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El día de la victoria: el fin de la Segunda Guerra Mundial

Adolf Hitler falleció el 30 de abril de 1945 en la ciudad de Berlin en medio de un contragolpe soviético, luego de que la Alemania Nazi atacara a la Unión Soviética y produjera el Sitio de Leningrado, por un periodo de dos años, cuatro meses y 19 días, entre el 8 de septiembre de 1941 y el 27 de enero de 1944. El asedio dejó un saldo de seiscientos cuarenta y dos mil civiles muertos en la ciudad rusa, según cifras oficiales.

Los diaros europeos empezaron a dar la noticia del fallecimiento del Führer el miércoles 2 de mayo, un día después de que el almirante Karl Dönitz se dirigiera a la nación a través de la radio de Hamburgo, «Su vida no fue más que el simple servicio a Alemania. Su acción luchando contra el comunismo fue más allá para defender a Europa y para defender a todo el mundo civilizado», así se refirió Dönitz al hablar de Hitler, evidenciando que los nazis creían pelear por la causa correcta.

En el mismo comunicado, el almirante se presentó como el sucesor de Hitler; «mi primera misión es salvar al pueblo alemán de ser aniquilado» pronunció en aquella alocución radial. Ese miércoles (2 de mayo) en que llegaban las noticias de la caída de Hitler, comenzó a adelantarse el proceso de rendición incondicional de Alemania en completa discreción.

Dönitz autorizó al general Alfred Jodl para que firmara la capitulación alemana en la ciudad francesa de Reims. «En una ceremonia que duró exactamente 20 minutos, el coronel general Jodl, jefe del estado mayor del gobierno del almirante Dönitt, y durante largo tiempo íntimamente vinculado con Hitler, rindió todas las fuerzas armadas alemanas de tierra, mar y aire. En esta ciudad, escena de la rendición final de Alemania, los representantes de las cuatro potencias aliadas y los del vencido Reich estamparon sus firmas en un documento histórico a las 2:41 de la tarde», relató un corresponsal de prensa en referencia a la firma del 7 de mayo.

«Las negociaciones comenzaron el miércoles por la tarde cuando el general almirante Hans Friedeburg comandante en jefe de la marina alemana (…) rindió los ejércitos alemanes del norte, inclusive los de Noruega al mariscal Montgomery», señala el mismo redactor.

«El acto tuvo lugar en un aula de la escuela profesional de esta ciudad, a la que los alemanes utilizaron como cuartel general de la zona», agregó el corresponsal.

La Segunda Guerra Mundial empezó el 1 de septiembre de 1939, cuando las tropas de Hitler invadieron Polonia. Muchas escenas, combates, estrategias, millones de vidas sacrificadas, se pueden recordar y reseñar al hablar de este hecho histórico; sin embargo, es relevante apuntar que cinco años de conflicto terminaron de un plumazo en tan sólo ocho días, con la muerte del líder Nazi.

La incertidumbre de la derrota

Aún en medio de la incertidumbre, el conde Lutz Schwerin von Krosigk, último canciller del gobierno alemán (en la era Nazi), declaró en la radio alemana de Flensburg, cómo debían asumir el futuro inmediato después de la rendición, un documento valioso para comprender el momento histórico desde la perspectiva de los derrotados:

