Narrativa

La magia del Sur de Europa, un cuento de Eduardo Viladés

Hans y Jana acaban de cerrar sus próximas vacaciones de verano. Ambos se conocieron en una prisión de máxima seguridad de las afueras de Estocolmo. Él cumplía condena por tráfico de armas a los países del Este. Ella, por extorsión a altos cargos políticos y delitos informáticos. Hace dos años abandonaron la cárcel y alquilaron un piso en el barrio de Östermalm, uno de los más selectos de la capital sueca. Están pensando en tener hijos a quienes inculcarles, cuando crezcan, la pasión por el mundo del hampa que tanto les unió en los pasillos del penal. Son tal para cual, nada más verse en la cárcel se enamoraron. Fue en el comedor, en la distancia, mientras ella pedía una ensalada de canónigos y él, en su línea insalubre, marisco crudo con biotoxina marina. Por el hilo musical, Dancing Queen, aderezada con los estentóreos puñetazos de la reyerta de turno y los insultos del alcaide. Una lástima que la encimera de la barra donde colocaban las bandejas, de Ikea por supuesto, tuviese que ser reparada por enésima vez…

Lo del pacifismo de los suecos no es más que un tópico, son los más quinquis, Jana lo sabe perfectamente, acostumbrada a rodearse de los despojos de la sociedad. Gracias al ambiente impuro que se vivía en la cárcel su amor se fortaleció. La chusma llama a la chusma, el delito genera otro delito, es como una bola de nieve, va llenándose de ponzoña a medida que se desliza por la ladera de la montaña… Y gracias al corona y al turismo made in Spain de última generación su relación se consolidará per saecula saeculorum.

Viajes Trevligt.

Disfrute de dos semanas encerrado en el Hotel Sensations de Torremolinos. Suite presidencial con vistas al patio interior, 100 euros. Habitación doble con vistas a la lavandería, 70 euros. Habitación sencilla con vistas a un muro de hormigón, 40 euros. Déjese llevar por la magia de España, sus gentes y sus costumbres. Sin libertad y con los derechos fundamentales cercenados, el país de la sangría se consolida como primer destino internacional del turismo penitenciario. ¿A qué espera para sentir la magia de los barrotes? Tack.

Hans leyó por casualidad este panfleto en una agencia de viajes un día que salió a dar un paseo por Östermalm. Una ola de calor azotaba Estocolmo, con temperaturas de cinco grados bajo cero a la sombra, un bochorno insoportable que invitaba a salir a la calle y tirar la casa por la ventana. La emoción le embriagó, no daba crédito. Siempre había soñado con viajar a España, cuna del flamenco, el salmorejo, la corrupción y el enchufismo, la paella, la mediocridad laboral, el ajoarriero, la envidia y la vergüenza ajena. Todo turista que visitase ese reducto olvidado bañado por el Mediterráneo debería pasar dos semanas encerrado y sin contacto con el mundo exterior para evitar la propagación del ébola oriental. ¿Había algo más erótico que eso? La crisis del corona había convertido aquel país del sur de Europa en un paraíso para Hans y su mujer, acostumbrados a pasar mucho tiempo en las celdas de castigo de la prisión holmiense. Podrían aunar en unas vacaciones el tándem falta de libertad+embrujo andaluz. Tenían entendido que España había pasado de ser el segundo país receptor de turistas del mundo a bajar a la posición 124, por detrás de Kenia y Guinea Bissau. También que su economía pasó de estar entre las diez más potentes a codearse con la de Burundi. Jag är ledsen! Pero eso les daba igual, seguramente se trataría de propaganda de los medios de comunicación. Lo que realmente les parecía excitante, hasta sensual, era la falta de libertad, herencia de sus tiempos en la cárcel y de la amistad que habían entablado con varios traficantes venezolanos, quienes les hablaban del progreso y la enorme libertad que existía en su país, paradigma de la modernidad (el hecho de que Venezuela fuese una de las naciones más peligrosas del mundo junto con Libia, Somalia y Afganistán era algo anecdótico, un pequeño detalle sin importancia). Les ponía a cien saber que toda España había acatado con una mansedumbre propia de embelesamiento por mandrágora las normas dictadas por un Estado autoritario que animaba a que la ciudadanía actuase como soldados para luchar contra un virus con sabor a cerdo agridulce. Al mismo tiempo, habida cuenta de lo fácil que parecía engañar a esa gente, en la mente de ambos comenzaba a funcionar el engranaje de la ilegalidad y la delincuencia para obtener beneficio económico. La palabra estado les producía sarpullido. Los preceptos, diarrea. Estaba claro que el español medio acataba sin rechistar leyes y normas de pandereta, que después endulzaba con histeria, abrazos y picaresca de manual que confundían con espontaneidad de carácter. Incluso les habían dicho que combinaban el aplauso de las ocho con los insultos de las nueve, los besos de primera hora con las denuncias al filo de la medianoche. Tanto calor no debía de ser bueno para esa sociedad. Resultaba fascinante que España hubiese sido el único país europeo en decretar un estado de alarma para bloquear libertades y aprobar leyes sin consultar a nadie. El resto había implantado normas puntuales y concretas con consenso político. Jana era una delincuente de primer nivel, pero también licenciada en La Sorbona cum laude y poseedora de varios máster en universidades de prestigio. Jamás hablaba ni delinquía de modo gratuito.

