Dominique Fernández: «Si yo no hubiera escrito, habría sido un suicida u homicida»
Para los entendidos hace falta una espina clavada en la carne para escribir. Así ha sido y es el oficio para el escritor francés Domique Fernández. Y sin embargo, el suyo es un arte emanado de la alegría de vivir. Esa suerte de vitalidad la conservan su mirada jovial, que contrasta con su edad corporal de 89 años.
Premio Médicis en 1974 con su libro Porporino o los misterios de Nápoles (mismo año y mismo premio que obtuvo Julio Cortázar), Oficial de la Legión de Honor y Miembro de la Academia Francesa desde 2007. Dominique se dejó deslumbrar por la belleza sutil de Cartagena de Indias y ofreció una cálida entrevista atemperada y traducida por la también escritora Margarita Van der Borght.
Fernández está en contra de la idea del arte por el arte. A su juicio, la literatura debe conseguir el avance de las sociedades desde una lucha contra sus valores dominantes.
¿Por qué es escritor?
Bueno, mi madre y padre han escrito. Nací en una casa donde los muros estaban llenos de libros. Siempre he estado en contacto con las palabras, era imposible ser de otra manera.
¿Qué escena de su infancia desencadena el escritor que es hoy?
Yo era un niño triste y desgraciado, hijo de padres separados. Mi padre era estilo barroco, es decir: con deudas, con amantes. Mi madre era rígida, y mi padre era muy libre, y pues no funcionó. O sea, a los 5 años mis padres se separan bastante mal y me fui a vivir con mi madre. Casi no veía a mi padre. Me refugié en otro mundo, en la literatura, y a los 11 escribí mi primer libro. Es mi manera de existir y de ser.
¿Recuerda cómo tituló a esa primera obra?
Se llamaba Ojo de fuego. Era una historia de indios que ocurría en México. Creo que la imagen de mi padre (de origen mexicano) es algo que he buscado siempre. También hacia los 11 años descubrí que iba a ser homosexual y en esa época era como ser un paria de la sociedad.
¿Cómo afectó esa condición su escritura?
Era vergonzoso, era no tener un lugar en el mundo. Hoy en día es muy diferente a la época en la que yo viví eso. Era mucho peor que ahora. En todo caso, en Europa y Francia hubo la revolución cultural en el año 68. Y el hecho de sentirme marginado hizo que todavía escribiera más y que me atrajera el mundo de la literatura y de la escritura. Era como un salvavidas.
¿Qué autores o libros lo marcaron en su infancia?
Todos los clásicos griegos: Homero, Sófocles, Virgilio. También los grandes clásicos franceses, y después todo… Flaubert, Proust.
¿Cómo define el hábito de escribir?
Es una lucha. La literatura debe ir contra los valores dominantes de la sociedad. Para mí, los grandes escritores son como Voltaire, que consiguen que la sociedad avance en las ideas. Estoy en contra del arte por el arte. Tiene que haber una lucha y responsabilidad. El escritor debe tener una responsabilidad social.
Se dice que la mejor terapia psicológica es escribir, ¿está de acuerdo?
Sí. Para mí es una necesidad vital. Si yo no hubiera escrito habría sido un suicida u homicida. Me da horror el psicoanálisis porque destruye al escritor.
¿Qué necesita un escritor para ser realmente bueno?
Un don, talento, tener algo importante qué decir. También debe tener un sufrimiento de infancia. Todo gran escritor en su infancia ha tenido un sufrimiento grande, por eso hay tantos buenos escritores judíos, porque han sido perseguidos y hay una tragedia en el fondo. También se necesita carácter y voluntad. Todo el mundo puede escribir un libro, pero una obra es como una catedral, necesita mucha disciplina.
Hay que escribir todo el día, mientras se viaja, todo el tiempo. Uno no puede ser amateur en la escritura. Tengo muchos amigos que tienen talento y después pierden la voluntad y se cansan. No debe ser uno demasiado sensible al éxito y a lo que no funciona.
Hay escritores cuyo éxito es póstumo…
Sí, es muy malo el éxito muy pronto, tanto como el fracaso. Generalmente, el primer libro es un fracaso, y se desaniman y no continúan. Hay que confiar en tu talento y cualidades. Cuando acabo de publicar un libro no leo las críticas y ya está.
Usted también hace parte de una editorial y es crítico literario, ¿Cómo lleva esa faceta?
Critico libros y soy editor. Hay que leer demasiado en la infancia y la juventud para poder escribir. A veces llamo a escritores y les pregunto sobre qué han leído, y cuando me dicen que han leído nada o muy poco les digo, por ejemplo: «Cualquier escritor ha escrito mucho mejor la escena de amor de la página 200 de tu libro». Hay que leer para crear un nivel de exigencia.
Dicen que para escribir sólo es necesario leer y viajar…
Bueno depende, Proust y Kafka no viajaron nada y son muy buenos.
¿Cómo son sus horarios de escritura?
Me levanto a las 6 en verano y a las 7 empiezo a trabajar en el despacho. Aquí (en Cartagena) también. Escribo libros muy gordos, y sin disciplina no se consigue. Una poesía la escribes en cualquier momento, pero un libro no.
¿Cómo se inicia, en su caso, el proceso creativo de un libro?
Todos los libros están dentro de ti a los veinte años. Durante tu vida vas teniendo eventos e imágenes que hacen que ese libro salga y lo escribas completamente.
¿Ya ha escrito su mejor libro?
¡No, no, no! Ni hablar. ¡Siempre el mejor libro es el que viene! Una vez acabo un libro ya no me interesa. Me quedan 10 libros por escribir. ¡Viviré hasta los 100 al menos!
¿Pertenece a alguna religión en particular, qué camino espiritual mantiene?
¡Horror de todo eso! Soy ateo, anticlerical. Los papas son criminales. Deberían ocuparse de Dios y de la fe, pero no del ser humano. Yo vengo de Voltaire, sigo los preceptos de Voltaire.
Hablemos sobre su apellido Fernández y la relación con su padre.
Mi padre fue escritor, critico literario, y conoció a los escritores de su época. Admiraba esa imagen de mi padre, pero hubo algo muy contradictorio y es que él colaboró con los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, y yo era Gaullista. Es un contrasentido, por una parte lo admiro y al mismo tiempo lo condeno por ese lado colaboracionista.
¿Qué libros debería no dejar de leer nadie?
La odisea (Homero), Guerra y paz (Tolstoi), y La Abadesa de Castro (Stendhal).
¿Qué tanto le edita su editor?
Mi editor es una persona encantadora. Lee mi manuscrito y me pone algunas anotaciones. En mi último libro, el editor me dijo que había un túnel (capítulos pesados) y me dijo que tenía que pensarlo, así que los saqué. Creo que está bien que otro te diga: «Aquí estás bien y estás mal». Aunque a veces le digo que no, que me parece bien cómo lo escribí.
Finalmente, me gustaría que retomáramos el tema de las tragedias personales en los escritores…
La niñez es capital. Entre el nacimiento y los 15 años todo se juega, todo está construido. Todo es un poco inconsciente. Esto es otro debate: ¿un niño que no vive una tragedia personal no puede ser escritor? Hace falta tener una espina clavada en la carne para escribir. Es verdad que escribir es aleatorio, nunca se sabe lo que vas a escribir ni si va a ser publicado, ni si va a tener éxito, pero hace falta una fuerza que te empuje a hacer una obra.