Hombres y mujeres de Alemania: el Alto Mando de las fuerzas armadas, cumpliendo ordenes del almirante Dönitz, ha firmado hoy la rendición de todas las fuerzas combatientes alemanas. Como ministro principal del Gobierno del Reich, formado por el almirante de la Flota para ocuparse de las tareas de guerra, me dirijo en este trágico momento de nuestra historia al pueblo de la nación alemana. Después de una heroica lucha que ha durado casi seis años, de dureza incomparable, Alemania ha sucumbido ante el abrumador poderío de sus enemigos. Continuar la guerra sólo significaría un inútil derramamiento de sangre y una desintegración sin resultados. El Gobierno, consiente de su responsabilidad por el futuro de la nación, se ha visto obligado a actuar ante el derrumbamiento de todas las fuerzas físicas y materiales, y ha pedido al enemigo el cese de hostilidades. Ha sido la más noble tarea del almirante de la Flota y el Gobierno que le apoya, salvar, en la última fase de la guerra, las vidas del mayor número posible de sus compatriotas, después de los terribles sacrificios que la guerra ha exigido. El hecho de que la guerra no haya terminado inmediata y simultáneamente en el Oeste y en el Este se explica sólo por esta razón. En la hora más grave de la nación alemana y de su Reich nos inclinamos respetuosamente ante los caídos; su sacrificio nos impone obligaciones sagradas, principalmente en lo que se refiere a los heridos, a los mutilados, a quienes han perdido sus seres queridos y a todos aquellos a quien esta lucha ha causado daños. Nadie debe hacerse ilusiones acerca de la dureza de las condiciones que los enemigos de Alemania van a imponerle. Debemos afrontar nuestro destino con decisión y sin reservas. Todos pueden estar convencidos de que el futuro será difícil y nos impondrá sacrificios en todas las actividades de la vida. Debemos aceptar esta carga y cumplir con lealtad las obligaciones que nos hemos impuesto; pero no debemos desesperarnos y caer en una resignación fatalista. Una vez más, es preciso que avancemos por el camino envuelto en las tinieblas del futuro incierto. Preservemos y salvemos del derrumbamiento una cosa: la unidad de ideas de la comunidad nacional que en los años de guerra ha encontrado su mejor expresión en el espíritu de camaradería en el frente y en la ayuda mutua de todas las penalidades que ha soportado nuestra patria. Podemos tener la esperanza de que la atmósfera de odio que rodea hoy a Alemania en el mundo entero dará paso a un espíritu de reconciliación entre las naciones, sin el cual el mundo no puede reconstruirse. ¿Conservaremos esta unidad o nos dividiremos ante el peso de las circunstancias? ¿Nos sobrepondremos al duro futuro que nos espera? Debemos hacer del derecho la base de nuestra nación, en la cual la justicia será la suprema ley y el principio rector. También debemos reconocer la ley como base para las relaciones entre las naciones; debemos reconocerla y respetarla con convicción. El respeto para los Tratados firmados será tan sagrado como nuestro deseo de pertenecer a la familia de naciones europeas, como miembro que quiere movilizar todas sus fuerzas humanas, morales y materiales, para curar las terribles heridas que la guerra ha causado. Así podemos tener la esperanza de que nos sea devuelta la libertad, sin la cual ninguna nación puede tener una existencia soportable y digna. Dediquemos el futuro de nuestra nación a meditar sobre las fuerzas más intimas y mejores del espíritu alemán, que ha dado al mundo valores y hazañas inmarcesibles. A nuestro orgullo en la heroica lucha de nuestra nación añadamos nuestra participación en la civilización cristiana de Occidente, para contribuir con honradez a la paz que será digna de las mejores tradiciones de nuestra nación. ¡Que Dios no nos abandone en nuestros esfuerzos! ¡Ojalá nos bendiga en nuestra difícil tarea!

Discurso traducido y difundido por la agencia EFE, el 8 de mayo del 45.

El día de la victoria

Firmada la rendición alemana, desde el mismo 7 de mayo de 1945, los aliados acordaron denominar el Día de la victoria al 8 de mayo; la Unión Soviética y la actual Rusia conmemoran este evento cada 9 de mayo. La Plaza Roja de Moscú es el lugar en donde se rinde homenaje a las fuerzas militares que pelearon contra la amenaza Nazi.

Los ciudadanos llevan consigo un clavel rojo, símbolo de valentía de los soldados que defendieron al país. Año a año suelen desfilar las fuerzas militares, exhibiendo sus vehículos, tanques, camiones y aviones de combate como homenaje a los héroes soviéticos.

Luego de 74 años de haber finalizado, la Segunda Guerra Mundial sigue siendo motivo de referencia por su marcado racismo y xenofobia; por dar origen a la aparición de las armas nucleares, por convertirse en el ejemplo de lo que la humanidad debe evitar repetir a toda costa. Al horror de esta guerra también se le atribuye la aparición de la ONU, Organización de las Naciones Unidas, como estamento principal para salvaguardar al mundo de una tercera guerra.

Ocho días fueron definitivos para que Europa bajara las armas, este fue el último capítulo de una guerra que siempre será recordada, una guerra que para fortuna de la humanidad ha cerrado casi todas sus heridas, y ha permitido el renacimiento del pueblo alemán, la reconciliación entre naciones hermanas. Y ha concedido, a un costo terrorífico, una hermosa era de prosperidad germánica y europea.

Fotografía del soldado soviético en Berlín: Yevgueni Anánievich Jaldéi