Dos semanas follando en un hotel sin vistas al mar, con el cartel de posibles infectados reemplazando al please, no disturb colgado del pomo de la puerta de la habitación, y con unos precios tan devaluados que hacía que la corona sueca valiese más que un potosí. Un regalo para cualquiera. De hecho, los 100 euros de la suite presidencial significaban que la habitación costaba 6,6 euros diarios, por debajo de un carajillo en el centro de Estocolmo. La letra pequeña de la oferta de la agencia de viajes también merecía la pena.

Si bien los turistas no podrán salir al exterior durante sus vacaciones, tendrán permitido acudir a la terraza del bar del hotel y permanecer en ella el tiempo que deseen, siempre y cuando mantengan la distancia de seguridad.

Por una vez la letra pequeña sumaba en vez de restar. Tanto Hans como Jana eran alcohólicos, como media España tras la pandemia del corona. Lo de la distancia les daba igual. Primero, habida cuenta del carácter de los lugareños, no la respetaría nadie (la docilidad a la hora de acatar leyes absurdas se diluía cuando el alcohol hacía su aparición). Y segundo, eran suecos, no caribeños, lo normal era que mantuviesen una distancia de 15 metros en situaciones normales. Los dos metros recomendados no los cumplían ni en la cama. Abren los bares antes que los colegios. De este modo titularon sus crónicas muchos periódicos suecos que se hicieron eco de las medidas de España, gran país.

En el aeropuerto, nada más aterrizar, según había confirmado la agencia de viajes, les pondrían un microchip subcutáneo de última tecnología para detectar si habían sido contagiados por el coronavirus y rastrear sus movimientos, el último grito en control totalitario de la población. Curioso que la tasa de desempleo en ese reducto del Sur del Europa superase el 75% y que más de la mitad de la población se hallara en estado de pobreza extrema y que colocaran a los turistas aparatos propios de La guerra de las galaxias. Lo más seguro, pensaba Jana, que no funcionasen adecuadamente porque les habrían engañado, como sucedió con las famosas mascarillas que, por cierto, jamás se utilizaron en Suecia porque estaba demostrado que no servían para nada. Simplemente las utilizaba la población de riesgo, ancianos o personas con cardiopatías anteriores. Está claro que el Gobierno español no acostumbraba a leer la letra pequeña de sus millonarios contratos. Aunque también cabía la opción de la corrupción y que hubieran cobrado en B, el campo de especialidad de Jana durante sus años como jefa de un gabinete de estafas informáticas.

Encarcelamiento y estigmatización, unido a sociedad mojigata que se las da de defensora de las causas perdidas y el bien común. ¿Existía algo más voluptuoso? Tanto Jana como Hans recordaban sus tiempos en la cárcel, la comida de lata carente de vitamina C, las colas en la enfermería por la incidencia del escorbuto entre la población reclusa, el sexo en el colchón roído de los “bis a bis”, lleno de lefa y de orines, la economía de subsistencia, el trapicheo de crack y hachís, la picaresca penitenciaria, tan mediterránea y llena de duende, las duchas a medianoche enjabonando al ama de prisiones y al alcaide con una foto de la reina Silvia colgada en la puerta de entrada como añagaza defensiva.

