Hotel abandonado, un cuento de Fernán Correale
Publicado por Fernán Correale
Nunca sé le roba a un escritor, eso fue lo primero que pensé mientras la noche caía y todavía no lograba dirigirme a la puerta y darle dos vueltas a la llave.
Empezó a pensar qué le convenía hacer. Pensó sí la llave estaría descansando dentro de la cerradura o quizás no se encontraba allí. Dónde podía estar. El simple hecho de pensar en eso le produjo un escalofrío siniestro qué recorrió todo el cuerpo escuálido y pálido de tantos cigarrillos que fumaba.
No iré hasta el pasillo, no me fijaré sí está en la mesa ni sobre el llavero. Un intento de llavero hecho con alambres, colgado de un clavo oxidado.
Sé puso de cuclillas, apoyando la cintura contra la parte de adelante del banco de madera. Qué me van a robar. Sólo tengo libros viejos con aroma a cenizas y la computadora sin más qué algunos cuentos pútridos y novelas inacabables porque no tienen forma, principio, ni final. Das lástima. Doy lástima, pensó, mirando su reflejo, frente a la ventana que todavía esperaba la caricia, cálida, de la cortina. Más que cortina, era una sábana negra y blanca que ya no usaba. Hace cuánto no cambiaba sus sábanas. Tendría otro juego. Habría jabón. Habrán cortado el agua otra vez. Esos hijos de puta. Seguro son los bomberos. Quién nos roba el agua. Seguro también nos cobran por no usar el agua. Hasta eso nos roban. Prendió el décimo cigarrillo de los últimos quince minutos. Sentado frente a la computadora. Nada podía escribir, sólo fumar, fumar y ver el fuego, le quedaban dos leñas hasta mañana. Tal vez traen leña. Encargué leña. Putas incógnitas. Más putas que las putas. Todas putas que me abandonan. Las dejo y me culpo por dejarlas. Seguro me robaron los poemas. Cómo voy a triunfar. A quién le importa el triunfo. Asco da la habitación y tú escritura. El viento cada vez suena más fuerte y las chapas casi se vuelan. El humo cubre toda la habitación. Los libros no dejan lugar ni siquiera para los restos de mate cocido. De tanta yerba esto se volvió una jungla. Monos inútiles. Sobra la yerba y faltan flores. Putos drogadictos. Quién me robó las plantas. Era un dealer afamado. Quién se quedó con mi negocio. Ya no garpa. Nada garpa a éstas alturas. Todo se esfuma, se desvanece en el aire, cómo la cocaína que tanto les gusta esnifar a esas trolitas en el bar Cofradía. Ya no quiero sentir esta asfixia cotidiana. Paranoia hija de puta. Volver a los callejones a matar vagabundos, no parece digno. El karma no avisa, pendejo, que te quede claro, dijo el milico, apuntando con su revólver. Sí cómo no. Corneta, tenía qué ser.
Pero mandate unas teclas maestro. Deja de flipar, viendo a esas adolescentes con la concha mojadita. Desnuda, la veo, sobre la orilla, pidiendo más. Hace cuánto. A quién le importa. Podría escribir sobre ella, la misma mierda, una y otra vez, como hizo ese escritor argentino. Ya no me fumo ésta puta nostalgia patética. Todo por una mina. Siempre son las minas, una y otra vez, quemándote el bocho. Disparo contra las latas vacías, ella junta flores por el campo, abrojos junta, junta pasto seco, alguna pelotudez y se hace la nena de papá, la nena de un gil, de un gobernado, y vos creyéndote qué, el mejor de todos, la tengo re clara, decís, mirando sobre el alféizar de la ventana quemada, de la sexta habitación del segundo piso del hotel abandonado. Qué mirabas, con tanto pudor, pánico en tus pupilas. Mirabas la laguna negra, con juncos, tan danzantes ellos, imbéciles, y pensabas en ahogarla, en quemarla, en cogerla, o eso lo hiciste y no te acordás, cómo miraron la parejita de holandeses, tan colorados y sumisos. Ni perdón, sé hicieron cómo que nada pasaba y siguieron viendo los grafitis en las paredes derruidas.
Una ruina que sigue en pie. Un pie cubierto de lodo. El lado izquierdo de la desgracia, la imposibilidad inmensa y voluble que consume los días otoñales. Ya no soportas el afuera. Los párpados queman cada vez que dormís entre las pulgas con la cabeza sobre una rata muerta. Inútiles bastardos. Sumiso y problemático enjambre rodeado de polillas estólidas, sin contradicciones más que buscar algún tipo de lana mugrienta para pasar la tarde.
Zumban, zumban las balas en la noche húmeda. Un potro canta victoria antes de tiempo. Y la herrumbre es de nosotros. Los bárbaros vencen. Dónde está Aquiles cuando tiene que hacer justicia. Ulises ya zarpó. Un zarpazo en la tráquea y finalizado el cuento. Pero no, sos débil como una anciana cruzando Rivadavia con dos mochilas al hombro. Al menos llegó a vieja, mirate a vos, un piojo metido en su estuche de goma a punto de reventar y quedar sordo. Pidiendo monedas, en la calle, pasan las tardes, mientras el mate va y viene, va y viene, sin volver jamás. Una confesión, detrás del pupitre atónito. Ella mira, desgarbada, llena de lagañas y leche en la panza, por fuera, por fuera, por dentro nunca. Qué decís idiota, te dejé hace cuánto y seguís dando vueltas. Vas a hacer que te mate y no quiero preocupar a tú madre.
Un águila vuelve a volar sobre los techos invisibles del cerro azul, desmoronándose tibiamente sin pudor, sin consuelo, lloriqueando, una vez más, debajo de la mesa, la llave, la llave, la roca con forma de llave, de cúmulos de papel debajo de la ceniza, con el cuello torcido ves tu vida, torcida cómo el cigarrillo, que lleva, a sus labios, el profesor, en el café, arbolado, disertando sobre algún otro idiota, con mejor suerte, mientras volvés la carita, de gata asustada, para sonreír, una vez más, sin ver el auto que no va a frenar, aunque vayas por las putas rayas con forma de cebra. Esas mismas rayas que, el profesor inhala, antes de seguir con su ditirambo esquizofrénico, sobre el fluir de la conciencia. Qué imbécil inventó, ese término obsoleto.
Dejaré de gritar cuándo me digas porque te vas. Porque me dejas. Quién carajo te crees que sos. Quién sos. Bajá del auto. No. Bajá. No, idiota. Y golpe tras golpe vas quemando las cartas que alguna vez escribí.
Dos vueltas de llave. Cerrar las cortinas, mirando por última vez la noche. Encender un último cigarrillo. Ordenar los papeles. Después de eso averiguaré por fin qué se esconde detrás de la empantanada laguna negra. Qué hay allí, escondido dentro de ese hotel tan burgués lleno de dibujos, de madera quemada, de alfombras color gris, que antes eran verdes. Resiste, mientras puedas, siempre resiste, mañana nadie se fijará en lo que fuiste.
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