Narrativa

¿Cuánto le mide?, un cuento de Elkin García

Me eché a la boca un trozo de filete y casi al instante sorbí un poco de vino blanco. Me limpié las manos y la boca con la servilleta y me levanté dejando a Jimena ocupada con su lasaña.

En el baño me crucé con un hombre alto, de espaldas anchas, que salía atropelladamente y con cara de enfado. Murmuró entre dientes algo que no entendí. Creo que me advertía de algo. Entonces me acerqué, relajado, al orinal y me acomodé. Bajé el cierre de mi pantalón, sujeté y dirijí con mi mano derecha mi pájaro. Sentía correr el líquido caliente y amarillo cuando vi que el hombre que estaba a mi lado no dejaba de mirarme el pájaro.

Yo seguí meando y él seguía mirando fijo. Cada vez estaba más cerca, muy cerca. Entonces sacó de su bolsillo de atrás una regla trasparente y pequeña y la coloco exactamente al lado de mi pájaro.

-Catorce centímetros, amigo, la mía es más grande.

Yo sé de gente que siempre esta comparando su literatura con la de los otros y jactándose de lo que leen y menospreciando a otros por lo que no leen, pero qué se traía este tipo.

-Que coño le sucede, amigo. Aléjese, vuelva a su sitio que me estoy meando los zapatos.

-La mía es más grande.

-Ok… Eres el rey de la selva, déjame en paz.

-¿Tu si haces feliz a tu chica?

-Claro, lo importante es que lo hagas como se baila una balada .

-Mi mujer me engaña con muchos y eso que la tengo más grande que tú.

-Amigo, no te preocupes por eso. Déjala. Las mujeres son mujeres, nada más. Piensa que son calcetines (siempre se tienen de a dos), búscate otra. Hay muchas o hazte pajas.

-No, yo la quiero.

-Bueno, tienes que ser macho como los gatos

-¿Como los gatos? ¿Así: miau, miau?

-Sí, lo has hecho muy bien.

-Gracias, es mi primera vez siendo gato.

El chorro paró y me disponía a salir cuando aquel idiota me agarró del brazo bruscamente.

-Amigo, por favor ayúdeme, acuéstese con mi mujer y después me dice que es lo que le sucede. Yo le doy su número.

-Déjeme ir, me esperan afuera.

Al ver su rostro vi que tenía un ojo morado. Indudablemente el tipo que salía cuando yo entraba le había golpeado.

-Amigo, enséñeme a tener sexo.

-Suélteme.

-¡No! Ayúdeme. Se ve que usted sí sabe.

Sin pensármelo mucho, le descargué un puño en su ojo sano y salí dando pasos largos.

-Jimena, vámonos de aquí. Paga con la tarjeta, rápido.

El hombre se quedó asomado a la puerta del baño mirando hacia mi mesa.

-¡Egoísta, mala clase! ¡Ojalá su mujer lo engañe con uno como yo, que la tengo más grande!