Narrativa

Altenpfleger, un relato de Andrés Pinzón-Sinuco

Sí, encallar en alguien es, sobre todo, construir o deconstruir un lenguaje individual, común. Dejar al resto, a los del idioma dominante, absortos o confundidos, porque encallar en alguien es lo que en este momento está haciendo Silvia Abril. Habla en francés por teléfono con el tunecino que ha llevado a vivir con ella. Silvia charla y me observa. Yo simulo no prestar atención más que al decorado, a las novedades que ha implementado la pareja. El apartamento huele a lavanda, eso no está mal. Hay un biombo que oculta la cama principal, situada, ahora, en la sala. Cuestión de prioridades. También hay un televisor, eso sí que es una novedad. Me imagino al cretino mirando la pantalla mientras le dan una buena mamada. Me levanto para mirar mejor el espacio general. Es jueves, un día indeciso para un sol que no se atreve a perforar las nubes por más de una hora. Silvia Abril elabora frases tiernas, el tono de su voz en francés disminuye un poco, le aflauta las erres. Ella se percata de mi curiosidad con una desconfianza que me obliga a ser cauto. Me detengo. Se nota que le está detallando a su pareja lo que hemos hecho desde que ella y yo nos encontramos en el parque. Encallar en alguien también es dar explicaciones. Le miente. Sus ojos me lo dicen. Por fin termina la llamada, se despide cariñosamente y me pide excusas por aquello. Le digo que está todo bien. Después, no de modo simultáneo, Silvia dice dos cosas fulminantes y contradictorias. La primera es que es feliz. La segunda, que no sabe si está perdiendo el tiempo con el tunecino.

—¿De verdad? Me estás diciendo que eres feliz.

—Lo soy, Juan. Yo soy feliz.

—Pues eres la primera persona que conozco que lo es—la ausculto con la mirada—. ¿Estás segura?

—Bueno, más tranquila que tú sí estoy, de eso puedes estar seguro.

Silvia toma su teléfono y trata de enfocarme.

—No me tomes fotos—obstruyo el rango de visión de su cámara con mi mano, al tiempo que me pongo de pie. Esta chica ha olvidado que esas tonterías no las soporto o simplemente pasa de ello. Encallar en alguien también es reconfigurar los comportamientos.

—No, no—dice sin mirarme, fija su atención en el aparato, escribe un mensaje. Es probable que a pesar de mi esfuerzo haya tomado una foto.

No digo nada. Además estoy un poco cansado. No quiero antagonizar con Silvia. Estoy despierto desde las 2 de la madrugada y ya pronto será mediodía.

—Entonces—digo—, eres feliz pero no sabes si estás perdiendo tu tiempo con este muchacho—no puedo evitar el término “muchacho”, me doy cuenta de que estoy más enfadado de lo que pensaba.

—Lo que pasa es que Toni todavía no quiere tener hijos. Él dice que necesita estar en una posición mucho mejor en su trabajo.

—Las condiciones nunca serán buenas para tener un hijo. Jamás. Se tienen y punto. Quienes los tienen o los tenemos—pienso de inmediato en que el trabajo del chico de 32 años es limpiarle el culo a los ancianos. Es normal que quiera ascender. Claro, mientras eso sucede, si es que sucede, Silvia es una buena forma de matar las noches.

—Eso le he dicho a Toni—apunta Silvia, notando que me fastidia el nombrecito, divertida—. Él me ha dicho que sí quiere tener hijos, pero más adelante.

—Creo que me están dando ganas de conocer a Toni.

—Sí, Juan, me gustaría que lo conozcas, te lo he dicho antes. Quiero saber lo que piensas de él.

—Lo que yo piense no tiene la menor importancia.

—Para mí sí.

—Madura un poco, ¿quieres?

—No, no quiero.

Estamos sentados a la mesa. Dos cervezas, una sin abrir. Silvia no siempre ha sido tan distante. Pero claro, las promesas y aquello de encallar. Conversamos con una silla de por medio, pero como su mesa es pequeña podría decirse que seguimos siendo los amigos que fuimos, que hay intimidad. Pero no es así.

      Fotografía: Pixabay