Narrativa

Heriberto y el Mago Robaviento, un cuento de Jaime Arturo Martínez Salgado

Del septentrión no venía un solo viento y Heriberto veía aquello como un mal presagio. Sentado en la arena de la playa jugaba con un palito, y en esas estaba cuando un cangrejo salió del caparazón de un caracol y con sus antenitas lo observó de arriba a abajo.

Heriberto no se sorprendió cuando el cangrejo le dijo:

—Oye, te he estado observando desde hace tres días. Sólo miras hacia el mar y suspiras.

—¡Oh, amigo Patica de Gancho!—contestó Heriberto— Estoy muy triste porque mi papá salió de pesca diez días atrás y debía haber regresado hace cinco, pero no llega, y los vientos que siempre lo traen no aparecen por ningún lado.

—¡Maluco el bejuco!—dijo el cangrejo— Eso puede ser algo muy, pero muy grave. Cuando eso ocurre es que el Mago Robaviento saca su calabazo de gordolobo y le brinda trago a todos los vientos que va encontrando por el camino y los emborracha, para luego llevárselos a su casa.

Heriberto escuchó extrañado aquellas palabras de Patica de Gancho y le preguntó:

—¿Pero, con qué propósito hace eso?

El cangrejo se metió en la boca una almeja que agarró con su pinza y luego de saborearla le contestó:

—Pues para que los pescadores no puedan volver y mueran de hambre y de sed en medio del mar. De modo que si quieres volver a ver a tu padre, debes ir de inmediato al caño de Bazurto y preguntar por el alcatraz Rody-John. Él sabe dónde vive Robaviento. Lo reconocerás porque es el único que usa espejuelos. Como ya está viejo y cegato, se la pasa por ahí comiéndose las tripas de pescado que las mujeres lanzan al agua. De esa manera sobrevive el pobre.

—¡Gracias, amigo cangrejo, de inmediato voy a buscarlo!

Fue así como subió a su pequeño bote y enrumbó hacia el lugar que le habían indicado.

Tomó por la ciénaga del Ahorcado y pasó por Puerto Duro, donde varios niños lo convidaron a jugar, invitación que Heriberto no atendió.

De modo que siguió de largo hasta encontrar el caño de la Manga, y cuando el sol se encontraba en lo más alto, divisó las montañas de carbón de madera que están a la orilla del caño de Bazurto.

Se acercó a la orilla izquierda y empezó a buscar a Rody-John entre la parvada de alcatraces que revoloteaban por todos lados. Pensó que no llegaría a encontrarlo porque todos eran idénticos, con ese aire entre majestuoso y aburrido que se gastan.

Luego de mucho buscar vio a lo lejos un bulto emplumado al que le brillaban un par de lentes sobre su pico largo y bruñido. Heriberto se acercó y vio el alcatraz más viejo del mundo que dormitaba en medio del bochorno del día.

—Necesito su ayuda, le dijo Heriberto.

—Sé a qué vienes— contestó Rody–John—. Te daré la ayuda que me pides si tienes el suficiente valor e inteligencia para enfrentarte al mago más perverso y mañoso que existe.

—¡Sé que tengo ambas cosas y estoy dispuesto a lo que sea!

—Si es así (y por primera vez abrió los ojos el viejo alcatraz) tienes que viajar al fondo de la Ciénaga Grande, donde vive Robaviento, enfrentarlo y vencerlo.

—¿Y por dónde se llega a la Ciénaga Grande?—, preguntó el muchacho.

—¡Bueno! —dijo Rody–John— Para eso tienes que levantarte muy temprano y esperar a que pasen los pericos y las cotorras que vuelan hasta los manglares de la Ciénaga Grande. Ellos te guiarán hasta allá, pero necesitarás de gran fuerza y resistencia para remar a la misma velocidad del vuelo de esos pericos.

Por eso tienes que ir primero donde Socorro, la que tiene la mejor fonda de esta región, y pedirle que te sirva una sopa de mantarraya. Pregunta también por el Rocky y le dices que te dije yo, que encima de la sopa te ralle la aleta de un tiburón mayor. Luego, de rodillas, debes tomarte la sopa con una cuchara de palo. Debe ser de rodillas para que con cada cucharada que tomes des gracias al cielo por ese alimento.

—Así lo haré—dijo Heriberto— y procedió a cumplir las indicaciones de Rody–John.

A la mañana siguiente, bien temprano, Heriberto se encontraba listo dentro de su bote, con una panela y un botellón de agua. Apenas sintió a lo lejos la algarabía de los pericos y de las cotorras agarró los remos y esperó a que estos pasaran.

Sus brazos se llenaron entonces de una fuerza arrolladora y remó como si lo empujaran los vientos perdidos que él iba a buscar. Fue así como vertiginosamente pasaban por su lado los manglares, los pequeños y tristes poblados de los pescadores, las parvadas de garzas, las lomas de sal en medio de las lagunas de salmuera, los caimanes con sus bocazas abiertas y todo un mundo maravilloso hasta ahora desconocido por Heriberto.

