Narrativa

Petro, un cuento de Luis M. López

¿Quién no es o ha sido un perro semihundido?

Socorro Venegas

Cuando Petro se ahogó me invadió el dolor más profundo que hasta hoy he sentido. Pese a mi edad, recuerdo nítida la escena de su muerte por increíble que parezca. Dejaron a un niño de cuatro años al cuidado de un perro anciano, como de diez años, y el perro, por cuidar al niño, se ahogó. Era negro, mestizo y con dos largas orejas; una, la izquierda, caída. Pelo corto y cola en abanico como la de los border collie. Papá lo llamó Petro porque lo encontró un 28 de marzo, Día de la Expropiación Petrolera, un insólito momento de la historia de México que no se repitió jamás. Muchos años después, «expropiación» fue la primera palabra difícil que aprendí.

Petro llegó cansado a casa. El veterinario calculó, al verle los dientes repletos de sarro, que tendría entre siete u ocho años. Lucía como uno de esos inauditos mestizajes callejeros. No hacía trucos pero de forma instintiva nos cuidaba a Lore, mi hermana mayor, y, con particular devoción, a mí. Nos halaba de la camiseta con mucho cuidado, postrando el hocico con delicadeza en nuestras ropas, cuando nos alejábamos del área que mamá delimitaba con una manta roja; por eso era común que nos vigilara. Si hubiese existido Youtube a finales de los ochenta, seguro Petro tendría un video viral.

Todo pasó una preciosa mañana en Cañada de Mineral, un lugar divino con un enorme río y ruinas de haciendas antiguas —del siglo XVII, precisaba papá con el aire del historiador que siempre soñó ser—. En un descuido del perro-niñero salí de los límites de la mantita roja y rodé por un pequeño montículo de pasto en la rivera del río. Petro corrió a la orilla y ladró dos veces. Lo sé porque pude ver su gesto, aunque no pude escucharlo. Saltó al agua. Me tomó con cuidado del pantalón y me puso en la orilla. Luego vi que no salió. Inmóvil, comenzó a hundirse. Veía su gesto tristísimo, de angustia, solo, empapado, con esa vibración que hasta hoy me acompaña cuando estoy deprimido. A partir de ese día fui consiente de mi sordera; hipoacusia, repitieron hasta cansarse los médicos, y por eso esa fue la primera palabra que aprendí a leer con los labios.

Mi familia regresó al poco tiempo de que la oreja parada de Petro, la derecha, se dejó de ver. Mamá me cargó, empapado, y me apretó contra su pecho, y yo veía como Lore juntaba sus manos para gritar y papá se llevaba el pulgar y el índice a los labios. No podía explicarles que Petro no se perdió, que nos lo había expropiado el río de mineral.

Lo supieron una década después, cuando aprendieron el lenguaje de señas. Hasta entonces pensaron que se había extraviado. Petro solía salir vuelto un loco, aun con los tantos años que tenía, todos cargados en la pata izquierda de atrás. Muchas veces contaron que me dejaron solo dos minutos y se alejaron menos de 20 metros para sacar la mesa portátil que siempre llevábamos a los paseos. Que al oír los ladridos de Petro, corrieron hacia donde estábamos.

Explicar en lenguaje de señas una tragedia es tres veces más triste. Vi como el mar salía por los ojos de mamá, una de esas personas desbordadas por el amor a los perros, mientras me preguntaba una y otra vez si me había entendido bien y hacía la seña de ahogado que es algo así como apretarse la nariz y ahorcarse. Sacó del librero una copia del cartel de cuando todavía lo buscaban (conservó durante años algunos carteles que hacían ver más negro a Petro) e imaginé el ruido ensordecedor de sus lágrimas al quebrarse en el suelo, en perfecto compás con el sonido en forma de arritmia cardíaca que, imagino, produce el papel al romperse. 

Fotografía: AP

Reportero y cooperativista (México, 1983). Fue alumno de M.Á Bastenier en la Fundación Gabo. Es coautor de los libros 'Las Finanzas Solidarias en algunos países de América' (2015), 'Avanzar en la Inclusión Financiera' (2016) y 'La economía social y solidaria en un contexto de crisis de la civilización occidental' editados todos por la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y el Centro Internacional de Investigación de la Economía Social y Solidaria (CIIES). Prefiere los cuentos, los perros y la bicicleta.