Max y Moritz, un cómic del caricaturista Wilhelm Busch
Max y Moritz, una historia de siete bromas; o Max und Moritz, Eine Bubengeschichte in sieben Streichen (en alemán) es una historieta de Wilhelm Busch publicada en 1865. Otras Inquisiciones comparte un capítulo de esta célebre historieta, referente europeo de la corriente de la comedia en el mundo del cómic.
Caricaturista, pintor y poeta fueron las facetas de Wilhelm Busch, nacido en Wiedensahl (Baja Sajonia, Alemania), el 15 de abril de 1832. Falleció en Mechtshausen, (9 de enero de 1908) y fue conocido principalmente por sus historietas satíricas y escritas en verso. Su nombre también figura en la historia del desarrollo del cómic estadounidense.
Prólogo
¡Ay, los niños revoltosos,
suelen ser los más famosos!
Max y Moritz, por ejemplo:
dos pícaros como un templo.
Nunca quisieron ser buenos,
ni oír consejos ajenos,
de educarlos no hubo modo,
se burlaban, sí, de todo.
¡Una pareja infernal,
dispuesta a sembrar el mal!
Atormentar a las ranas,
robar peras y manzanas,
hacer rabiar al sufrido
es mucho más divertido
que estarse quieto en la escuela
o ir a misa con la abuela.
«¡Ya os llegará la hora aciaga,
que el que la hace, la paga!»
Y este binomio terrible
tuvo un final previsible.
Por eso y para escarmiento,
sus hazañas pinto y cuento.
Primera travesura
A las aves de corral
se las mima, en general:
el huevo de la gallina
es el rey de la cocina,
y el que menos corre, vuela,
por un pollo a la cazuela;
las plumas, para acabar,
se pueden utilizar
de relleno en los colchones,
almohadillas y edredones.
Aquí está la viuda Blume,
que de frío se consume.
Estas son sus tres gallinas
y un gallo de Filipinas.
Max y Moritz, al acecho,
del dicho pasan al hecho.
Con un pedazo de pan
fraguan un astuto plan:
burla, burlando, los mozos
lo parten en cuatro trozos
y los atan luego en cruz,
veloces como la luz.
La pareja va y los deja
en el patio de la vieja.
Cuando los divisa el gallo,
canta y convoca al serrallo:
«¡Por allá, no, por aquí,
tac, tac, tac, quiquiriquí!».
Como el pan es de su agrado
se lo tragan de un bocado;
y a la hora de marcharse
ya no hay forma de soltarse.
Una tira, la otra afloja,
sin encontrar vuelta de hoja.
Alza el vuelo el gallinero
con singular desespero
hasta que, desventuradas,
quedan de un árbol colgadas,
cacareando a degüello
mientras les resiste el cuello.
Aún ponen huevos, por suerte,
y se las lleva la muerte
La viuda Blume, su ama,
las oye desde la cama.
Presintiendo lo peor,
sale de la casa, ¡ay, qué horror!
«¡Ojos que los veis, llorad,
volad nostalgias, volad!
¡Mis sueños penden en vano,
de la rama de un manzano!»
Con el corazón doliente
latiéndole amargamente,
la viuda, cuchillo en mano,
corta aquel nudo gordiano,
y con un mudo lamento,
se reintegra a su aposento.
La primera fue fatal,
la segunda, otra que tal…