Narrativa

Los espejos, un cuento de Víctor Laureano Vega

Zapopan, Jalisco, 02 de junio de 20…

Cuando el espejo de la habitación se ensucia, sé que sigue un periodo de incertidumbre. Unas noches atrás me di cuenta de ello. Pensaba en ti mientras escuchaba los truenos, mientras los relámpagos alumbraban la habitación hasta que desaparecían un breve segundo después. Varias veces pensé en ver la hora, ya fuera en el despertador que está sobre el buró, a la derecha, o en la pantalla del teléfono, que estaba sobre el escritorio, a la izquierda. Qué voy a explicarte; tú conoces muy bien esa habitación. Casi todas las noches tu sombra está ahí, acostada a mi lado, encima de mí o mirando la ventana, como me ha gustado imaginar a las personas que he querido. No vi la hora; serían las once y media. En ese momento, por alguna razón, mi mirada cayó en el espejo. Lo vi bañado de la luz azulada de la noche —tú sabes que el espejo está sobre una cómoda, a un lado del ventanal—. En su abismo, pensé en un principio, no había nada. Después advertí que en el centro, ahí entre la oscuridad reflejada y un pequeño triángulo de esa luz azul, había dos objetos: una cajetilla y unos lentes. No sé, no puedo saber si eran mis lentes o los tuyos. En todo caso no hay mucha diferencia. Había suficiente oscuridad como para no permitirme descubrirlo.

Hace unos meses caminaba de regreso a mi casa. Eran las cinco y media de la tarde. En el cruce de avenida… y… me encontré a un sujeto extraño. Vestía como en estos días se representa a la gente de los años veinte o treinta. Estaba recargado en el semáforo, mirando los coches pasar. Mientras esperaba a que el disco se iluminara de verde para poder cruzar al otro lado, se acercó a mí. Con una voz áspera y un discurso artificial, me preguntó si no me interesaba comprar un espejo. Hablamos un poco sobre este, y al final accedí a comprarlo. Me entregó una tarjeta con su número. Me la guardé en el bolsillo. Acordamos que iría al día siguiente a instalarlo, a eso de las cuatro o cinco de la tarde. Entonces seguí caminando.

Al día siguiente regresé a casa a las tres. El hombre llegó a las cuatro y media. Hasta ese momento me pregunté dónde lo instalaría; decidí ponerlo en mi habitación, en ese preciso lugar donde se encuentra ahora. Subimos a la habitación que, de pronto, había comenzado a oler a encerrado. Ya no era mía. El solo hombre fue capaz de levantar el espejo, de llevarlo escaleras arriba e instalarlo. En dos ocasiones me ofrecí a ayudarlo, pero se negó. Parecía enojado. Mientras lo instalaba, yo estuve merodeando la habitación, mirándolo trabajar de tanto en tanto. Recuerdo haber pensado que te platicaría esto en la noche, si es que aparecías. Porque de otra forma no podría hacerlo nunca. Al cabo de unos minutos terminó.

Después de pagarle, lo acompañé a la salida y lo vi encender su coche. Cerré la puerta, subí las escaleras y entré en mi habitación. Estuve algunos minutos mirando el espejo. Era un espejo como tantos otros que he visto en lugares que ni siquiera recuerdo. Tenía unos pequeños rayones en la esquina superior izquierda, un pequeño golpe en la esquina inferior derecha. Antes de salir de la habitación concluí que había funcionado. Lo compré y lo hice instalar en ese preciso lugar para darle al espacio un falso sentido de profundidad, un espejo en el que revotara la imagen de toda la habitación para que se disimulara su vulgaridad, su poca área.

No recuerdo qué hice el resto del día. El siguiente recuerdo que tengo, me parece, es el de esa noche, cuando me di cuenta de que el espejo se estaba llenando de polvo. Después de mirarlo durante algunos minutos, dirigí los ojos hacia el techo. Había una fina película de puntitos amarillos o azules en este. También los había por todos lados. En el espejo, en el techo, en mis manos y en la sábana. Lo limpié a la mañana siguiente. Fue lo único que hice en todo el día. Estuve pensando en la cajetilla, en los lentes. Por alguna razón se me ocurrió llamarle a este hombre, para comprarle otro espejo. No tenía idea de dónde lo pondría. Ni siquiera estaba seguro de poder comprarlo. Pero quizás lo haría. En mi habitación, marqué al número que estaba escrito en la tarjeta. Bajé las escaleras mientras escuchaba los tonos del otro lado de la línea. Sentado en uno de los sillones de la sala, escuché a la operadora decir que el número al que estaba marcando no existía. Llamé otra vez al mismo número después de mirarlo y confirmar que se trataba del mismo que había apuntado y al que había marcado en dos ocasiones diferentes, con idéntico propósito.

Colgué la llamada. Regresé a la habitación y consulté el número de la tarjeta. Había desaparecido, la tarjeta estaba en blanco. Seguramente maldije antes de echar el papel a la basura.

Desde entonces, a veces, me detengo frente al espejo y miro su interior, el polvo que comienza a acumularse en él, en el reflejo del escritorio y la cama, el piso y el ventanal. Me siento en la cama y me miro en el espejo, miro el reflejo del escritorio. A veces giro la cabeza y veo el escritorio real. Siento algo parecido a la nostalgia, y también culpa por sentir eso, precisamente eso. C’est la vie. C’est la mort. ¿Estaría haciendo esto si hubiera sido capaz de conseguir otro espejo? Cómo saberlo. ¿Debería renunciar a los espejos?

No queda mucho para que caiga la noche. Quizás vuelva a haber truenos, relámpagos, gotas de lluvia. Y quizás se irán apenas lleguen. Como ha sucedido, me parece, estos últimos días. En algún lugar leí que el pasado se replica, y tal vez sea cierto. Ahora estás a un lado de mí, sentada o acostada en la cama, no lo sé, mientras yo estoy sentado al escritorio. Finjo no verte. Finjo que no estás ahí, que ya no me importa el espejo, lleno de polvo y de noche. Solo estoy haciendo tiempo. Tal vez la sombra no es tuya, pero cuando la abrazo también siento su calor y olor dulce. Así que, en todo caso, supongo que eres tú, para mí eres tú. Solo esperaré a que caigas dormida. Entonces dejaré la carta sobre el escritorio y después de un rato te abrazaré por última vez. Espero que no te importe la sangre que dejaré en tu pecho.

Imagen: Archivo.