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Ricardo Grisales: un luthier colombiano tallando la historia

Publicado por Roberto Cárdenas Jiménez

Entre el estruendoso grito desesperado de la lija puliendo la madera y el hermoso susurro calmante de un violín se inicia el recuento histórico de Ricardo Grisales en el taller de luthería de su tío en Cremona, Italia, cuna del violín y los grandes referentes como la familia Amati, Guarneri y Stradivari.

En el centro histórico medieval cremonés, lateral a la catedral de Santa María Assunta y luego de pasar por una inmensa plaza en la vía Sicardo, se encuentra el taller de luthería del colombiano Giorgio Grisales y su sobrino Ricardo.

Una gran vitrina en vidrio pulido expone los hermosos violines, violonchelos, violas y contrabajos realizados por esta familia, siendo esto un aperitivo de lo que se encuentra al traspasar la puerta principal de su taller.

Olor a madera y barniz inunda el espacio, colores y tonalidades policromas resaltan en los instrumentos terminados. En otros, aún sin vida, sólo se destacan sus contornos y formas. Muchos están colgados como cuadros de exposición y otros acumulados como libros.

El cabello encrespado y su barba tupida y negra no pasa desapercibida. Está sentado en una butaca de madera trabajando en algo que probablemente se convertirá en un instrumento, viste un delantal de pechera color negro de bolsillos, muy característico de la carpintería. Él es Ricardo Carrasquilla Grisales, luthier colombiano.

Comenzamos a charlar y la sensación que antes tenía de haber aterrizado en un planeta desconocido y lejano a la tierra se comienza a desvanecer cuando lo escucho hablar español, con acento paisa, mezclado con italiano. El olor a barniz y madera empieza a tomar forma de aroma a café. Mi mente trataba de hacerme sentir a gusto por estar con alguien que venía del mismo lugar que yo.

Ricardo nació en Medellín en 1980. Terminó su bachillerato en el año 2000, después hizo tres semestres de ingeniería civil, pero la abandonó debido a su tío, quien, de modo cómplice, le dio a conocer el mundo de la lutheria y sus enormes posibilidades. Para él siempre fue fascinante saber que tenía un tío que elaboraba, en Italia, un instrumento tan singular y lejano a la cultura colombiana.

Su tío es Jorge Umberto Grisales, principal mentor en esta vocación y primer luthier colombiano, diplomado de la Escuela de Lutheria de Cremona. Es el fundador del taller en el que desde hace ya veinte años Ricardo se desenvuelve haciendo lo mismo que su tío, sólo que con su propio sello y estilo.

Consideraba que no era tan bueno para las matemáticas y se encontraba lidiando con ello constantemente en su carrera de ingeniería. Tras cuestionárselo a sí mismo, decidió hacer una pausa e ir a visitar a su tío en Italia. Sabia decisión, aunque, al mismo tiempo, arriesgada.

Después de un viaje transatlántico, Ricardo llegó a su destino un viernes en la noche. Al sábado siguiente, en la mañana, ya Estaba en el taller de su tío. Le pasaron una Sgorbia, herramienta que sirve para empezar a cortar la madera y cuenta que desde entonces no ha parado. Lo dice mostrando sorpresa, mientras alza las cejas y se le arruga la frente.

Según él, la vocación de la luthería se fue volviendo más compleja, comparada con la carrera de ingeniería. En la luthería las disciplinas se mezclan y se debe estudiar con lupa un poco de química, música, física acústica, dibujo y ebanistería, entre otras múltiples, pero Ricardo prefiere dejar la amplia lista en puntos suspensivos.

Tres años de escuela en Parma, con Renato Scrollavezza, trabajando arduamente en su formación iba a la escuela en Parma y remataba la jornada trabajando en el taller de su tío en Cremona. Iba y venía de Cremona a Parma. Era consciente de la dificultad que existía al construir un instrumento de manera artesanal y por ello no paraba de estudiar.