Les habría gustado viajar a España en el momento más álgido del confinamiento. Echaban tanto de menos sus años en prisión. Allí se conocieron y entre cuatro paredes se fraguó su amor. Están replanteándose volver a delinquir para recuperar ese no sé qué que proporciona lo prohibido, aunque algunos amigos les han comentado que se muden a España para matar dos pájaros de un tiro. El primer paso es disfrutar dos semanas en el Sensations. Después ya pensarán si recuperan sus contactos con los bajos fondos de Estocolmo o, sencillamente, se compran un apartamento en cualquier ciudad española. Jana opta por la segunda opción. Le parece fascinante que pasados los Pirineos sea legal lo que en Suecia supone, al menos, cinco años de cárcel, que el autoritarismo se camufle en justicia y que se pueda confiar tan poco en los políticos elegidos en las urnas. No deja de sorprenderle que la gente acate con tanta parsimonia la eliminación de sus derechos fundamentales y la mentira. En la agencia de viajes le han advertido de la propensión de los españoles a convertirse en policías de barrio y las peculiaridades del carácter Guadiana de parte de la población. Es decir, pueden pasar del abrazo al insulto en cuestión de cinco segundos, siempre con el bien común como argumento inexpugnable.

Sus vacaciones en Torremolinos serán las mejores de su vida. Se imagina siendo insultada desde los balcones del hotel por bañarse desnuda de madrugada en la playa sin respetar la cuarentena y se le erizan los pezones. Le recuerda a las duchas de la cárcel, cuando el ama de prisiones las vilipendiaba y el alcaide se humedecía los labios desde una esquina. Así fue como conoció a Hans. Como el que vulnera el estado de alarma, saltó la verja y sobornó a los guardias para atravesar medio penal hasta las duchas femeninas. Jana ya le había echado el ojo en el comedor y estaba convencida de que vendría. Quién sabe si encuentra a un nuevo amor entre esas terrazas llenas de ponzoña, está un poco cansada de Hans, tan sueco, tan rígido, tan sota, caballo y rey, quiere un macho alfa andaluz, que llame a la policía desde su balcón y después la folle hasta quitar el sentío a la orilla del mar.

Le fascina la contradicción del pueblo español, bravo y contumaz cuando se trata de defender a un armadillo perdido en un parque de Villanueva de la Cañada o la excesiva factura de la luz de una abuelita de un pueblo de la “España vaciada”, pero dócil y manso cuando sus derechos fundamentales son cercenados por una excusa cuya letalidad es similar a una gripe común. Al español le va la marcha, lo tiene claro, la polémica, el drama, el conflicto, ahora entiende que haya tan buenas escuelas de interpretación. Deben de echar en falta tiempos pasados para tolerar con tanta benignidad cualquier regla impuesta desde las alturas. Jana sufre convulsiones cuando escucha el término estado, lo mismo que le sucede con las leyes y las normas, con las imposiciones, con cualquier Gobierno. Es una anarquista convencida con tintes sociópatas. No entiende que se amplíe un estado de alarma durante el cual el Ejecutivo puede nombrar a dedo a quien desee y aplicar las leyes que le de la gana sin consultar a nadie. Aunque piensa aprovecharse en su propio beneficio de la estupidez de ese país, en el fondo le da pena. A todo esto, Jana, sueca y empoderada, feminista por convicción, hará con ese gilipollas que la ha insultado y después taladradado en la playa lo que quiera. De hecho, le dejará plantado en medio de la arena con el rabo rezumando un semen de mala calidad por la basura de comida que ha ingerido durante los meses de encierro. Un semen que huele a gotelé y sabe a gazpacho de bote. Le encanta provocar y conseguir lo que desea. Los hombres son como pañuelos de papel, Hans el primero.

Jana es una mujer que no necesita edulcorar lo que le rodea. Come lo primero que se cae del árbol, viste con harapos y desnuda siempre que puede y no da importancia a donde vive. Su piso de lujo en Estocolmo lo mantiene para disimular. Piensa que la gastronomía, la moda y la arquitectura son las primeras artes creadas por el ser humano porque representan los excesos inútiles añadidos a las necesidades primarias de comer, abrigarse y guarecerse.

Y así pasan los días. Se mueren de ganas de sus vacaciones en España y de comprar un apartamento en alguna ciudad. Como la inmunidad de grupo jamás se alcanzará con la restricción de las libertades y el encarcelamiento domiciliario, en otoño se repetirá de nuevo la oleada de histeria e incertidumbre, el paro se disparará, el tósigo social creará una atmosfera irrespirable perfecta para la proliferación del hampa y los pisos bajarán a niveles de los años 60, cuando lo verde empezaba en los Pirineos… ¡Olé!

En voz alta:

Foto: Superbude

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 25 años de carrera, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Ha publicado dos novelas y prepara la tercera. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana y en 2020 en La Rioja a través del Instituto de Estudios Riojanos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. Hoy en día trabaja también para la revista Actuantes, la principal publicación española de teatro, lo que le permite combinar el periodismo con las artes escénicas. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.