
Valses de Strauss a los pies de la cama
Escrito por Eduardo Viladés
Hay quien dice que dormir es ensayar la muerte. Por eso, la mayor parte de las noches permanezco en vela en el sillón que está al lado de la cama en la que yace mi hermana. Se llama Carmen y tiene 45 años. Ya sabes que pasó unos días en el hospital, volvió a casa y ahora ha empeorado. Cada 48 horas vienen a comprobar su estado. Sé que no le queda mucho porque sus ojos lloran sin llorar, supongo que hay miradas que no saben mentir, la mirada del adiós se reconoce de inmediato porque deja una sensación helada que desconcierta.
Antes de enfermar, la llevé a Riojafórum en Logroño a disfrutar del Gran Concierto de Año Nuevo de la Strauss Festival Orchestra. Carmen y yo disfrutamos de conocidos títulos rey del vals Sangre vienesa, Voces de primavera, Vals del Emperador, Champagne o fragmentos de su brillante opereta El Murciélago. No faltó el vals más célebre de todos, El Danubio azul, ni tampoco la Marcha Radetzky.
Hace tiempo que mi hermana tiró la toalla, no por la enfermedad degenerativa que sufre, sino por la porquería que le circundaba. Se especializó en estudios de género y vivió en varios países sudamericanos donde el androcentrismo hipotecaba a miles de mujeres justo desde el instante de su nacimiento. Luchó sin tregua, creó varias escuelas, siempre convencida de que educar a una mujer suponía educar a toda una generación, mientras que educar a un hombre significaba, en muchos casos, instruir a ganado. Últimamente estaba desencantada.
Volvió a España y tuvo que soportar cómo la cultura judeocristiana seguía defenestrando a la mujer. Nunca quiso subir a las alturas al sexo femenino, simplemente demostrar que es igual de fuerte que el masculino. Batalló porque en los colegios el lenguaje inclusivo fuese obligatorio, pero no lo consiguió. Creó varios grupos en defensa de la igualdad salarial, pero no logró ser escuchada. Tampoco entendía que las nuevas generaciones estuviesen reavivando ciertas conductas machistas que ella llevaba lustros intentando desterrar. La juventud sólo se cura con la edad…
Integrada por profesores y solistas, la Strauss Festival Orchestra ha sabido mantener vivas las expresiones artísticas típicamente vienesas, despertando el interés de las más exigentes audiencias del continente. Sin olvidar el espíritu jovial y festivo que anima la música de los Strauss, el rigor estilístico con el que esta orquesta enfoca habitualmente sus interpretaciones consigue aflorar a lo largo del espectáculo la más variada gama de recursos expresivos, desde los más nobles y sentimentales hasta los más jocosos y humorísticos.
El coronavirus fue sólo el fin de algo anunciado, su renuncia a la lucha, el cansancio de bregar con una sociedad llena de tósigo. La enfermedad fue manifestándose poco a poco, como un asesino a sueldo que va dejando señuelos del que será su crimen perfecto. Antes de que empezara a deambular lisérgicamente por su mundo abolido, ella misma estaba acongojada por lo que la pandemia podía suponer de cara al futuro. Constante defensora de los derechos civiles en pro de la mujer, le aterraba el aumento del poder estatal. Esperaba que la solidaridad y el cuidado mutuo fuesen los que triunfaran sobre el virus y no el estado de excepción y la privación de la libertad. No entendía las últimas noticias relativas a la censura de los medios de comunicación y el establecimiento de sistemas tecnológicos de vigilancia que rozaban el totalitarismo. Incluso en la recta final, cuando el alzhéimer había convertido a mi hermana en una muerta en vida, cuando se cagaba y meaba encima, cuando estaba desorientada y cansada de vivir, su mirada contrita exudaba fortaleza. A pesar de que sus ojos estaban sitiados por las ojeras de quien ha sufrido más de lo soportable, el poderío que la había caracterizado no había desaparecido del todo. Yo la escuchaba atentamente, sabedora de que no viviría los próximos acontecimientos, quizá los observaría desde el cielo, o desde el infierno, que ella fue siempre muy calurosa, o desde su reino de nunca jamás. Carmen era libertad, un espíritu cerril e indómito, toda referencia al Estado, a las normas y a las leyes la bloqueaba… Por eso te pido que publiques su historia, solamente eso, haz justicia a mi hermana, inmortaliza su legado.