Al ver lo que sus manos producían, con ayuda de las herramientas, se dio cuenta que su vida no estaría en tierras colombianas, sino en el taller de Giorgio Grisales, en Cremona. Han sido veinte años de aquella certeza.

De Infancia buena, padres separados: padre mecánico, madre contadora; proveniente de una familia de clase media baja. Le gusta bailar, sobre todas las cosas, sobre todo salsa y merengue, amante de la música colombiana. No escucha tanto jazz y tiene un límite de horario para la música metal. En Italia encontró el gusto profundo hacia la música clásica y logró extraer lo mejor de este género.

Resalta sus pocas preferencias al momento de escuchar música. Hace énfasis en que le serviría mucho a los colombianos el estudiar la música clásica, ya que son sonidos que, para él, despiertan, son energéticos y no aburren. Dice que nos deberíamos desprender del concepto negativo que este tipo de música tiene. También remarca que su ‘pecado musical’ es su afición por Die Antwoord, grupo musical nacido en Sudáfrica, en la Ciudad del Cabo, cuya esencia es el electro-rap. Adora la rítmica y la puesta en escena de sus videos.

Su esposa es italiana y es padre de cuatro hijos. Su principal pasatiempo son las manualidades, se autodenomina el típico papá de casa de Home Center. Si se rompe cualquier cosa él está listo para acudir al llamado de auxilio y repararlo o re-construirlo.

Habla sobre las tres maderas con las que trabaja y están contenidas en sus instrumentos: el arce, proveniente de la parte balcánica de Europa (Transilvania); el abete rojo, del norte de Italia, considerado el mejor conductor de sonido en las maderas; y por último está el ébano de Madagascar o de la India. Ricardo ya sabe cómo se comporta el pedazo de madera que tiene en manos con sólo su tacto. Cada uno tiene un crecimiento diferente.

Trabaja con errores de medio milímetro en sus creaciones y agrega que es una labor que precisa casi un ojo clínico al nivel de un cirujano. Al equivocarse podría costar rehacer el producto o la muerte del paciente. Me explica el proceso complejo para hacer un violín, desde dibujarlo, las mediciones, el tallado, ensamble, la aplicación del barniz y el secado. Existen tres tipos de barniz: aceite, alcohol y mixto, pero en el taller usan sólo los dos primeros.

Comienzo a notar movimiento en el taller, a Ricardo le sorprende porque es inusual con la situación mundial. Entran y salen personas. Ricardo recibe violines para hacerles un moderado arreglo pero aun así, continúa con la entrevista y me dice, el alma (anima en italiano) es la parte más compleja de insertar en un violín y “el violín es como un hijo, le das lo mejor de ti y simplemente te queda espera ver cómo se comporta y que hayas hecho todo bien”.

Al taller llegan personas de todo el mundo y se debe aprender a aceptar la diversidad. Sin viajar, se ve el mundo. Viene gente de todos los confines. Pasan personas de Mongolia, China, Rusia, Japón. En común tienen la pasión por la lutheria.

Recuerda una anécdota divertida con un japonés, me lo dice sonriendo y a la vez con mirada expectante. Aquel joven asiático, de más o menos veinte años, no tenía ni idea de quién fue Michael Jackson. El caso es que Ricardo debió explicarle quién fue el rey del pop, pero aun así la persona en la máxima sinceridad aceptaba su desconocimiento hacia quien es considerado una de las figuras más significativas de la cultura del siglo XX.

Según Ricardo, la parte más difícil por la cual tiene que pasar un violín, violoncelo, viola o contra bajo es la venta, lo dice entre risas irónicas, como si realmente lo fuera, pero se sabe que estos instrumentos se venden como pan caliente.