De pronto, la parvada de pericos dio vueltas a barlovento y penetró por una boca hacia una ciénaga de aguas negras. Poco a poco el mundo fue perdiendo el color y los pericos y las cotorras se desperdigaron por todos los lados de la ciénaga. Heriberto se encontró en medio de un silencio profundo y dejó de remar.

Durante algunos minutos no supo qué hacer. Notó cómo una mano misteriosa conducía su bote hasta el centro de aquella ciénaga. Los instantes fueron eternos hasta que vio cómo un lento remolino empezaba a tragarse el bote.

Heriberto se agarró a los bordes y se dejó llevar hasta lo profundo de la laguna. Notó la fuerza del tiburón en sus pulmones y desechó cualquier temor frente a lo desconocido.

Al tocar fondo se encontró con una casa que tenía un número infinito de puertas y todas daban paso a una habitación donde lo único visible era una pileta de aguas. Frente a ella, Heriberto pensó en Rody–John y vio con asombro cómo la figura del viejo alcatraz aparecía nítida en el fondo de la pileta. Estaba muerto y flotaba en las aguas del caño de Bazurto. Heriberto pensó luego en su padre y este también apareció en las aguas de la pileta. Estaba en el piso de su bote, en medio del océano, sediento y cansado.

Luego de que desapareciera la escena que se reflejaba en las aguas de la pileta, Heriberto se adentró en la habitación y se encontró de frente con un hombrecito de musculatura poderosa que le sonreía. Este llevaba una damajuana en su mano izquierda y en la derecha una rama de hojas de mariajuana.

—¡Qué decepción, qué decepción!—dijo con voz chillona.

—¿Es que ya no hay guerreros en tu mundo y ahora me envían pelagatos?

—Perdone, señor —dijo Heriberto—. Estoy aquí porque necesito salvar a mi padre. He venido porque necesito liberar los vientos para que él y todos los pescadores puedan volver a casa.

El hombrecito bebió de la damajuana un largo trago de gordolobo y mordió después la rama de hojas de mariajuana. Miró con desprecio al muchacho y le dijo:

—Yo soy Robaviento. Los más poderosos guerreros han venido a retarme y no han podido vencerme. Con decirte que ninguno ha logrado ni siquiera tocarme. Quiero que sepas que no hay nadie más astuto, más valiente y más poderoso que yo. Quítate de la cabeza esa idea de soltar los vientos. Los vientos siempre serán míos y tú te quedarás aquí para ser mi esclavo. Y esta nueva ocupación tuya comienza desde ya. De modo que te ordeno que vayas a esa pileta y pienses en gordolobo para que el agua de la pileta se transforme en licor y me llenes, hasta el borde, mi damajuana. Luego piensa en mariajuana para que el agua de la pileta se llene de ramas de ella, y entonces tomas la más grande y cargada y me la traes toda de inmediato.

Heriberto no contestó. Cogió la damajuana, fue hasta la pileta y dijo:

—¡Gordolobo!

Pero pensó en Barbasco.

Enseguida llenó la damajuana y luego dijo:

—¡Hojas de Mariajuana! —pero pensó en la mata de dormidera.

Al instante tomó la mejor rama y le llevó a Robaviento lo pedido. Este bebió barbasco y mascó hojas de dormidera hasta caer rendido. Entonces Heriberto fue hasta la pileta y dijo:

—¡Cadenas!

Y hundió las manos en la pileta y sacó una poderosa cadena con la que ató a Robaviento. Luego volvió a la pileta y grito:

—¡Vientos, salgan de casa!

Un repentino estruendo se escuchó entonces y por las puertas de la casa empezaron a salir los vientos adormilados. Cuando tuvieron conciencia de encontrarse libres, buscaron orientación, y como una tromba empezaron a salir del fondo de la laguna. Heriberto se agarró de la cola del viento del sudeste y se echó al hombro al mago Robaviento y salió a la superficie, y el viento lo transportó junto con su carga hasta la playa donde él había conversado con el cangrejito.

Al rato vio aparecer en el horizonte los primeros botes y barcos que estaban varados por falta de viento y empezaron a aparecer también las esposas y los hijos de los pescadores.

Cuando todos regresaron y Heriberto pudo abrazar a su padre, los pescadores procedieron a apalear a Robaviento. Pero Heriberto se opuso y le pidió a los pescadores que le permitieran a él mismo imponerle el castigo. De modo que lo condenó a permanecer encadenado frente al mar para que limpiara las playas, hasta cuando perdiera la fea costumbre de beber gordolobo y comer mariajuana.

Heriberto fue considerado héroe de la ciudad y le regalaron un hermoso bote, donde ahora les lleva comida a los alcatraces viejos que viven en Bazurto.

Foto: John Vanm Aken.