Textos de autor

Jóvenes y tecnología, mezcla letal

Escrito por Eduardo Viladés

Passolini dijo que el fascismo se manifestaría en la sociedad moderna a través de la tecnología…

Le parece mentira que hayan pasado 44 años desde aquel 26 de noviembre de 1979 cuando vio a Lola Herrera por primera vez en el Teatro Marquina de Madrid. Su monólogo de Carmen Sotillo en la versión teatral de Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, le impresionó. La culpa, la incomunicación y la soledad. Temas que, en cierto sentido, vuelven a estar presentes en Adictos, la distopia con la que Herrera actúa esta tarde en el Teatro Bretón de los Herreros de Logroño.

La pieza no le ha entusiasmado, se lo comenta a su nieta, Leire. Ni siquiera había nacido en 1979. Pertenece a la generación más distraída e imbécil de la historia, no la soporta, pero la cría ha insistido en acompañarle porque así acumulaba puntos en su asignatura de libre configuración Cuidado de ancianos en riesgo de exclusión social en épocas binarias. Perdón, ancianes. Ha optado por escribir una reseña para una publicación que no le paga ni con un bocadillo de escabeche porque los peligros de la tecnología siempre han formado parte de su imaginario creativo.

La muerte, el dolor y el progreso. Lola Herrera tiene 88 años, dos menos que él. Aun así, ojalá mantuviese el brío de la vallisoletana, parece mentira cómo se mueve y cómo habla. A él se le traban las palabras, se mea encima, tiene que andar apoyado en un tacataca, oye mal a pesar del sonotone, hace tiempo que dejo de ser un participante de la vida para convertirse en mero espectador. De hecho, este texto se lo ha escrito Leire, la nieta tecnológica. Se figura que habrá empleado la inteligencia artificial o alguna de esas mierdas de los prepúberes actuales. Leire no tiene ni idea de escribir, puede que no sepa ni leer, en España no se enseña a leer en la escuela hasta pasados los 40. Cada vez que observa a su nieta le dan ganas de devolverle encima, tiene 23 años y vive en una casa que parece un hospital, todos los muebles son blancos, a lo quimioterapia invasiva, modernos según ella, con luces de colores de punta a punta de la estantería y manuales de psicología comprados en el VIPS. El piso se lo paga su abuelo, es decir, quien despotrica continuamente de su nieta y asegura que quiere potar sobre su cabeza. Todos vivimos en una contradicción perpetua.

El escenario de Adictos se parece al de la casa de Leire, blanco nuclear, muy aséptico, frío, a lo Clínica Mayo. El texto no le gusta, lo ha escrito el hijo de Lola Herrera. No deja de ser un folleto, un panfleto en contra de las nuevas tecnologías, información conocida por todos, hay decenas de ensayos al respecto. Sin ir más lejos, él mismo ha publicado varias obras y novelas con este tema como eje central. Pero, claro, él no es el hijo de Lola.

El libreto no tiene sentimiento, no hay chicha, se menciona de soslayo un novio muerto de la doctora Anderson y se intenta humanizar con charlas insulsas entre la periodista y su hijo. Si no aporta, no lo incluyas. Pero Lola es Lola. Le acompañan Ana Labordeta y Lola Baldrich.

Le fascina ver en escena a Labordeta. Hace apenas un mes vio el documental que la propia familia hizo sobre su padre, Un hombre sin más, a quien entrevistó precisamente en su casa de la calle Zurita de Zaragoza hace más de 30 años. En su momento mandó la entrevista a Ana, pero nunca contestó. Ya se sabe cómo es el mundo de la farándula, jamás responden a no ser que les llame Jesús Cimarro en persona.

En el patio de butacas, su nieta intenta mirar el teléfono en varias ocasiones. No le cabe en la cabeza cómo es posible que la gente no apague el teléfono, ponerlo en silencio no sirve de nada porque el fulgor de la pantalla estorba. Tampoco entiende la obsesión por comer en el cine o en el teatro. El ruido de las palomitas o el chisporroteo de la bolsa de plástico al meter la mano para coger un par de gominolas rancias debería prohibirse. En un despiste, coge el móvil de su nieta, lo tira al suelo y lo aplasta. Leire entra en trance. Le da igual, si se muere se quedará más tranquilo, no vale ni para fregar suelos, un joven menos, una ración más, la putada es que no tendrá quien le escriba este texto para la revista que no le paga ni en especias. Él no controla la inteligencia artificial, ni siquiera la inteligencia a secas. A estas alturas, ¿para qué?

La periodista, la psiquiatra y la científica están en escena. Hieráticas, miran en derredor al público, intentan emocionar con ese discurso distópico sobre un Estado que elimina a quienes no sirven gracias al poder de la tecnología. No le convencen, pero está plenamente de acuerdo con la premisa, por eso confecciona este texto.

Google y otras compañías socavan nuestra capacidad de pensar de manera profunda, crítica y conceptual, empujándonos hacia un pensamiento superficial alejado de todo rigor. Aunque se quiera, es imposible desaparecer, el anonimato se ha convertido en una entelequia. Y quienes intentan pasar desapercibidos son condenados al mayor de los ostracismos.

En la obra, se menciona constantemente a Nova, una especie de Alexa que ha sido creada por unos laboratorios para controlar a la población desde sus casas. Le hace gracia porque él descubrió lo que era Alexa hace apenas tres años. Fue a cenar a casa de una amiga que tiene tres niñas adolescentes. Pobre mujer, la compadece tanto. Se tomó de antemano varios barbitúricos para soportar a las crías. Durante la cena, una de las niñas se puso a chillar como una descosida. ¡Alexa, Alexa, hazme caso, Alexa! Él miró a su amiga de hito en hito y le preguntó que quién era Alejandra. Su amiga se encanó de risa. Dime, ¿quién es Alejandra? ¿Está en la cocina? No sé porque tus hijas van de modernas diciendo Alexa cuando Alejandra es mucho más bonito. De todos modos, no he visto entrar a nadie en casa tras mi llegada. Durante media hora fue el hazmerreír de la cena, tampoco le molestó, lleva siéndolo desde que nació, lo que le da derecho a abofetear a quien le dé la gana. Es lo bueno de ser un inadaptado, todos le importan una mierda.

