Cine y TV

Todos estamos buscando la gran belleza

Jep Gambardella estaba destinado a la sensibilidad. Por eso se convirtió en escritor y por eso, precisamente por eso, escribió sólo una novela El aparato humano, hace más de cuarenta años. Se trata del personaje principal sobre el que gira una de las películas más sugerentes de la reciente filmografía italiana, ganadora además (aunque esto no signifique más cosa que pertenecer a un club social) del premio Oscar como Mejor Película Extranjera de 2013.

Gambardella es un hombre de 65 años con un agudo sentido del humor y del placer. Puede que más de lo segundo que de lo primero. Aunque quién sabe. Jep, interpretado por el veterano actor italiano Toni Servillo, es una metáfora de muchas cosas, pero sobre todo representa a la alta sociedad romana actual, de la que no hace otra cosa que burlase, dicho sea de paso; y sin embargo, es uno de sus mejores exponentes en lo que se refiere a la decadencia y al ocaso que supone lo corroído de una ciudad tan cosmopolita, tan moribunda, y que aún así respira el arte.
«Los mejores habitantes de Roma son los turistas».

El nombre de la cinta en italiano es La Grande Belleza. Paolo Sorrentino, su director, se desliza por las escaleras de la comedia y el drama para mostrar a un hedonista sin remedio. «El descubrimiento más consistente que he hecho tras cumplir 65 años es que no puedo perder tiempo en hacer cosas que no quiero hacer».

Durante 142 minutos se aborda un concepto de belleza múltiple que cultiva el desenfreno y los excesos, entre la desesperación de los eventos imborrables del pasado. Una película ávida de ironía. Desde las primeras escenas se va planteando una Roma histórica, rica en matices crepusculares. «En Roma no puedes destacar sobre los demás más de una semana. Luego te llevan de vuelta a la zona de los mediocres».

Como Jep no ha querido volver a escribir una novela, realiza artículos de cultura para una revista cuya directora es una enana lúcida, borracha y entrañable que lo acompaña a las fiestas más desmesuradas. «Beberé muchas copas. Pero no tantas como para ponerme molesto. Y luego (cuando se levanten) me iré a dormir». Drogas, sexo y superficialidad. Y de fondo: el rey de lo mundano.

«Pero yo no quería ser simplemente un mundano. Quería convertirme en el rey de los mundanos. Y lo conseguí. Yo no sólo quería participar en las fiestas. Quería tener el poder de hacerlas fracasar».

Sin embargo, más allá de aquella radiografía de la vida nocturna de las metrópolis del planeta, se advierte, como es natural, uno o varios dramas personales. Los lujos se revelan como un contexto que palidece ante el retrato de un hombre eminentemente sentimental.

«De pequeños a esta pregunta, mis amigos siempre daban la misma respuesta: el coño. Pero yo respondía: el olor de la casa de los viejos. La pregunta era: ¿Qué es lo que realmente te gusta más en la vida? Estaba destinado a la sensibilidad, estaba destinado a convertirme en escritor, estaba destinado a convertirme en Jep Gambardella». 

De ahí que, tras cumplir los 65 años, Jep busque, aunque no lo diga, un motivo para escribir, un salvavidas que lo rescate de la deriva de la nada, de la vanidad. Desde la terraza de su apartamento, con vistas al emblemático Coliseo romano, este escritor tiene muy claro que el tiempo es limitado y que la vida es lo suficientemente valiosa y corta como para perder instantes realizando actividades que no desea, o sufriendo por nimiedades.

Se trata entonces de una pequeña joya llena de significados. La narrativa audiovisual por momentos se rompe con escenas figurativas y diálogos de altísima estética. La frivolidad se entremezcla con la sinceridad teatral del personaje central que lanza todo el tiempo preguntas a la audiencia, interrogantes puntiagudos sin interpretaciones demasiado fáciles, llenos de calma y desprecio. Resulta particularmente difícil desapegarse de algunas escenas; como en la que aparecen de la nada flamingos y jirafas, que rápidamente salen de cuadro, un resumen abierto del instante que el director quiere transmitir.

Algunas tomas son exquisitas y el manejo de la cámara transporta al frenesí de un guión que se atreve, como un latigazo, a retar al espectador. En mitad de esta búsqueda de la belleza tenemos que decirnos la verdad al espejo.

Aparece también todo el tiempo la curia romana que sirve de contrapeso audaz ante tanta frivolidad aparente en medio de la música sacra. Aunque no quiere, Jep habla de la muerte y de su amor, de las raíces. Del corazón que, contra todo pronóstico, jamás se pervierte pese a tantos naufragios.

«Termina siempre así, con la muerte. Pero antes hubo vida. Escondida debajo el bla, bla, bla, bla, bla. Y todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido. El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados, caprichosos destellos de belleza. Y luego la desgraciada miseria y el hombre miserable. Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo. Bla, bla, bla, bla, bla. Más allá, está el más allá. Yo no me ocupo del más allá. Por tanto, que esta novela dé comienzo. En el fondo, es sólo un truco. Sí. Es sólo un truco».

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