Poesía

Cosas que deben escribirse en un manifiesto pero no deben leerse en un funeral

Tres poemas del escritor argentino Federico Serralta. Tres andamios que en lugar de vigas o tablones tienen imagenes dispuestas horizontalmente que evocan la urgencia cotidiana, la insuficiencia y el vino.

Conversaciones puritanas

La chica que conociste en el café
pregunta si tienes cigarrillos
Dejaste de fumar, no sabes por qué
pero la chica se molesta con tu fragancia
de hombre sano y alcancía moralista
Les dices que en otras vidas
recorres en motocicleta
viñas de sinuosos ricachones
cubiertos de fama y amigos de esmeralda
conoces al seguridad del boliche de moda
haces cursos con reconocidos sommeliers
para diferenciar un pinot noir
de un malbec
tienes un abultado sueldo en un bonito banco americano
conoces de criptomonedas (¿alguien sabe qué son?)
te interesan las clases sociales
los apellidos compuestos de los modernos barones
exóticos de belleza
dotados en virtudes propias de los antiguos reyes
pero nada de eso te importa
Ni la chica con mechones largos y buzo de marca
Sólo piensas en tener los pies sobre el sillón
mientras ves esa mancha en la pared
Tú eres la bestia que te hace compañía.

Despojos

A mí me queda
solamente
lo viejo
aquella íntima y desganada esquina
los cafés, determinantes y austeros
los cines de trasnoche
singulares mausoleos
con butacas polvorientas
y festivales de Bergman
los tímidos teatros de barrio
donde Shakespeare conoce a Perón
y Virgilio a Maradona
Transito la piadosa madrugada
en acotados clubes de jazz
rojizos y tenues
Persigo pequeñas multitudes
estoico
Pues no tengo voz
Será que me he rendido
Levanto una bandera blanca
Será que el éxito es
(o necesito creer)
infecundo,
vacuo
Será que la enternecida penumbra
anida aquel añorado verano
la vaga sombra de un niño invisible.

Cosas que deben escribirse en un manifiesto pero no deben leerse en un funeral

Señores y señoras al carajo el olvido
el niño que no fue
la herencia vacante
el oscuro espejo y la leche hervida
la memoria es un vino agrio en un restaurante de moda
un lúcido prejuicio de historias plagadas de derrotas indignas
y peores fracasos
de amores corrompidos por viles ataúdes y velas consumidas
Compré una baldosa rota en un circo errante
de un pueblo errante
no ausente de mafiosos y chantas
vendedores de tibias ilusiones
Cultivo un perfume de una vieja vendedora
condenada a una cálida viudez e hijos olvidados
Le sonrío a los vándalos de profesión
honestos trabajadores
que venden su juventud
por un traje oscuro y vacaciones con desayuno
Abrazo a mis enemigos
no por una glorificada benevolencia
sino por el temor de no querer lo suficiente
Enfrento épicas imaginarias
y huyo en valientes retiradas
Al final, profeso mi propia religión
que no es otra cosa que un buen sueño
acompañado de una buena mujer.

Abogado para vivir. Letras, música y cine para intentar encontrar sentido a aquello que no lo tiene.