Opinión,  Textos de autor

El gran ausente en los Premios Óscar: El Faro

Encontrar los motivos por los cuales El Faro ha pasado casi desapercibida para los premios de cine, no resulta una tarea demasiado difícil de encomendar. Y que este filme sea uno de esos casos donde el director juega premeditadamente a ser provocador e “independiente”, al tiempo que busque sin tapujos convertirse en obra de culto tampoco es algo muy difícil de imaginar. Es más, puede que aquí resida, paradójicamente, la fuente de sus mayores virtudes y defectos.

Porque la película juega fuerte en lo estético, es cierto, pero más lo hace todavía en su propuesta argumental y sus formas. Y en esa particular búsqueda, consigue momentos de auténtica perfección artística, al tiempo que ciertos momentos de zozobra.

Tal es así, que partiendo de una premisa visual y narrativa que atrapa desde el primer instante, Robert Eggers construye una cinta que navega entre el cine de terror psicológico, con fuertes reminiscencias expresionistas, y el drama personal y existencial de dos hombres atormentados que, ante vivencias y traumas diferentes, deberán enfrentarse a la dura tarea de sobrevivir (y convivir) solos; el uno con el otro, en una remota e inhóspita isla de Nueva Inglaterra. El motivo: gestionar y mantener en funcionamiento las instalaciones de un misterioso faro, a finales de siglo XIX.

Pese a esto, es cierto que, aun cuando es bien presentada la historia, y, sobre todo, transcurridos los primeros minutos de metraje, el filme cae en cierta meseta en la que tal vez el director quizás abusa de ciertos recursos visuales para reforzar su intención argumental. Por momentos esto confunde y hasta aburre al espectador. Este es un claro error de guión y montaje que bien podría costarle la oportunidad que hasta entonces le da el espectador.

Pero hay algo que, incluso en estos flacos momentos, lo mantiene a uno atornillado al sillón. Su fotografía merece aquí una mención especial. Se destaca a primera vista el formato de imagen en celuloide 1.19:1, tan inusual en estos tiempos modernos. Esta proporción estrecha en horizontal, junto a la ausencia de color, y gracias a encuadres y movimientos de cámara que realzan ese sentimiento claustrofóbico, consigue transmitir con notable realismo; lo inestable de la condición (ambiental y psicológica) en la que la trama se desenvuelve, al tiempo que nos regala, constantemente, hermosas postales en movimiento.

Todo esto, acompañado de una inquietante, oportuna y visceral propuesta sonora, que realza y perfecciona el clima de tensión y tragedia que la cinta parece insinuar desde el inicio. Resulta, ya lo verán, tarea complicada el poder olvidarse de aquel grave y siniestro sonido a sirena de barco, que parece presente, e incluso algo intrusivo, a lo largo de casi todo el filme, consiguiendo por momentos poner los pelos de punta.

En lo que a interpretaciones se refiere, Willem Dafoe alcanza, por caracterización e interpretación, el paradigma cinematográfico por excelencia del marinero añejo y sagaz (pero también algo desquiciado y quisquilloso), curtido por años y más años de vida expuesta a la mar y a la soledad. Es, seguramente, una de las mejores interpretaciones de su carrera.

Sin embargo, y a título personal, pienso que quien consigue verdaderamente sorprender es Robert Pattinson. Ofrece pruebas suficientes de que en el desván quedaron los viejos pecados de su pasado actoral. Consigue construir un personaje creíble y perturbado, perseguido por errores de una historia propia no muy lejana, que se van mezclando con curiosos delirios mitológicos, mientras su personalidad va evolucionando conforme la cinta avanza.

En el medio de estas dos (y únicas) poderosas interpretaciones, la figura casi ontológica del Faro será el eje sobre el que nuestros personajes irán revelando lo más oscuro de su ser, van alternando encuentros amistosos con otros que no lo son tanto, y alcanzarán su momento culmen al final del filme. Un desenlace que, sin duda, está entre los más hipnóticos y magistralmente filmados de los últimos años.

Puede que sea esta torre costera tan particular la que se erija como metáfora de la constante búsqueda de lo inalcanzable, y la devastadora soledad autodestructiva, a la que tantas veces conlleva dicha empresa. Tal vez, y obviando los detalles específicos de la trama, estos dos personajes antagónicos puedan ser, en realidad, las dos caras de una misma moneda. Dos manifestaciones opuestas, pero necesarias, que navegan entre las vericuetos de las relaciones (y la voluntad) de poder, donde tarde o temprano la pulsión de muerte termina por mostrarse desnuda, a plena luz del día. Una luz, en este caso, inquietantemente resplandeciente.

Entonces uno dudará, si es que no lo hizo antes, si lo que estamos viendo en pantalla está sucediendo en realidad, o si más bien aquel extraño monstruo no encierra cierta concepción auto percibida por sus protagonistas.

Para finalizar, y pese a todo esto, hay que decirlo: puede ser una de esas obras que sabes que perdurarán cualquier cantidad de tiempo en tu memoria. Aunque este filme no será del agrado general, y no porque éste requiera cierto grado avanzado de entendimiento del cine, sino porque, como sucede con cualquier expresión artística, habrá quienes sabrán identificarse a sí mismos con esta propuesta, algunos más que otros. Y siendo esta tan particular, tendrá indudablemente sus detractores.

Sin embargo, puedo garantizarles, sin temor a equivocarme, que El Faro es una de las películas más hermosas y aterradoras jamás filmadas.

Fotografía: Youtube

Arquitecto de profesión y fotógrafo aficionado. Amante del buen cine, la filosofía y la literatura. También fanático de Boca Juniors.

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