El chico y la garza
Escrito por Alejandro García
“(…) esfuérzate en todo momento por escuchar la franca voz de tu corazón”.
Genzaburo Yoshino, ¿Cómo vives? (1937), pag. 37
Pocos años antes de que se abalanzaran sobre Hiroshima y Nagasaki las fisiones nucleares en cadena de Little Boy y Fat Man, sobre los cientos de miles de cuerpos inocentes de ambas ciudades japonesas, Genzaburo Yoshino, filósofo de profesión y subteniente de infantería, luego de trabajar un tiempo en la biblioteca de la Universidad de Tokio, decidió abandonar todo rasgo de militarismo y empezó a concebir y divulgar una postura antibelicista, pacifista, de profunda y confiada convicción idealista; condensada inicialmente en la novela infantil: ¿Cómo vives? Frontal, conciliadora, incómoda, empática, cuestionadora; como el interrogante. En la que Hayao Miyazaki (quien nació en mitad de la segunda guerra mundial), más de ochenta años después, acogió su título para la última película que hasta ahora ha producido Studio Ghibli, adaptada al público hispanohablante como El niño y la garza, en hispanoamérica, o El chico y la garza, en España.
A pesar de que las historias tienen pocas similitudes argumentales, como que ambas son protagonizadas por un adolescente, se halla viva en ellas una visión activa, que busca permanentemente el equilibrio y el valor entre las diversas, sorpresivas, contundentes, injustas o contradictorias realidades humanas vigentes, a toda escala y significado, que se pueden asimilar directa o indirectamente dentro de las experiencias vitales, sobre todo en las primeras transiciones de edad. Las grandes preguntas toman forma orgánica para el que se detiene a mirar su acople sin orgullo. Claro que… también hay espacio para lo que sobrepasa el mero paso y contacto molecular de lo físico: aquello que nunca sabremos de dónde proviene exactamente y un buen día desarma el tiempo. Estamos y no estamos. La certeza que ninguna cantidad de palabras podrá emular. Por eso, cuando Mahito viaja al pasado, y vislumbra la despedida necesaria al borde del camino, no se abate. Sabe que hay tesoros que viven siempre. El corazón abre, fugazmente, una pupila en la eternidad.
Una crítica común que se le ha dado a la película, ha sido la inclusión excesiva de elementos y seres que no están directamente relacionados con el curso de la historia, y que aparecen, en ocasiones, en proporciones extrañas, desmedidas, o en tiempos inoportunos, como en un sueño en el que el soñador parece haberse atiborrado de manteca antes de dormir. Sin embargo, cada elemento dispuesto trae algo, una referencia un visaje, del universo de Ghibli; las pistas están regadas en toda la obra como una confesión personal de Miyazaki, está pasando sobre las líneas de otras épocas, donde empujaba junto con Takahata y Suzuki sus primeras producciones, paseando, bromista, sobre la trayectoria de antiguas ideas iniciales. Así que, aunque le costara la confusión abierta de muchos espectadores, se dispuso a verter retazos de impulsos creativos que un día marcaron su felicidad en la tierra. Señuelos visuales que quizá sólo entendiera él, o como mucho su equipo creativo, al cien por ciento: le costaría apreciación legítima del público, a cambio de correr como un niño en la lluvia de momentos de ese sueño que un día fue Ghibli.
El dinamismo alegre, frecuente y adaptable de los personajes, junto a la ligereza única, rica, apacible, mágicamente fértil y meticulosamente bella, que compone a la naturaleza de las películas del estudio, están más presentes que nunca. Alcanzas grados superlativos cuando Mahito cruza el umbral de la temporalidad con la garza. Animal central en el filme, que para la mitología japonesa ha estado asociada directamente como un mensajero y conector de planos inmateriales. Es este personaje, que se desarrolla como una fachada explícita, quien detona una nueva perspectiva del conflicto interno que el protagonista tiene en su vida actual: su madre recién muerta en un incendio, su tía que ahora es su madrastra, la guerra que cruza los cielos, y en la que su padre fabrica y envía suministros; el recelo que genera en la escuela su presencia “acomodada” hasta pelearse, y luego hacerse una herida en su sien para no dar explicaciones del hecho y alejarse. Alejarse. Pero es esa garza real, que, en el abandono de su escondite emocional, en la dureza de su estrecha visión, lo lleva por un camino que finalmente lo conecta con una realidad superior a las circunstancias inmediatas y lo empuja a volver a definirse, y a estar en paz, en últimas, con el presente. A tallar esa seriedad excesiva, que no tiene muchos precedentes en otros personajes de Ghibli, acumulada por esos oleajes en su vida que apenas asimila.
Un paralelismo bastante llamativo es ver cómo tratan a las figuras humanas de mayor edad cronológica en producciones orientales. Generalmente, y es el caso, están revestidas de un conocimiento que desencadena semillas fundamentales en las mentes de los personajes. El tío abuelo de Mahito Maki, quien no sale del universo paralelo creado, jugueteando con las columnas de la realidad alterna, le pregunta si continuará con su trabajo. Pero Mahito detecta interiormente que él ha quedado preso de un refugio ilusorio, encadenado a enderezar cada tanto las fichas para que el tiempo no destruya el eje de su universo. Mahito, en parte, entiende que sostener un universo personal irreal implica perderse, y con esto reconoce que todo su apego al pasado, a lo que quisiera volver, más que inútil lo estrecharía de una forma contraria a lo que, en el fondo, quisiera hacer. Entonces quizá se entienda mejor, que la aceptación del tiempo y su fuero superficial, resistente, quizá tenga un propósito mayor que el mero azar. Es curioso que todos los animales que toman posturas humanas (la garza, los periquitos), pronto asumen la imposición y el dominio como métodos urgentes de vida, hablando quizá de un pensamiento saldado de Miyazaki en cada película: quizá la naturaleza ha sido un regalo mayormente despreciado, hasta ahora, por sus habitantes más inteligentes. Sin embargo, la compleja realidad, por momentos, no detendrá los caminos que nos lleven a vernos nuevamente, es el campo que nos saca del barullo mental, días que lleven a otros, como manos en baloncesto.