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Joy: la cara más denigrante de la prostitución

La prostitución tiene muchas caras, dependiendo del contexto social, cultural y económico desde donde se promueve, con qué medios y cómo se practica. No es lo mismo prostituirse en la calle, en una esquina cualquiera, desde un barrio vulnerable o en los sitios más cotizados de la ciudad como bares, clubs y burdeles; en salones de masajes; a través de una página de internet, o como presa de una red de trata de personas. Precisamente, ésta última cara de la prostitución es el eje central de la cinta Joy, premiada como mejor película del London Film Festival 2018.

Para los amantes del cine con perspectiva social, Joy es una muestra impactante que visibiliza las crueles circunstancias que viven mujeres inmigrantes nigerianas que son sometidas a la explotación sexual en Europa. Teniendo pleno conocimiento de la actividad que desempeñarán, salen de su país motivadas por el deseo de supervivencia y con el propósito de acceder a una vida que difiera de la miseria e incertidumbre que representaría quedarse en sus hogares originarios con los brazos cruzados. 

No es un secreto que Nigeria encabeza la lista de los países con mayor pobreza extrema en el mundo.

En Joy, quienes explotan o ejercen de proxenetas, son mujeres que también fueron explotadas alguna vez. La madame, de origen nigeriano visita a sus trabajadoras periódicamente para cobrar lo correspondiente a la deuda que asumieron pagar por los costos del viaje a la «tierra prometida» que en este caso es Austria.

La Madame (encarnada por Angela Ekeleme) se muestra benévola y comprensiva con sus trabajadoras mientras cada una cumpla con el pago de su deuda, de lo contrario es el verdugo más temible si de castigar se trata.

La protagonista, Joy (interpretada por Anwulika Alphonsus) es la encargada de enseñar los detalles del oficio a la joven novata Precious (en la piel de Mariam Sanusi) quien al principio se rehúsa a trabajar como prostituta, no obstante después de sufrir un indignante escarmiento, se va adaptando poco a poco a la realidad de su entorno, gracias al apoyo de sus compañeras.

La mayor satisfacción que experimentan estas mujeres es cuando se comunican con sus familias y les cuentan que ganaron suficiente dinero como para enviar una generosa cantidad que en muchos casos será malgastada. La familia de Joy, al igual que los familiares de sus otras compañeras terminan siendo explotadores indirectos.

Aunque es una película sobre prostitución no muestra en absoluto escenas sexuales. La estrategia de su directora, la austro-iraní Sudabeh Mortezai es sugerir determinadas situaciones que pese a no ser apreciadas explícitamente por los espectadores, logran que nos acerquemos al alto nivel de abuso que soportan algunos de sus personajes principales. Es como presenciar un hecho violento desde una habitación contigua: el ruido que nos llega es suficiente para imaginar la dimensión brutal de la situación.

 Joy es la cara de la prostitución en su faceta más denigrante porque está unida a la precariedad, a la falta de oportunidades y a la incertidumbre, contrario a otras modalidades actuales de prostitución donde quienes llevan a cabo la actividad (escort y damas de compañía) pueden llevar incluso una vida de lujos.

Independientemente de las múltiples interpretaciones que se puedan hacer sobre la película, es posible tener la triste sensación de que la vida de estas inmigrantes prostitutas no tienen más valor del que ellas suponen porque les han sido arrebatados los derechos más esenciales que enaltecen la existencia de todo ser humano: la libertad y el derecho a una vida digna, entendiendo la libertad como un ejercicio pleno de poder tomar decisiones sin que nos sintamos presionados por circunstancias sumamente agobiantes.

Mientras permanezcan atrapadas en la red de prostitución, que se apoya en creencias religiosas y culturales fuertemente arraigadas en Nigeria, con el propósito de garantizar el pago de una deuda que parece impagable, Joy al igual que sus compañeras de oficio no son en realidad dueñas de su destino; son propiedad de sus explotadores, quienes comercializan sus cuerpos de acuerdo a sus intereses económicos. Aunque se lea cruel: son sólo mercancía, de la cual no son ellas quienes obtienen los mayores beneficios.

Joy se debate frecuentemente en el dilema de denunciar o no a la Madame. No existen garantías legales para asumir tal riesgo porque lo más seguro es que sea deportada a su país de origen. 

La protagonista está atrapada en un círculo vicioso, si no es explotada está destinada a explotar a otras mujeres, de modo que en esta historia no tiene lugar lo que algunas llamarían solidaridad de género. 

Joy es una historia de supervivencia donde el único bien con que se cuenta es el propio cuerpo que por momentos incluso pareciera pertenecer a otros.

El filme puede ser visto en Netflix. Su trama nos recuerda la compleja y desalentadora realidad de mujeres, niños (o niñas) y hombres que reúnen todas las condiciones sociales para ser explotados sexualmente. Realidad que hemos escuchado y observado en algunos medios de comunicación no siempre desde una perspectiva clara y cercana a los hechos.