Sara Baras vuela en Logroño
Escrito por Eduardo Viladés
Hay quien dice que dormir es ensayar la muerte. Por eso, la mayor parte de las noches permanezco en vela en el sillón que está al lado de la cama en la que yace mi hermana. No quiero acostarme para no tentar a la Catrina. Se llama Carmen y tiene 45 años. Pasó unos días en el hospital, volvió a casa y ahora ha empeorado. Anteayer la llevé al teatro, los médicos no me dejaban, insistían en que no saliera de su dormitorio, pero nos escabullimos y nos presentamos en el patio de butacas de Riojafórum para disfrutar de Vuela, de Sara Baras.
Tres veces había visto en escena mi hermana a la bailaora gaditana. Hace más de 20 años. Por aquella época, Carmen era un remolino, aún pensaba que vivir era un regalo y no un tormento.
Juana La Loca, Mariana Pineda, Carmen. Espectáculos con nombre de mujer para reivindicarnos.
Cada 48 horas vienen a comprobar su estado. Sé que no le queda mucho porque sus ojos lloran sin llorar, supongo que hay miradas que no saben mentir, la mirada del adiós se reconoce de inmediato porque deja una sensación helada que desconcierta.
Hace tiempo que mi hermana tiró la toalla, no por la enfermedad degenerativa que sufre, sino por la porquería que le circundaba. Se especializó en estudios de género y vivió en varios países sudamericanos donde el androcentrismo hipotecaba a miles de mujeres justo desde el instante de su nacimiento. Luchó sin tregua, creó varias escuelas, siempre convencida de que educar a una mujer suponía educar a toda una generación, mientras que educar a un hombre significaba, en muchos casos, instruir a ganado.
Empieza la representación, un viaje coreográfico compuesto por quince piezas para dejar volar la imaginación a través del taconeo sinfín; zapatos que cimbrean en el tablao logroñés con aroma de incienso, ruido de bastones, luces blancas y azules. Con lenguaje flamenco, se crean palabras en movimiento.
Sara celebra el vigésimo quinto aniversario de la fundación de su compañía con un homenaje al maestro Paco de Lucía, el mejor guitarrista flamenco de todos los tiempos. Con su estilo personal e inconfundible, De Lucía compuso melodías que han dado la vuelta al mundo y trabajó al lado de figuras de renombre internacional como Al Di Meola, John McLaughlin o Chick Corea.
Últimamente, Carmen estaba desencantada. Volvió a España y tuvo que soportar cómo la cultura judeocristiana seguía defenestrando a la mujer. Nunca quiso subir a las alturas al sexo femenino, simplemente demostrar que es igual de fuerte que el masculino. Batalló porque en los colegios el lenguaje inclusivo fuese obligatorio, pero no lo consiguió. Creó varios grupos en defensa de la igualdad salarial, pero no logró ser escuchada. Tampoco entendía que las nuevas generaciones estuviesen reavivando ciertas conductas machistas que ella llevaba lustros intentando desterrar.
Carmen está encantada con el recorrido de Vuela, dividido en cuatro actos: madera, mar, muerte y volar. La madera nos recuerda la fuerza de unas raíces, la calidez del ser. El mar nos invita a navegar en la pasión y ser como el agua. La muerte, una forma de explorar las emociones humanas desde lo más profundo. Y, finalmente, volamos, la única forma de huir sin correr, dejándose llevar por la celebración y la alegría, una oportunidad que sólo la música, el baile y los sentimientos nos pueden brindar.
Ahora que lo pienso, en la vida de Carmen hay mucho de madera, de pájaro cerril que no deja de volar, de mar, infinito y misterioso. Y de muerte. La enfermedad fue manifestándose poco a poco, como un asesino a sueldo que va dejando señuelos del que será su crimen perfecto. Antes de que empezara a deambular lisérgicamente por su mundo abolido, ella misma estaba acongojada por lo que el futuro podría traer. A pesar de que sus ojos estaban sitiados por las ojeras de quien ha sufrido más de lo soportable, el poderío que la había caracterizado no había desaparecido del todo. Hay gente, como Carmen y Sara, que tiene el don de amplificar la alegría de los demás. Mi hermana con su lucha sobre el terreno, ahora guerra perdida que se apaga poco a poco. Y la gaditana, con su arte.
Se queda petrificada contemplando a Sara. Parece que ese poderío perdido se trasvasa de la artista hacia mi hermana.
El baile resalta la resistencia y la fortaleza de las mujeres, dijo recientemente Sara en una entrevista. Arte heredado de su madre, Concha Baras, arte que sabe a salitre, al Puerto de Santa María, a boquerón, arte que se levanta como antídoto para la pobreza.
Carmen era libertad, un espíritu beligerante e indómito, toda referencia al Estado, a las normas y a las leyes la bloqueaba. Taconeaba palabras, al igual que Sara derrite el escenario con esas pantorrillas de acero.
La fatalidad nos obliga a replantearnos las cosas. Carmen lo tenía claro. Siempre decía que el tiempo se escurre de las manos sin que nos demos cuenta. En eso yo era diferente. Veía la muerte como algo desagradable que ocurre a los demás, pero no a mi familia ni amigos. Ni siquiera pensaba que yo misma tendría que afrontarla. De hecho, me sentía inmortal, no se me pasaba por la cabeza que algún miembro de mi familia enfermase, que desapareciera en algún momento.
Carmen se llevará esta velada a su hades de cartón. Le acompañarán Ciro, Manolete, El Güito y Dania González, referentes de Sara en su búsqueda de esas palabras en movimiento que nos han encandilado en Logroño. Sin olvidar a Paco, quien arrullará a mi hermana con su guitarra. El flamenco es tanto de Cádiz como de Tokio porque está al servicio del corazón, asegura Sara, quien recuerda un concierto de Paco de Lucía en la capital japonesa. Del mismo modo que, entre dos aguas, Carmen recordará este jueves de noviembre allá donde la lleve el taconeo de la Baras.