¿Hasta qué punto les vendría bien una desintoxicación digital a las hijas prepúberes de su amiga? El miedo se erige como el nuevo paradigma, tanto para los padres, la mayoría inconscientes de que viven rodeados de basura, como para el sistema, que lo emplea en su propio beneficio intentando colonizar nuestra imaginación. Esto motiva que, a menudo, él prefiera no comprender lo que le rodea porque eso supondría justificarlo. A todo esto, él es él, no tiene nombre ni lo tendrá, siempre ha pensado que nominar a las cosas es un modo de dominarlas.

En Adictos, una Alexa mayestática se introduce en los hogares y separa en grupos de aptos y no-aptos a los ciudadanos. Los segundos son condenados al cadalso. El argumento no es nuevo, hace tiempo que sucede, en especial en países como éste, puede que no nos metan en la cámara de gas, pero hay ciudadanos de primera y de segunda, mediocres que progresan y otros eliminados porque molestan, porque generan ruido, no les conceden ni el ingreso mínimo vital, nada, cero, vacío. Gobernar a base de miedo es muy eficaz. Si se amenaza a la gente diciéndole que será degollada y luego no se concreta, se la puede azotar y explotar y se dirá que no ha sido tan grave. El miedo hace que no se reaccione, es más fuerte que la verdad. Si el miedo convive con la incultura y la ignorancia se produce el caos más absoluto. Y no hay visos de mejora, al revés.

Esta sociedad tiene un tufo que no le gusta. La creación de identidad se ha convertido en una obsesión. Lo ve en Leire, fotografía todos los momentos de su día a día. Cree que tiene muchos amigos, pero está sola, terminará en un sofá hasta arriba de jaco devorada por gatos callejeros con Teletienda como telón de fondo en una tele de trescientas pulgadas. Demasiado absortos en sí mismos, propensos a desfallecer o hundirse en cualquier momento ante una adversidad por la ausencia de recursos intelectuales e históricos, la generación de Leire renuncia a las militancias, al compromiso real con la cultura y con el pasado, pero sigue las últimas tendencias callejeras, vacías y yermas.

Ni son los decadentes pesimistas de Nietzsche, ojalá, ni los oprimidos trabajadores de Marx, son meros pisaverdes obsesionados por la búsqueda del ego y del propio interés. Pero entre lo que somos y lo que queremos ser hay un abismo, un escalofrío interno que hunde sus cimientos en una mentira. Lo terrible es que esa generación no ha vivido otra cosa. Cree que el miedo y la manipulación, teñida de una libertad asistida, es lo normal. En España, además, cualquier menudencia se eleva a la categoría de juicio moral o instrumento político, todo es digno de excluir o incluir a quienes han establecido ese sistema de inclusiones sin consultar a nadie.

Algunos incautos sostienen la pamema de que la humanidad va junta en el mismo carro, está de moda el veganismo, el minimalismo, el blanco, el voluntariado, las verduras de proximidad, el yoga, la uniformidad lingüística, el reciclaje, verde, azul, amarillo, fucsia, su puta madre. Pero todo ello sin tocarse, desde la distancia, sin disfrutar de un café a media tarde en el bar del pueblo, con olor a estiércol y orines, sin leer un libro prestado de la biblioteca municipal. Y es que no existen las neuronas espejo porque los jóvenes son incapaces de establecer relaciones de confianza ni conversaciones personales basadas en el aquí y el ahora. Los dispositivos tecnológicos ganan la batalla. Eso genera desconcierto en especímenes como Leire porque no están acostumbrados al caos de una conversación real. Editan sus mensajes a la perfección, se autopublican, no poseen mecanismos de inmediatez ni réplica. El cara a cara les desarma. Merecen desaparecer. Desde aquí, él hace un llamamiento a las fuerzas de la naturaleza. 22 de mayo de 1960, terremoto de Valdivia, en Chile, considerado el mayor de la historia. Vuelve, muéstrate, aniquílalos. Oremos, Hosanna en el cielo…

La tecnología hace desechable todo lo demás, incluida nuestra memoria. Sin una noción histórica, la gente es fácilmente manipulable porque no se da cuenta de que los trucos que el Estado emplea para alienarles son los mismos que hace siglos. El pasado nunca es inofensivo. Pero hay que conocerlo. Durante la Edad Media la ignorancia se convirtió en un elemento esencial para manejar las mentes. Vivimos una segunda Edad Media, el hacha y el verdugo se han reemplazado por el control de un Estado que mata en vida y una estulticia basada en la incultura y la falsa modernidad que gana adeptos a pasos agigantados. ¿Quién se atreve a descolonizar la imaginación y desterrar el miedo? No hay huevos. Porque no hay salida. Una última cosita, sed conscientes de la desolación que causa haber perdido la vida sin haber muerto. Y ahora, pedid a Alexa que os ponga la canción de moda.

Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 25 años de carrera, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa. Ha publicado dos novelas y prepara la tercera. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana y en 2020 en La Rioja a través del Instituto de Estudios Riojanos. Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia, España), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. Hoy en día trabaja también para la revista Actuantes, la principal publicación española de teatro, lo que le permite combinar el periodismo con las artes escénicas. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.