Poesía

Saber desaparecer

María Alejandra Buelvas Badrán (Montelíbano, Córdoba, Colombia, 1995), poeta y antropóloga egresada de la Universidad Nacional de Colombia. Parte de su trabajo poético figura en algunas antologías y revistas de su país y del extranjero; entre ellas, en la muestra de mujeres poetas colombianas Luna Nuova, plaquette monográfica (edición bilingüe italiano-español, Venecia, 2019); y en la revista El Humo (México). Ganadora del certamen Nuevas voces de poesía escrita por mujeres en Córdoba 2019. Participó en el XXVI Encuentro Internacional de Mujeres Poetas de Cereté 2019. Reside en Cartagena de Indias.

 

Capas ocultas

Tengo una amiga que se llama Ana

No soy muy observadora,

pero a ella la he observado bien.

En nuestras diferencias me reconozco,

yo que me reconozco tan poco.

 

Un ala tiene debajo otra ala.

Las capas ocultas las puede ver

sólo quien sepa sostener un ave

sin hacerle sentir miedo.

 

No. Creo que las podría ver sólo Ana

quien además ve a las aves solo con escucharlas

quien además sabe como se llaman

quien tiene un balcón,

dónde caen los pájaros cuando quieren morirse.

 

Pasó algo triste el otro día.

Un pichoncito de azulejo

se cayó de su nido.

Lo encontré en mi terraza,

porque yo no tengo balcón.

 

Traté de rescatarlo,

de ponerlo en un lugar seguro hasta que volviera su mamá,

pero fui torpe.

Improvisé mal su nuevo nido

y se cayó.

Lo encontré bocabajo

 y cercado por las hormigas.

 

Ana,

Perdóname en nombre de los pájaros.

Y dales mi mensaje:

Mi mamá enterró al pichoncito

al lado izquierdo del palo de limón.

 

Saber desaparecer

Ser de un pueblo del que nadie se sabe el nombre es como no existir.

Mejor no existir.

En vez de pueblo

vereda

de una sola calle

y que no tenga nombre.

vereda no,

caserío.

 

Sí tiene nombre ese caserío

pero no aparece en los mapas.

Una parcela mejor,

una parcela alejada de otra

y de otra

por la que pasa un río.

 

Ese río sí aparece en los mapas.

Pero en la parcela no es río

sino riachuelo.

 

De ese riachuelo nadie se sabe el nombre,

ese riachuelo sí tiene nombre.

Cuando me meto al agua

se me enfrían los pies,

me duelen.

Menos mal no existe el riachuelo

Menos mal no existo yo.

Una cosa para disfrazarse en Halloween

Siempre llega la fecha

y uno, ni se ha decidido,

ni ha comprado la peluca.

 

Batman

No.

Robin

Menos.

 

Doy una idea:

Inventarse por ejemplo a alguien que no exista.

Un señor que tiene por profesión enterrar palomas.

 

Buscar una tierra negra

en medio del barrio

e ir a la calle.

 

En todas las calles

de todos los barrios

hay una paloma muerta.

 

Coger la paloma

aún caliente

con las dos manos

y llevarla a ese pedazo de tierra.

 

Ponerle encima una ramita de romero,

una hoja de laurel.

Volver a la casa y preguntar:

¿A que no adivinan de que estoy disfrazado? (*)

 

Psicosis matutina

Cada vez que tengo rabia me imagino un fuego y dejo que arda pero el fuego se vuelve rabia y la rabia fuego y crece tanto que alcanza una casa de madera y el dueño cuando viene del trabajo lamenta no haberla hecho de concreto crece el fuego y me dan ganas de romper platos de pegarle a algo con un pedazo de madera de esa casa me quedo parada y quieta en la fila del banco el vigilante me mira quiero ir a decirle que hay una casa de madera incendiándose explicarle las bondades del concreto pero hay una cuerda que no me permite salir de la fila hay un dibujo de una señora tapándose la boca con el dedo índice igual es inútil porque se le alcanza a  ver la boca y abajo unas letras juntas rojas forman la palabra silencio.

***

Una lagartija sobre otra

La piel de las lagartijas es como la piel de una señora muy blanca, no tan vieja, pero tampoco tan joven. Ahora, una lagartija sobre otra: apretarle la mano a esa señora. Digo una lagartija “sobre” otra, no queriendo decir: puesta delicadamente  o dejada caer, sino rotundamente encima. Apretando con la patica lánguida como uno jala las riendas de un caballo. La hembra se mueve queriéndose zafar pero la patica lánguida la alcanza, la tensa, la detiene. Está asustada, se queda quieta. Pienso que mi mano humana también escuálida, como todo lo que está pasando, podría ayudar; pero está tensada por otros hilos. Una mano me agarra por debajo de la sábana, está fría. Una mano suda y se resbala de la esterilla para hacer ejercicio. Una mano sobre otra mano sobre otra mano, en un juego de infancia; una lagartija sobre otra lagartija.

 

(*) Una cosa para disfrazarse en Halloween fue un poema incluido en el proyecto La caída, de la artista colombiana Ruby Rumié

 

Fotografía: Cristina Ochoa

 

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