El día que la llevé en Logroño al Gran concierto de Año Nuevo resucitó. El hecho de dotar al programa de un verdadero carácter escénico, a través de estilizadas coreografías y luminosos vestuarios especialmente creados para ilustrar algunos de los números musicales, logró restituir una parte esencial de aquella Carmen de ojos centelleantes y carcajeo constante.
Hace días que una señora de pelo blanco comparte conmigo el duermevela viscoso desde el que vigilo a mi hermana. Hay veces que me asusta porque no es muy cuidadosa y se tropieza con la mesilla de noche. Suele aparecer a las tres de la madrugada, cuando escucho de fondo el Teletienda de la vecina del piso superior. La anciana viste de un modo zarrapastroso, con medias deshilachadas y un jersey que ha vivido tiempos mejores. Su pelo, lacio y sin gracia, está sucio, y su dentadura es negra como el tizón. Me recuerda a una de las enfermeras que atendió a mi hermana en el hospital. Porta un paraguas amarillo. No me infunde temor, al contrario, me tranquiliza su presencia. Siempre he pensado que la cara esconde la realidad del alma. Creo que el alma de la señora que me visita en sueños es buena… Podría servirte para contextualizar el artículo y darle un toque más humano, ¿no crees? La fatalidad nos obliga a replantearnos las cosas. Carmen lo tenía claro. Siempre decía que el tiempo se escurre de las manos sin que nos demos cuenta. En eso yo era diferente. Veía la muerte como algo desagradable que ocurre a los demás, pero no a mi familia ni amigos. Ni siquiera pensaba que yo misma tendría que afrontarla. De hecho, me sentía inmortal, no se me pasaba por la cabeza que algún miembro de mi familia enfermase, que desapareciera en algún momento. Cuando comenzó la pandemia y se decretó el estado de alarma quitaba hierro al asunto e intentaba no pensar. Carmen siempre decía que estamos convencidos de que el tiempo es infinito y lo derrochamos sin medida. Olvidamos el pasado, descuidamos el presente y tememos afrontar el futuro. Recuerdo su expresión, ceñuda y muy seria a veces, mohína de vez en cuando, cuando me hablaba de las diferentes maneras de sobrevivir sin miedo. Supongo que los grandes dramas, al principio, siempre pasan desapercibidos, con el alzhéimer pasa lo mismo. Esta madrugada no ha venido la anciana de pelo blanco. La enfermera que atendió a Carmen en el hospital acaba de entrar en la habitación. Lleva un paraguas amarillo, pero no llueve. Viste de un modo zarrapastroso, con medias deshilachadas. Mira a mi hermana, pero Carmen no se mueve. La señora de pelo blanco me sonríe y entorna los ojos. Carmen sigue sin moverse. Me invade una sensación de tranquilidad que soy incapaz de describir con palabras. Pensaba que no estaría preparada para ello, pero las enseñanzas de mi hermana debieron de surtir efecto en mi interior. Su exceso de libertad fue el salvoconducto que empleó para soportar el dolor y vencer el miedo. Incluso durante las últimas semanas, a pesar de que volvía de su retiro interior en contadas ocasiones, continuaba siendo libre. Esas cosas se saben, se perciben, puede que hubiese un atisbo de extravío en su mirada, pero Carmen lo dominaba desde su báratro particular. La vida es dura, al fin y al cabo, te mata. Era una de las frases de mi hermana, tomada de Audrey Hepburn, su actriz preferida. Seguro que allá donde esté creará un mundo dichoso en el que se premie al diferente, sin etiquetas ni jerarquías, sin angustia ni dolor, sin gobiernos, sólo con personas enloquecidas por amar demasiado. Podrías comenzar el reportaje hablando del gatito de Holly Golightly. A Carmen le gustaría mucho. Finalmente, tras vencer a sus cancerberos y superar la enfermedad, mi hermana caminaría libre, y todos nos desperezaríamos con cruasanes y diamantes en un Nueva York de ensueño. El Gran Concierto de Año Nuevo de Strauss no sólo habría triunfado en el Musikverein de Viena, el Concertgebouw de Amsterdam, la Philarmonie de Berlín, el Musikhalle de Hamburgo, el Auditorium Parco della Musica de Roma, el Gran Teatre del Liceu, el Palau de la Música de Barcelona o el Teatro Real de Madrid, también en el universo abolido que Carmen luchó por recuperar.
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Giovanna Robinson Rangel
Me ha encantado. Saludos