Entrevistas

Frédéric Vitoux: «Escribir es una forma de la insatisfacción»

Probablemente la escritura y la lectura son dos de las actividades que más requieren de soledad. La idea no es nueva. Pero conocer por qué escriben los escritores y cómo funciona ese método antiguo de hilar palabras, es uno de los grandes objetivos cuando se piensa en hacer un festival literario.

Frédéric Vitoux (Vitry-aux-Loges, comuna francesa de Loiret, 1944) además de ser miembro de la Academia Francesa desde 2001, es escritor y periodista.

El Hay Festival y el Hotel Santa Clara consiguieron algo que parecía imposible: sacarlo del ostracismo de su residencia en la isla San Luis, París, y traerlo a este Caribe macondiano para que alumbrara los conversatorios con su prolífica obra.

Frédéric desprende ese entusiasmo plácido de aquel que ha vivido lo suficiente para conocerse a sí mismo. Mide cada palabra, no las malgasta. Pertenece a una familia de periodistas, pero en principio lo que quería era hacer cine.

Gracias a la inestimable ayuda de Christine Renaudat, quien hizo las veces de traductora y testigo, pudimos aproximarnos al abismo de la psiquis de un escritor, a su insondable soledad.

¿Por qué es escritor?

Al principio quería ser realizador de cine, hice estudios de cine. Después de algunos años en el cine pensé que no tenía ninguna de las cualidades necesarias para ser realizador, pero escribir escenarios sí. Pienso que en el fondo la literatura ha sido esencial para mí porque soy alguien bastante solitario y pienso en la frase de Marcel Proust: ‘Los libros son productos de la soledad y son los hijos del silencio’. Quizás a veces no estoy muy feliz escribiendo, pero estaría mucho menos feliz si no escribiera.

Para Ernest Hemingway escribir era “sentarse en un escritorio y sangrar”.

Sí. Creo que es una mezcla rara y difícil de explicar, de un gran sufrimiento y de increíble alegría.

¿Cómo fue su infancia, teniendo en cuenta que su padre fue periodista?

Cuando nací mi padre ya no era periodista, pero tuve la suerte de vivir en un medio literario y he crecido con muchos libros alrededor. Pero mi padre no era muy directo, me dejaba libre y yo cogía al azar los libros que encontraba. Entiendo mejor ahora el privilegio de haber crecido en un medio tan propicio para pensar.

Siempre me gusta empezar por la infancia porque me parece que es donde se determina todo, ¿Cómo fue la suya, su familia?

Era un medio bastante anticonformista. Mi padre había sido periodista durante la (segunda) guerra mundial y antes de la guerra. Desafortunadamente había escogido el bando que no era, porque mi padre era favorable al gobierno y entonces fue arrestado a los diez días después de que nací. Conocí a mi padre cuando tenía casi 4 años.

Entonces él tuvo muchas dificultades para volver a encontrar un trabajo. Mi padre nunca hablaba de lo que había pasado. Cuando tuve la edad de entender mejor, pensé que mi padre había hecho malas elecciones y que yo no podía juzgarlo sobre combates que yo no había vivido. Hay un verso de Víctor Hugo que dice: ‘Mi padre, este héroe’. Pienso que todos los niños quieren poder decir eso. Es un placer y un deseo que obviamente no pude tener. Pero esta mezcla de vida a la vez intelectual y anticonformista y solitaria me ha sido propicia.

Dominique Fernández, un escritor también francés que entrevisté hace un año, me decía que para escribir hacía falta una espina clavada en la carne.

No sé. Quizás escribir más bien es buscar la espina. Pienso que cuando escribes libros, y seguimos escribiendo libros, es la forma de insatisfacción que tenemos como novelistas. Es decir, decidir, durante un año o dos, retirarse del mundo para inventar un mundo de ficción, incluso si es un mundo que uno saca de sí mismo, es la prueba misma de una insatisfacción. Pero le dejo al psiconálisis la tarea de analizar mis libros.

Cortesía: francetvinfo.fr

En al menos tres de sus obras usted ha reconstruido sus escenarios infantiles, ¿cuál es el sentido de ese constante retorno?

