Esther, un cuento de Marta Leonor Puey
Era 1960 y en el barrio nos conocíamos todos. Temprano entró Trujillo al inquilinato, no se detuvo ante los vecinos que, consternados, comentaban el suceso; habían encontrado a Esther con un tiro en el pecho. Subió a la piecita impasible y sin preguntar.
Esther era linda, salidora, vivía sola en la antecámara que daba a la calle y cosía para afuera. Lo de Trujillo con ella era tapado.
Los vecinos declararon ante un oficial. Sólo Trujillo declaró ante el comisario:
—No estaba, llegaba de viaje— respondió lacónico.
No pudo mostrar el pasaje y tampoco hubo pericia balística.
Trujillo cumple la pena.
El comisario fue trasladado.
Esther yace en la morgue judicial; nadie reclamó su cuerpo.