese la primera opción. Le propuse que viniese a casa, aunque le advertí que sólo podía ofrecerle agua, leche o infusiones. Mi madre siempre se enfada conmigo porque dice que soy muy rancio, que no puedo ofrecer a las visitas un vaso de leche y que debería tener latas de coca-cola o absenta para los invitados. Yo me niego, para eso que se vayan a un bar…
A las diez y media sonó el timbre. Con ese alias, yo pensaba que venía a lo que venia, aquello que dices «llega a las 22:30, a las 22:35 le desnudo, a las 22:40 nos ponemos al tema y a las 22:45 sigo leyendo tranquilamente». ¡Horror! Nada más abrir la puerta me encuentro al chaval que me había instalado la máquina de aerotermia unos meses atrás.
En las aplicaciones, casi siempre cometemos el error de quedarnos sin ver el rostro de nuestro amante en potencia, embebecidos por las instantáneas que conforman el pack rabo-ojal. No hay noche en que no me diga a mí mismo “sensatez, un poco de sensatez, pide una foto de cara”, pero veo carnaza y las buenas intenciones se difuminan.
Su expresión me sorprendió. Algo había cambiado en su interior. Tenía ese rictus agrío que suelen tener las vírgenes que son mandadas a las misiones en el interior de Burkina-Faso. No entendía mucho a que se debía esa expresión porque sabía perfectamente que no era virgen. Admito que yo hablo mucho, tengo fama de portera como he dicho. Pues bien, parecía que me habían puesto un bozal en la boca porque no dije absolutamente nada. ¡Dos horas hablando sin parar! Creía que me daba un parrús. Teatro, literatura, filosofía medieval, coronavirus, verduras de proximidad, ERES en Andalucía, el devenir de la existencia humana, el conflicto armado en Guinea Bissau, el procès, la corrupción en los países sudamericanos y las ventajas que tendrá la aerotermia en el siglo XXI. Yo estaba en el sofá, deslizándome cada vez más hacia el suelo, con un sueño espantoso y esbozando esa sonrisa falsa que mantienes con los desconocidos que te dan la brasa y a quienes deseas ofrecer estricnina para que se callen. A la una de la mañana le eché, preguntándome cómo había sido capaz de acostarme con él en su momento. Ahora que recuerdo, hizo la vista gorda y no me cobró el desplazamiento ni el IVA…
Cuando me quedé solo en casa, alcé la mirada y contemplé mi bomba de calor. ¡Parece mentira lo que da de sí este aparato, mara de Deu!, pensé. A partir de entonces, pondría en mis perfiles de ligue o de búsqueda de marido que contaba con aerotermia en casa porque estaba claro que a la peña le ponía. Lo terrible es que, a veces, parecía que se excitaban más con el aparato que con mi aparato…
Y así estamos, sin encontrar mi alma gemela y con el corazón devastado, sin visos de mejora, condenado al ostracismo y la soledad. Me vislumbro solo, en un asilo perdido financiado por alguna productora teatral de Medellín a quien engañé para que estrenase una de mis obras infantiles, deseando que el enfermero que me proporciona la medicación me roce con su mano juvenil, que me mire de soslayo y me diga te quiero con la mirada. Y que después se dilate bien, obviamente, que para algo me daría viagra…
El que no ama ya está muerto, dijo San Juan de la Cruz. Quien se manifiesta indiferente ante la vida y ante la muerte es que no ama, había asegurado San Agustín mucho tiempo atrás.
Quizá me meto a cura. En las criptas vaticanas podré satisfacer mi ansia de carne y espíritu al mismo tiempo. Arte y literatura. Fluidos y lujuria. La doble llama. Al fin y al cabo, Teresa de Jesús siempre ha sido mi ejemplo a seguir. Y eso que en el siglo XVI no se contaba con bombas de calor con aerotermia…
Foto cortesía: WordPress
One Comment
Giovanna Robinson Rangel
Excelente.