Sí. Lo construí en novelas familiares porque como ya le dije mi padre era muy taciturno. De los cuatro años en que estuvo encarcelado, nunca hablaba. Y cuando se murió, en el fondo, añoré las conversaciones que hubiéramos podido tener en ese momento. Uno de mis libros se llama El amigo de mi padre. Es casi una fantasía. Yo inventé, soñé, al personaje que me hubiera contado la vida de mi padre en la época de mi nacimiento. Cómo era la cárcel, qué pensaba. Uno escribe también para buscar reconfortarse. Y ese libro era una forma íntima y necesaria de consolación y conversación que no había tenido, por eso reinventé una infancia donde yo podía hablar con mi padre.

¿Y cuál es hoy su paraíso personal? ¿Es un lugar o un sentimiento?

Soy una persona muy sedentaria. Vivo en París, en una pequeña isla, en San Luis, cerca de Notre Dame. Dejar San Luis es muy difícil. Todavía no entiendo cómo he llegado a Cartagena hoy. Nací en esta casa familiar, duermo en el cuarto donde mi padre físicamente nació en 1908. Entonces todos mis libros, de alguna manera, son como una tensión u oposición entre una persona sedentaria que está muy vinculado a su cuadro y su pasado, que para mí está encarnado físicamente por la isla San Luis; y a la vez alguien que no solamente vive en el pasado y que también se siente atraído por la voluntad de conocer el mundo y de comprometerse. Es por eso también que mi vida ha sido compartida por dos actividades: la escritura y el periodismo. En particular la crítica de cine y la crítica literaria.

Se habla mucho ahora de la ética en la comunicación, sobre todo por el atentado contra el semanario Charlie Hebdo, ¿Cree que la libertad de expresión necesita límites?

Me afectó mucho ese atentado porque creo que es la primera vez que se masacra una redacción de manera tan cínica. Un amigo murió y otro fue herido. Son amigos muy personales.

Como periodista cada uno tiene que encontrar dentro de sí mismo lo que cree que son sus límites. El gran problema de Charlie Hebdo es la blasfemia. Yo soy de cultura católica y a veces he sido herido con caricaturas que representaban al Papa sodomizando un pequeño niño. Entonces pienso que como periodista cada uno debe encontrar sus propios límites, pero como ciudadano no me permitiría censurar a ninguno. Nunca le hubiera dicho a Charlie Hebdo que no hicieran caricaturas del Papa o de Mahoma.
También era un periódico con una pequeña difusión antes de los atentados, y mis amigos que trabajaban ahí todavía tenían un espíritu de adolescentes anarquistas y todo el mundo pensaba: ‘Bueno, vale’. Como periodista uno tiene que encontrar su propia moral y como ciudadano está la historia de la herencia del Mayo del 68 que es ‘Prohibido prohibir’.

¿Qué importancia le da a los premios y reconocimientos en su vida?

Son dos cosas diferentes. Cuando uno conoce muy bien el medio literario, uno no considera que por tener un premio uno mágicamente se ha vuelto un gran escritor, pero de manera práctica algunos premios ayudan a la venta de libros y ayudan a un escritor, que tiene mucha dificultad de vivir de su pluma.

En cuanto a las decoraciones (reconocimientos como en su caso que es comendador de la Orden al Mérito de la República italiana) por las cuales estoy más orgulloso ya que me gusta mucho Italia. Creo en lo que decía Winston Churchill, que para las medallas hay tres obligaciones: nunca pedirlas porque es estúpido, nunca rechazarlas porque eso sería un desprecio, y es un orgullo, y nunca portarlas.

Hablemos, para finalizar, sobre la curiosidad. Leía una frase que se le atribuye a Einstein. Decía que él era tan sólo un tipo ordinario, y que solamente lo diferenciaba su curiosidad hacia las cosas.

Voy a citar un escritor que me gusta mucho: William Faulkner. Era un hombre que no hablaba mucho, muy poco. Un día fue invitado a la Warner, al final de la guerra, y en esta cena habían invitado a Aldous Huxley. Huxley habló mucho durante esta cena. Y Faulkner bebía whisky y callaba.
Y entonces la responsable de la prensa de la Warner que acompañaba a Faulkner a su casa, porque no estaba ya muy sobrio, le preguntó: ‘usted no dijo nada durante la cena, ¿qué pensó del señor Huxley que nunca dejó de hablar?’. Él le contestó dos frases. La primera es anecdótica: ‘El señor Huxley es un asno solemne’. Y la segunda: ‘El escritor es aquel que observa el mundo con un lápiz en la mano y calla’.