—Al momento de la elección de uno de los instrumentos que hacemos, sucede lo mismo que cuando uno va a comprar un par de zapatos: la persona se debe sentir cómoda, se debe sentir bien con el instrumento. Normalmente llega el músico y lo prueba, quiere escuchar qué voz tiene, cómo es su reacción, no puede permitirse el músico terminar con un dolor de espalda al final del día porque el instrumento lo obliga a adoptar posiciones extrañas; y es ahí en donde está la habilidad del Luthier. En dar un instrumento para que la persona lo pruebe y se encuentre tranquila y a gusto. No tenía ni idea de que los instrumentos deben ser cómodos para los que hacen uso de ellos.

Los precios de los violines varían entre los dos mil quinientos o tres mil quinientos euros o más; y eso depende de quién lo hizo, lo que se está construyendo y cuánto tiempo se puede permitir el luthier, esto en términos de violines hechos a mano. Hay violines hechos de forma industrializada en China que pueden costar entre 70 o 150 euros. Pero también se pueden encontrar violines antiguos, tipo un Stradivari de 9 a 10 millones de euros.

“Trabajar con herramientas que sirvan para cortar y tengan un buen filo es muy gratificante, entran como cuchillo caliente en la mantequilla, es una delicia”, lo dice con tono placentero.

Narra que las herramientas utilizadas para la elaboración de violines son infinitas, pero él prefiere tres: pialla, sgorbia y los cuchillos. Menciona unas piedras japonesas que funcionan para afilar y prefiere trabajar más con el filo que con el papel de lija. Posiblemente esto debido a que tenga un samurái dormido en su interior y un poco de Masamune, conocido como el mayor herrero de la historia de Japón.

El único accidente grave que tuvo fue cuando se quemó la mano con barniz, provocado por las sustancias volátiles que ese liquido contiene. Una quemadura de segundo grado, pero esto no detuvo su pasión.

Otro de los instrumentos que ha comenzado a construir es la guitarra, pero esta actividad la desarrolla de forma extra laboral, ya que lo está haciendo desde su casa en donde adaptó un espacio de trabajo casi tipo taller personalizado y se lo está construyendo a su hija.

Entrando en la recta final de mi visita me pongo un poco filosófico y le pregunto a Ricardo si considera que Colombia es un instrumento roto que debe ser reparado por un buen luthier. “Por desgracia, Colombia más que ser un instrumento roto y necesitar de un luthier, no tiene el músico adecuado que lo sepa tocar, porque el instrumento ya existe y está bien hecho”.

Y agrega: «la música es el alma y los cuerpos son los instrumentos, sin el músico, obviamente, ese instrumento sería un pedazo de madera bonita, bien tallada y pintada».

El violonchelo es el instrumento de preferencia que Ricardo más disfruta hacer. Es la perfecta medida en la que se encuentra mejor trabajando. El más complicado para hacer es el contrabajo, que requiere una mayor resistencia física por su tamaño y por la gran cantidad de madera que se debe retirar.

“El violín es algo muy particular, a ciencia cierta todavía no se sabe de dónde salió. Hay una idea, pudo haber evolucionado, pero todavía falta el engranaje, como lo que sucede con la evolución del hombre, falta ese paso, sin duda algo de mágico y algo de extraño”.

Actualmente Ricardo estudia a cuenta gotas el violonchelo y se considera un mal estudiante porque no lo hace de manera constante debido a todas las responsabilidades que debe asumir. Cuando termina su jornada de trabajo y llega a casa, debe continuar con sus otras tareas como padre, hacer la cena y ya cuando medianamente termina sus responsabilidades le dan las diez de la noche y no le parecería correcto despertar a los vecino con el sonido de su instrumento.

Los valores, la unión familiar y el esfuerzo que Ricardo Grisales aprendió en Colombia son los que lo llevaron a ser la persona que ahora es en Italia. El sonido del violín nunca cesó ni tampoco interrumpió, lo mismo con el de la lija en la madera.

    Fotografías: Roberto Cárdenas Jiménez - Archivo