Roma, la tenacidad hecha voluntad
México, como José Alfredo Jiménez, ha dicho nuevamente “… cuántas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo voy a apagarlas”. Y ha dicho también que en cuanto a cine todavía puede dar algunas clases maestras.
Roma abriga varias nociones, unas de simultaneidad de las formas (el amor y la familia, la ingenuidad y el embarazo, la inestabilidad y lo cotidiano de las tareas domésticas) y otras de profundo drama. Son los ejes de una película que para muchos es la mejor del año y una de las mejores del recién comenzado siglo XXI.
Se trata de una fotografía limpia, acompasada de silencios por parte de su actriz principal. Yalitza Aparicio ha sido todo un descubrimiento por parte de Alfonso Cuarón. La revista Time clasificó la participación de Aparicio, de 25 años, como la mejor actuación de 2018. Y es que, la también docente, dota a su personaje de tanta inexpresividad contenida que sobran las palabras. Son frases hechas de miradas.
Luego de los primeros veinte minutos Roma se vuelve densa, pero desde lo humano de su contraste de clases sociales. Dentro de sus moldes, esta película, reciente ganadora del León de Oro, del Festival Internacional de Cine de Venecia, emerge sutilmente con escenas memorables en las que la decepción se confunde con la suavidad del carácter de su rol principal.
“No importa lo que te digan, siempre estamos solas”, le dice a Cleo la señora de la casa, interpretada por la actriz Marina de Tavira.
La propuesta es clara: lo lateral. Aquello que apenas se nos revela. La construcción sentimental de una mujer indígena que evoluciona entre leves sugerencias por parte del feliz armazón sobre el que se sostiene la cinta dirigida, co-escrita, co-producida y co-fotografiada por Cuarón.
Se llama Cleodegaria Gutiérrez y es bilingüe; y esto no es baladí. La película gira entre el idioma de su familia y amigas (el mixteco) y el que le imponen la ciudad y sus patrones (el español). Su perspectiva está muy clara desde el minuto uno de la película. Nos habla de una cierta intrascendencia personal, pero de la cual dependen todos los personajes anexos. Es decir, a lo largo de Roma notamos cómo Cleo es casi una niña más entre la familia, respecto de su incapacidad para tomar decisiones sobre su propia vida, aunque esto sea muy discutible. Algo así como si estuviese en una constante minoría de edad. Y sin embargo, vertebra el apoyo práctico, solidario.
Se produce además un doble movimiento totalmente provisto de humor en varios momentos de la película. Uno de ellos ocurre cuando Cleo y Fermín están en el cine. Luego de que ella le cuente de su embarazo. Le dice él, aterrado por dentro, que va para el baño y ella trata de disuadirlo. Tanto Cleo como nosotros sabemos que Fermín no regresará. Y ahí está una vez más lo conjetural. Este recurso de lo previsible abre una formidable unión entre el espectador y su protagonista, quien ya se ha dado a querer desde los primeros diez minutos.
Su director opone contraluces narrativos como el drama que vive la pareja de clase media, pero sugiriéndolo, tocando apenas su superficie; ya otros han hecho muchas veces la película de la infidelidad conyugal, del aburrimiento y el hastío. No, el director de 57 años, ganador de un premio Óscar (Gravity, 2013), centra su atención en los ojos de los que no aparecen en las cenas con invitados formales. Aquellos que no se atreven a reclamar un lugar propio, los que charlan en los pasillos y con voz baja.
Se impone también el amor, aunque de eso ya se ha hablado hasta el cansancio. Un amor que se pasea por principios de los años setenta en la capital mexicana. Cuarón entremezcla hábilmente la noción de apertura sexual y la inocencia. Yalitza Aparicio recuerda a aquellas actrices naturales de gestos tímidos, precisos, de la época dorada del cine mexicano. Pero esos ademanes están contornados por una fotografía inmejorable.
Surge una suerte de nostalgia gris y eficaz. Aparece en la voz del fallecido Juan Gabriel, que se escucha en la radio de Cleo, tan impasible. La música romántica es otra gran protagonista como compañía y cotidianidad, mientras en el patio se acumula la mierda de los perros que sólo las empleadas habrán de limpiar.
La película está poblada de perros. Cada uno encontrará las metáforas que quiera en estos animales.
Dentro de los muchos méritos que tiene la elogiada película está su sencillez argumental. No porque la historia no entrañe un sinnúmero de complejas relaciones, sino porque, al menos quienes hemos nacido y crecido en Latinoamérica, hemos visto mil veces a Cleo. La hemos contemplado en los ojos de tantas mujeres cuya vida ha derivado en el trabajo doméstico, casi siempre injusto y maltratado. La hemos visto no como una mártir a la que hay que mirar con lástima, sino como la tenacidad hecha voluntad. Como esas vidas paralelas que crecen junto a nosotros, que no son mejores ni peores, pero que sí habitan otra dimensión en la que el azar y el mérito parecen haberse dado un golpe en la cabeza.